"Teatro de la guerra. Campamento Tuyu-Cué. (Correspondencia de LA TRIBUNA)"
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
16-10-1867
Título/Asunto
"Teatro de la guerra. Campamento Tuyu-Cué. (Correspondencia de LA TRIBUNA)"
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado en La Tribuna el 16 de octubre de 1867, nro. 4112, p. 2, columna 2. Sección: “Teatro de la guerra”. Con fecha del 10 de octubre y la firma de Tourlourou (seudónimo). Una tormenta azotó el campamento aliado el 6 de octubre. El cólera sigue esparciéndose. Destaca la labor del cuerpo médico del ejército. Respuestas detalladas a críticas recibidas por su crónica del combate del 24 de septiembre, desde Buenos Aires, Montevideo y Brasil. Informa sobre dos parlamentos mantenidos por oficiales aliados: uno con indios del Chaco, otro con emisarios del enemigo. Cuadro estadístico de afectados por cólera.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Tourlourou (Seudónimo de Lucio V. Mansilla)
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
TEATRO DE LA GUERRA
—
Campamento Tuyu-Cué
Octubre 10 de 1867.
(Correspondencia de la TRIBUNA.)
La lluvia que esperábamos coincidió con el
cuarto creciente de la luna, que si no estoy equi-
vocado tuvo lugar el 6.
Habia sido un dia de esos en que la atmós-
fera pesando como una planca de plomo hace
penosa la respiracion. El sol, aun que velado
por grupos sucesivos de nubes que iban y ve-
nian lentamente siguiendo distintas direcciones,
quemaba como en los dias ardientes de la caní-
cula. El poco aire que circulaba producia en el
rostro el efecto de una quemazon de la Pampa
cuando se la cruza á galope tendido. El viento
soplaba del Norte y del Sur, pesistiendo mas
en esta última direccion. Hácia la caída de la
tarde, arreció el viento, los vapores condensados
durante el día en forma de capas nebulosas ho-
rizontales, inconmensurables, de un color ceni-
ciento, festoneadas de blanco, comenzaron á
fruncir el ceño, tomando poco á poco el tinte
característico de un limbus diluviano. Repenti-
namente Eolo corriendo del Sudoeste al Norte
se fijó en él, bramando furioso; y oscurecién-
dose el firmamento, cuyas alturas brillaron ilu-
minadas por el fuego eléctrico de la tempestad y
tronando con tal fragor que la tierra retemblaba,
se desplomó la lluvia, cayendo durante un cuar-
to de hora á lo sumo un granizo, cuyo tamaño
variaria desde el de una avellana hasta el de un
huevo de paloma, y que empezando por los pá-
jaros y acabando por los hombres obligó á todo
el mundo á buscar un abrigo. La tropa se gua-
recia bajo de los árboles detrás de las carretas,
en los ranchos y las aves junto con ellos deján-
dose cojer inofensivas. El que no haya visto
esta tempestad no sabe lo que son los elementos
cuando desencadenándose los vientos, rompién-
dose las cataratas de cielo, descargando las nu-
bes su electricidad hacen que el alma se replie-
gue sobre sí misma para contemplar con pavo-
rosa admiracion el poderio de la naturaleza y
del Dios que la creó.
A las nueve de la mañana, la lluvia habia ce-
sado y una claridad traslucida, destellada por las
titilantes estrellas envolvia la tierra y las rejio-
nes supersensibles, en un resplandor opaco; el
viento soplaba flojo, corria un aire menos carga-
do de electricidad, los pulmones se abrian de
suyo, como absorbiendo la vida; pero el tiempo
no se habia compuesto del todo. Cierto malestar
inesplicable que se sentia lo revelaba.
Pasí la noche.
Al dia siguiente los esteros estaban llenos de
agua, los pajizos campos habian recobrado su
perdida lozanía, la arboleda y los naranjos bri-
llaban relucientes iluminados por un sol radian-
te, que recalentando la corteza terrestre y ha-
ciendo escapar sus mortíferas exhalaciones augu-
raban un dia peor que el anterior.
Los sanos podiamos engañarnos, los que es-
taban enfermos no.
Hubo pues, una recrudescencia y el cólera si-
guió su campaña de devastacion.
Las cifras de los hospitales y los nombres pro-
pios de los compañeros que se han ido hablarán
mas fuerte que yo.
Hemos perdido al general Dominguez, al co-
ronel D. Severo Ortiz, á los sarjentos mayores
Almada, al capitan Hunt, al teniente Ceballos,
al alferez Bar, del 12 de línea, un cirujano in-
glés del 2.° Cuerpo, el teniente Ayala del [ilegible] de
línea, el mayor Benitez ayudante de órdenes del
general Mitre y las defunciones de la tropa no
bajan del cincuenta por ciento de los atacados, —
notándose que son casos casi perdidos todos los
fulminantes y los que se producen en enfermos
atacados préviamente de disenteria ó diarrea.
La consagracion del cuerpo médico no decre-
ce; dia y noche véseles en su puesto, á la cabece-
ra de los coléricos, ocurriendo al llamado de to-
do el que los reclama. El ejército les está grato,
y los que con la misma abnegación é intrepidéz
han restañado la sangre del soldado en el campo
de batalla, que sustentado su cuerpo en el hos-
pital, cuando el paciente se retuerce desespera-
do por el intenso dolor de los calambres, han
conquistado laureles tan hermosos y merecidos
que nosotros mismos podemos envidiarlos. Yo
no me cansaré de repetirlo; los médicos del
ejército del Paraguay han llenado y siguen lle-
nando su mision de humanidad con una virtud
rara en los anales militares.
Los batallones mas atacados han sido la 1.a
lejion militar, el 12, y el 3 de línea. En el pri-
mero ha disminuido; en el 12 sigue haciendo
estragos, no tanto en el 3. En los demas cuer-
pos los casos son contados. De todos modos
esto es peor que una batalla. Y qué enerjia mo-
ral moral no se requiere para resistir á las emo-
ciones del dia; se necesita tener el corazon del
tamaño del pecho para no estallar. Admirable
es sin duda el valor de las batallas. Pero es un
valor que se hace, porque responde á ciertos
resortes del alma. El valor inaudito, el valor
que no todo el mundo posee es el valor contra
las pestes, que son un misterio para la ciencia,
que nadie sabe de donde vienen, que las produ-
ce; ese valor, de todos los momentos, porque el
ejemplo de nuestros amigos y compañeros llenos
de vida ayer, cadáveres hoy, es como un grito
amenazante, sentencioso, siniestro de la muerte;
ese valor, que es el sublime valor, porque es
necesario tenerlo friamente, sin defenderse, ese
valor en fin, tanto mas raro cuanto que nadie se
cree deshonrado confesando que tiene miedo al
flajelo.
Veremos el dia de hoy como pasa. El tiem-
po está hermoso.
La tropa ha recibido grasa para poder cocinar
su fariña y su arroz, porque la carne que de al-
gun tiempo acá comemos, merece ese nombre
solo porque es una sustancia estraida de un
animal que se llama vaca. Si se la analizará
quimicamente está tan flaca que se hallaria ser
mas los elementos nocivos que contiene que los
apropósito para la nutricion humana.
Se han ordenado fumigaciones de espartillo
verde. Prisioneros paraguayos dicen, que las
dos veces que ellos han tenido el cólera lo han
aventado así, haciendo cada soldado en su ran-
chito un zahumerio.
Despues del famoso combate de caballeria por
nuestra derecha, el enemigo no ha intentado
cosa formal. Se ha mostrado causando dos alar-
mas que nos han tenido un momento sobre las
armas. La última fué ayer. Por si llegase des-
figurado el hecho diré que todo fué efecto de
palabras aumentadas por los ayudantes. Vino el
parte de que una fuerza de infanteria y caballe-
ria salia de la trinchera, y cuando llegó al ge-
neral D. Emilio Mitre, con la órden de que es-
tuviera pronto le dijeron: que se apronte el 2°
cuerpo que el enemigo ataca por San Solano
con fuerzas superiores. Mientras tanto de San
Solano preguntaban por el telégrafo si habia
novedad en el primer cuerpo de ejército brasi-
lero.
Apropósito, en una proporcion semejante á
la nuestra se está haciendo sentir el cólera allí,
aunque no me consta que hasta ahora haya
muerto ningun gefe superior, ni oficial de cré-
dito.
El General Osorio estaba ayer muy alarmado
é inquieto.
Parece que el visconde de Porto Alegre ha
quedado muy ganoso desde el combate del 24
del pasado. Pero los paraguayos reposando
sobre los laureles que se dia recojieron por
nuestro izquierda, desdeñan las invitaciones,
casi cotidianas, hechas por el General en persona.
Un oficial cuya palabra me merece entera fé le
halló dias pasados, viniendo de Tuyutí, apun-
tando él mismo dos cañones, que habia hecho
avanzar, sin mas escolta que su Estado Mayor.
La carta en que refería el hecho de armas del
24, me ha valido algunas críticas.
Invito por toda contestacion á leer el parte
del visconde de Porto Alegre. Es acaso casual
que se lean en él estas palabras: “no pudiendo
precisar el número de heridos, siendo, sin em-
bargo, uno de estos, aunque levemente, por un
casco de granada en la cabeza, el Brigadier Ale-
jandro Manuel Albino de Carvalho?” Espera,
pues, á que se precise dicho número, si es que
llega á ver la luez pública alguna vez. Entonces
puede ser que sepamos cuantos muertos tuvo el
ilustre visconde, porque en el parte á que me
refiero no se hace de ellos la menor mencion.
El otro acerto del parte, —“el ataque se ejecutó
con intrepidez y chocando nuestra caballeria etc”,
no me atrevo á contradecirlo. Debí ver mal con
el telescópio.
Y la prueba de que debí ver mal, es que tam-
poco vi salir las columnas de infanteria que
obligaron á retirarse al Vizconde y repasar el
estero. Las columnas que yo vi salir de la trinche-
ra debieron ser otras. Y la prueba de que debie-
ron ser otras es que cuando la caballeria brasi-
lera se retiró repasando el estero, esas colum-
nas estaban á tiro de cañon de ella, y la caba-
lleria del Vizconde no podria retirarse solo por-
que veia infanteria á tres mil metros. El espec-
táculo de una batalla es tan exitante, que no
hay que estrañar ninguna aberracion de los sen-
tidos.
Indudablemente que de mi narracion se dedu-
ce, que el combate tuvo lugar lejos de la trin-
chera enemiga, y que del parte del Vizconde re-
sulta otra cosa. Cuestion de óptica ó de aprecia-
ciones como diría Cabral; no por eso han de re-
sucitar, á Dios gracias, los centenares de para-
guayos que quedaron tendidos ese dia en el gran
estero.
Han cesado los rumores de paz.
La escuadra…… veo de vez en cuando le-
vantarse en el horizonte un humo blanco que as-
cendiendo en caprichosas espirales se pierde en
el cielo y de intérvalo en intérvalo en estampido
fragoroso. Esto es de dia, de noche, brilla de vez
en cuando una claridad semejante al resplandor
de una aurora boreal, y como de tiempo en tiem-
po se hace oir una poderosa detonacion, deduzco
que la escuadra se halla donde la dejamos la vez
pasada.
Apropósito de la armada imperial, ó mejor di-
cho de la 1a gran division naval encorazada.
Veo que algunos diarios de Corrientes, Buenos
Aires, Montevideo y Brasil se divierten con mi
inofensiva humanidad, fustigándome, por activa
y por pasiva; porque falseando los hechos
hoy injustos y severo, irreverente y malo con
los generales de marina brasilera.
En Corrientes, un caballero, á quien no tengo
el honor de conocer, y que me lleva la ventaja
de conocerme muy bien, dice que is estudios
militares los he hecho en Palermo. Confieso que
no lo sabia. En Buenos Aires otro caballero á
quien tampoco tengo el gusto de conocer y que
me conoce á mi, pues, está aquí á mi lado, dán-
dome la mano, todos los dias quizá, insinúa lo
bastante para que me retire de los círculos don-
de me hago fastidioso. Del enemigo el consejo,
y con tanta mas razon cuanto que siguiéndolo
dejaré de hacerme odioso. En Montevideo, otro
corresponsal me bate el cobre porque ahora tengo
un nombre que antes no tenía. En el Brasil ase-
gura otro lince de la prensa que hablo por inspi-
racion ajena. Como se vé, todo es muy gracioso,
sumamente gracioso, no puede ser mas gracioso,
asi es que me voy á permitir no descender hasta
el terreno de mi justificacion personal. No pue-
do ahora ocuparme de detalles tan importantes,
que se refieren á si escribo con buen estilo, si
me hago el convidado de piedra amenudo, si fu-
mo buenos habanos de mogollon, si estudié con
provecho en Palermo, si soy persona de fuste,
es decir, mozo decente ó un cualquiera. Qué ga-
naria la guerra con saber cuál es la madre que
me pario? Qué ganaria la historia? Lo repito, pi-
do permiso á los caballeros que he mentado pa-
ra prescindir de mi persona y sostener que es
falso este aserto del escrito titulado: Refutacion
á los ataques del corresponsal Tourlourou de la
Tribuna: “En la correspondencia no se mencio-
“na que Mitre habia ordenado al almirante de
“bajar á su antiguo fondeadero de Curuzú y que es-
“te respondió que no lo haria sino con una órden
“esplícita del Marqués de Caxias, advirtiendo
“que en este caso pediria su dimision.”
Contesto.
En la correspondencia no mencioné la órden
esa, que se pretende fué espedida y desobedeci-
da, porque ignoraba que ella hubiese sido dada.
Ahora que la revelacion se hace públicamente,
sosteniendo que el General Mitre, ha ordenado
un acto de cobardia; ahora digo que si esa órden
me mostraran firmada por el General Mitre, mi
contestacion seria: esa firma es falsa, López es
quien la ha forjado.
El General que sostuvo la necesidad de forzar
el paso de Curupaití; que sostuvo la necesidad
de forzar el paso de Humaitá, y que probable-
mente tendrá que modificar su plan de operacio-
nes, si la escuadra persiste en su actual actitud,
el General que no cree, como José Ignacio, ni
como los defensores de José Ignacio, que es su-
mamente imposible forzar á Humaitá, porque
si lo creyese no lo hubiera aconsejado, ese Ge-
neral decia, no puede haber dado la peregrina
órden que se dice dió, y no fué cumplida.
Es mas que probable, —que los que han que-
rido volver al fondeader de Curuzú sean los
que están satisfechos con lo que llamaron o fat-
to mais glorioso de esta guerra; es mas que pro-
bable, que los que han querido volver al fondea-
dero de Curuzú, sean los que han faltado á lo
que ofrecieron hacer, dos horas despues de for-
zado Curupaití, —no el General en Gefe del Ejér-
cito aliado, burlado á no dudarlo en sus espe-
ranzas y en sus conjeturas.
Antes que hable la historia hemos de saber
quien dice bien, si el defensor del almirante
brasilero ó yo. Si él, que sostiene que el Gene-
ral Mitre mandó una órden que habria sido el
mayor triunfo de Lopez, ó yo, que niego el he-
cho como emanado del General Argentino,
porque la lójica y las pruebas de carácter que
tiene dadas durante su vida militar me dicen
que hay órdenes que él nunca dará.
Hay calumnias que tienen que aclararse pron-
to; una mentira muy preñada es como una nube
muy cargada de electricidad.
Y, dígase lo que se quiera, si la escuadra bra-
silera fuese nuestra ya habria volado gloriosa-
mente en Humaitá, ó estaríamos en la Asuncion,
ó descansando de nuestras fatigas.
En mi próxima carta teniendo ya á la vista
estereotipada mi anterior, continuaré el párrafo
referente al asedio ó circunvalacion de las lineas
atrinceradas del enemigo. Veremos que dicen
entonces los que me suponen como un chiquillo
de escuela dócil y maleable, bajo la influencia de
hombres cuyo patriotismo, cuyas virtudes mili-
tares, cuyos talentos sin embargo respeto; los
que creen ofenderme acusándome de Baswelis-
mo; porque ellos si, que en su egoismo mezqui-
no, en su miserable orgullo, en su envidia roe-
dora son incapaces de entregarse a nadie con
verdadera devocion, sin pensamiento preconce-
bido, por el bien de una causa, de una relijion,
de una idea; porque ellos si, que son incapaces
de un acto de confianza generoso, de un movi-
miento de abnegacion, de rendir servicio alguno
cuyo precio no hayan antes regateado. Felizmen-
te no me aflijo! Todos ellos elevados á la quinta
potencia no me harían apartarme de mi linea de
tendencia, ni cejar del camino. Me basto á mi
mismo y puedo defenderme con mis manos, con
mis libros y mi pluma en una época en la que
todo benefactor se convierte fácilmente en ene-
migo por la sola persistencia de su actividad.
Ciegos! El porvenir es el único colirio que ilu-
minándolos los hará ser justos é imparciales.
Voy á concluir; pero no lo haré sin pedir dis-
culpas por las digresiones antecedentes.
Hoy hemos tenido un parlamente. Mejor di-
cho, dos, uno de indios del Chaco, tipos en
realidad singulares. Otro del enemigo. Con
qué objeto vino el último lo ignoro. Sé sola-
mente que el general Hornos, habló con el ma-
yor que lo presidia. No se opone lo cortés á lo
valiente, así fué que el general le mandó me-
morias á su antiguo conocido D. Francisco So-
lana. Parece que el mayor era hombre cumpli-
do. Hablando de la guerra dijo: deseo que se
acabe para que nos demos la mano. Y luego;
pero como no se ha de acabar sino cuando se
acabe el último de nosotros quien sabe cuando
será.
Las defunciones y entradas han sido hoy ma-
yores en el hospital del 1er. cuerpo que en el
del 2°. En los últimos dias han sido al reves.
El cuadro que sigue dará una idea mas cabal
de los efectos producidos por el cólera que
cuanto llevó dicho sobre él.
Hospital General del Ejército Argentino.
Estado general que demuestra el movimiento
de los coléricos en el espresado, desde el 23
de Setiembre, hasta el 9 del presente inclu-
sive.
Gefes Oficiales Tropa Total
Entraron 6 14 290 303
Murieron 6 12 129 140
Salieron á convalecer “ 2 49 51
Quedan existentes “ " 112 112
En este número no están incluidos, —ni los
bibanderos ni las mujeres, ni los chiquillos que
han sido atacados, falleciendo un buen número;
ni los enfermos en los hospitales de observacion
de los cuerpos.
Son las 10 de la noche. Corre una brisa suave,
las estrellas brillan en un cielo límpido y azu-
lado, un coro uniforme de zapos y ranas se mez-
cla al murmullo del ejército que está alegre
porque le han pagado.
Tongo no sé que presentimiento de que la
peste se vá. Si continúa espero tambien que sus
estragos no serán mayores que los esperimenta-
dos hasta aqui. El ejemplo ha aleccionado á mu-
chos. Si el General Dominguez, el Coronel Ortiz,
el Comandante Benitez y otros hubiesen vivido
mas parcimoniosamente quizá no lleváramos
luto en el corazon por ellos.
Tourlourou.
—
Campamento Tuyu-Cué
Octubre 10 de 1867.
(Correspondencia de la TRIBUNA.)
La lluvia que esperábamos coincidió con el
cuarto creciente de la luna, que si no estoy equi-
vocado tuvo lugar el 6.
Habia sido un dia de esos en que la atmós-
fera pesando como una planca de plomo hace
penosa la respiracion. El sol, aun que velado
por grupos sucesivos de nubes que iban y ve-
nian lentamente siguiendo distintas direcciones,
quemaba como en los dias ardientes de la caní-
cula. El poco aire que circulaba producia en el
rostro el efecto de una quemazon de la Pampa
cuando se la cruza á galope tendido. El viento
soplaba del Norte y del Sur, pesistiendo mas
en esta última direccion. Hácia la caída de la
tarde, arreció el viento, los vapores condensados
durante el día en forma de capas nebulosas ho-
rizontales, inconmensurables, de un color ceni-
ciento, festoneadas de blanco, comenzaron á
fruncir el ceño, tomando poco á poco el tinte
característico de un limbus diluviano. Repenti-
namente Eolo corriendo del Sudoeste al Norte
se fijó en él, bramando furioso; y oscurecién-
dose el firmamento, cuyas alturas brillaron ilu-
minadas por el fuego eléctrico de la tempestad y
tronando con tal fragor que la tierra retemblaba,
se desplomó la lluvia, cayendo durante un cuar-
to de hora á lo sumo un granizo, cuyo tamaño
variaria desde el de una avellana hasta el de un
huevo de paloma, y que empezando por los pá-
jaros y acabando por los hombres obligó á todo
el mundo á buscar un abrigo. La tropa se gua-
recia bajo de los árboles detrás de las carretas,
en los ranchos y las aves junto con ellos deján-
dose cojer inofensivas. El que no haya visto
esta tempestad no sabe lo que son los elementos
cuando desencadenándose los vientos, rompién-
dose las cataratas de cielo, descargando las nu-
bes su electricidad hacen que el alma se replie-
gue sobre sí misma para contemplar con pavo-
rosa admiracion el poderio de la naturaleza y
del Dios que la creó.
A las nueve de la mañana, la lluvia habia ce-
sado y una claridad traslucida, destellada por las
titilantes estrellas envolvia la tierra y las rejio-
nes supersensibles, en un resplandor opaco; el
viento soplaba flojo, corria un aire menos carga-
do de electricidad, los pulmones se abrian de
suyo, como absorbiendo la vida; pero el tiempo
no se habia compuesto del todo. Cierto malestar
inesplicable que se sentia lo revelaba.
Pasí la noche.
Al dia siguiente los esteros estaban llenos de
agua, los pajizos campos habian recobrado su
perdida lozanía, la arboleda y los naranjos bri-
llaban relucientes iluminados por un sol radian-
te, que recalentando la corteza terrestre y ha-
ciendo escapar sus mortíferas exhalaciones augu-
raban un dia peor que el anterior.
Los sanos podiamos engañarnos, los que es-
taban enfermos no.
Hubo pues, una recrudescencia y el cólera si-
guió su campaña de devastacion.
Las cifras de los hospitales y los nombres pro-
pios de los compañeros que se han ido hablarán
mas fuerte que yo.
Hemos perdido al general Dominguez, al co-
ronel D. Severo Ortiz, á los sarjentos mayores
Almada, al capitan Hunt, al teniente Ceballos,
al alferez Bar, del 12 de línea, un cirujano in-
glés del 2.° Cuerpo, el teniente Ayala del [ilegible] de
línea, el mayor Benitez ayudante de órdenes del
general Mitre y las defunciones de la tropa no
bajan del cincuenta por ciento de los atacados, —
notándose que son casos casi perdidos todos los
fulminantes y los que se producen en enfermos
atacados préviamente de disenteria ó diarrea.
La consagracion del cuerpo médico no decre-
ce; dia y noche véseles en su puesto, á la cabece-
ra de los coléricos, ocurriendo al llamado de to-
do el que los reclama. El ejército les está grato,
y los que con la misma abnegación é intrepidéz
han restañado la sangre del soldado en el campo
de batalla, que sustentado su cuerpo en el hos-
pital, cuando el paciente se retuerce desespera-
do por el intenso dolor de los calambres, han
conquistado laureles tan hermosos y merecidos
que nosotros mismos podemos envidiarlos. Yo
no me cansaré de repetirlo; los médicos del
ejército del Paraguay han llenado y siguen lle-
nando su mision de humanidad con una virtud
rara en los anales militares.
Los batallones mas atacados han sido la 1.a
lejion militar, el 12, y el 3 de línea. En el pri-
mero ha disminuido; en el 12 sigue haciendo
estragos, no tanto en el 3. En los demas cuer-
pos los casos son contados. De todos modos
esto es peor que una batalla. Y qué enerjia mo-
ral moral no se requiere para resistir á las emo-
ciones del dia; se necesita tener el corazon del
tamaño del pecho para no estallar. Admirable
es sin duda el valor de las batallas. Pero es un
valor que se hace, porque responde á ciertos
resortes del alma. El valor inaudito, el valor
que no todo el mundo posee es el valor contra
las pestes, que son un misterio para la ciencia,
que nadie sabe de donde vienen, que las produ-
ce; ese valor, de todos los momentos, porque el
ejemplo de nuestros amigos y compañeros llenos
de vida ayer, cadáveres hoy, es como un grito
amenazante, sentencioso, siniestro de la muerte;
ese valor, que es el sublime valor, porque es
necesario tenerlo friamente, sin defenderse, ese
valor en fin, tanto mas raro cuanto que nadie se
cree deshonrado confesando que tiene miedo al
flajelo.
Veremos el dia de hoy como pasa. El tiem-
po está hermoso.
La tropa ha recibido grasa para poder cocinar
su fariña y su arroz, porque la carne que de al-
gun tiempo acá comemos, merece ese nombre
solo porque es una sustancia estraida de un
animal que se llama vaca. Si se la analizará
quimicamente está tan flaca que se hallaria ser
mas los elementos nocivos que contiene que los
apropósito para la nutricion humana.
Se han ordenado fumigaciones de espartillo
verde. Prisioneros paraguayos dicen, que las
dos veces que ellos han tenido el cólera lo han
aventado así, haciendo cada soldado en su ran-
chito un zahumerio.
Despues del famoso combate de caballeria por
nuestra derecha, el enemigo no ha intentado
cosa formal. Se ha mostrado causando dos alar-
mas que nos han tenido un momento sobre las
armas. La última fué ayer. Por si llegase des-
figurado el hecho diré que todo fué efecto de
palabras aumentadas por los ayudantes. Vino el
parte de que una fuerza de infanteria y caballe-
ria salia de la trinchera, y cuando llegó al ge-
neral D. Emilio Mitre, con la órden de que es-
tuviera pronto le dijeron: que se apronte el 2°
cuerpo que el enemigo ataca por San Solano
con fuerzas superiores. Mientras tanto de San
Solano preguntaban por el telégrafo si habia
novedad en el primer cuerpo de ejército brasi-
lero.
Apropósito, en una proporcion semejante á
la nuestra se está haciendo sentir el cólera allí,
aunque no me consta que hasta ahora haya
muerto ningun gefe superior, ni oficial de cré-
dito.
El General Osorio estaba ayer muy alarmado
é inquieto.
Parece que el visconde de Porto Alegre ha
quedado muy ganoso desde el combate del 24
del pasado. Pero los paraguayos reposando
sobre los laureles que se dia recojieron por
nuestro izquierda, desdeñan las invitaciones,
casi cotidianas, hechas por el General en persona.
Un oficial cuya palabra me merece entera fé le
halló dias pasados, viniendo de Tuyutí, apun-
tando él mismo dos cañones, que habia hecho
avanzar, sin mas escolta que su Estado Mayor.
La carta en que refería el hecho de armas del
24, me ha valido algunas críticas.
Invito por toda contestacion á leer el parte
del visconde de Porto Alegre. Es acaso casual
que se lean en él estas palabras: “no pudiendo
precisar el número de heridos, siendo, sin em-
bargo, uno de estos, aunque levemente, por un
casco de granada en la cabeza, el Brigadier Ale-
jandro Manuel Albino de Carvalho?” Espera,
pues, á que se precise dicho número, si es que
llega á ver la luez pública alguna vez. Entonces
puede ser que sepamos cuantos muertos tuvo el
ilustre visconde, porque en el parte á que me
refiero no se hace de ellos la menor mencion.
El otro acerto del parte, —“el ataque se ejecutó
con intrepidez y chocando nuestra caballeria etc”,
no me atrevo á contradecirlo. Debí ver mal con
el telescópio.
Y la prueba de que debí ver mal, es que tam-
poco vi salir las columnas de infanteria que
obligaron á retirarse al Vizconde y repasar el
estero. Las columnas que yo vi salir de la trinche-
ra debieron ser otras. Y la prueba de que debie-
ron ser otras es que cuando la caballeria brasi-
lera se retiró repasando el estero, esas colum-
nas estaban á tiro de cañon de ella, y la caba-
lleria del Vizconde no podria retirarse solo por-
que veia infanteria á tres mil metros. El espec-
táculo de una batalla es tan exitante, que no
hay que estrañar ninguna aberracion de los sen-
tidos.
Indudablemente que de mi narracion se dedu-
ce, que el combate tuvo lugar lejos de la trin-
chera enemiga, y que del parte del Vizconde re-
sulta otra cosa. Cuestion de óptica ó de aprecia-
ciones como diría Cabral; no por eso han de re-
sucitar, á Dios gracias, los centenares de para-
guayos que quedaron tendidos ese dia en el gran
estero.
Han cesado los rumores de paz.
La escuadra…… veo de vez en cuando le-
vantarse en el horizonte un humo blanco que as-
cendiendo en caprichosas espirales se pierde en
el cielo y de intérvalo en intérvalo en estampido
fragoroso. Esto es de dia, de noche, brilla de vez
en cuando una claridad semejante al resplandor
de una aurora boreal, y como de tiempo en tiem-
po se hace oir una poderosa detonacion, deduzco
que la escuadra se halla donde la dejamos la vez
pasada.
Apropósito de la armada imperial, ó mejor di-
cho de la 1a gran division naval encorazada.
Veo que algunos diarios de Corrientes, Buenos
Aires, Montevideo y Brasil se divierten con mi
inofensiva humanidad, fustigándome, por activa
y por pasiva; porque falseando los hechos
hoy injustos y severo, irreverente y malo con
los generales de marina brasilera.
En Corrientes, un caballero, á quien no tengo
el honor de conocer, y que me lleva la ventaja
de conocerme muy bien, dice que is estudios
militares los he hecho en Palermo. Confieso que
no lo sabia. En Buenos Aires otro caballero á
quien tampoco tengo el gusto de conocer y que
me conoce á mi, pues, está aquí á mi lado, dán-
dome la mano, todos los dias quizá, insinúa lo
bastante para que me retire de los círculos don-
de me hago fastidioso. Del enemigo el consejo,
y con tanta mas razon cuanto que siguiéndolo
dejaré de hacerme odioso. En Montevideo, otro
corresponsal me bate el cobre porque ahora tengo
un nombre que antes no tenía. En el Brasil ase-
gura otro lince de la prensa que hablo por inspi-
racion ajena. Como se vé, todo es muy gracioso,
sumamente gracioso, no puede ser mas gracioso,
asi es que me voy á permitir no descender hasta
el terreno de mi justificacion personal. No pue-
do ahora ocuparme de detalles tan importantes,
que se refieren á si escribo con buen estilo, si
me hago el convidado de piedra amenudo, si fu-
mo buenos habanos de mogollon, si estudié con
provecho en Palermo, si soy persona de fuste,
es decir, mozo decente ó un cualquiera. Qué ga-
naria la guerra con saber cuál es la madre que
me pario? Qué ganaria la historia? Lo repito, pi-
do permiso á los caballeros que he mentado pa-
ra prescindir de mi persona y sostener que es
falso este aserto del escrito titulado: Refutacion
á los ataques del corresponsal Tourlourou de la
Tribuna: “En la correspondencia no se mencio-
“na que Mitre habia ordenado al almirante de
“bajar á su antiguo fondeadero de Curuzú y que es-
“te respondió que no lo haria sino con una órden
“esplícita del Marqués de Caxias, advirtiendo
“que en este caso pediria su dimision.”
Contesto.
En la correspondencia no mencioné la órden
esa, que se pretende fué espedida y desobedeci-
da, porque ignoraba que ella hubiese sido dada.
Ahora que la revelacion se hace públicamente,
sosteniendo que el General Mitre, ha ordenado
un acto de cobardia; ahora digo que si esa órden
me mostraran firmada por el General Mitre, mi
contestacion seria: esa firma es falsa, López es
quien la ha forjado.
El General que sostuvo la necesidad de forzar
el paso de Curupaití; que sostuvo la necesidad
de forzar el paso de Humaitá, y que probable-
mente tendrá que modificar su plan de operacio-
nes, si la escuadra persiste en su actual actitud,
el General que no cree, como José Ignacio, ni
como los defensores de José Ignacio, que es su-
mamente imposible forzar á Humaitá, porque
si lo creyese no lo hubiera aconsejado, ese Ge-
neral decia, no puede haber dado la peregrina
órden que se dice dió, y no fué cumplida.
Es mas que probable, —que los que han que-
rido volver al fondeader de Curuzú sean los
que están satisfechos con lo que llamaron o fat-
to mais glorioso de esta guerra; es mas que pro-
bable, que los que han querido volver al fondea-
dero de Curuzú, sean los que han faltado á lo
que ofrecieron hacer, dos horas despues de for-
zado Curupaití, —no el General en Gefe del Ejér-
cito aliado, burlado á no dudarlo en sus espe-
ranzas y en sus conjeturas.
Antes que hable la historia hemos de saber
quien dice bien, si el defensor del almirante
brasilero ó yo. Si él, que sostiene que el Gene-
ral Mitre mandó una órden que habria sido el
mayor triunfo de Lopez, ó yo, que niego el he-
cho como emanado del General Argentino,
porque la lójica y las pruebas de carácter que
tiene dadas durante su vida militar me dicen
que hay órdenes que él nunca dará.
Hay calumnias que tienen que aclararse pron-
to; una mentira muy preñada es como una nube
muy cargada de electricidad.
Y, dígase lo que se quiera, si la escuadra bra-
silera fuese nuestra ya habria volado gloriosa-
mente en Humaitá, ó estaríamos en la Asuncion,
ó descansando de nuestras fatigas.
En mi próxima carta teniendo ya á la vista
estereotipada mi anterior, continuaré el párrafo
referente al asedio ó circunvalacion de las lineas
atrinceradas del enemigo. Veremos que dicen
entonces los que me suponen como un chiquillo
de escuela dócil y maleable, bajo la influencia de
hombres cuyo patriotismo, cuyas virtudes mili-
tares, cuyos talentos sin embargo respeto; los
que creen ofenderme acusándome de Baswelis-
mo; porque ellos si, que en su egoismo mezqui-
no, en su miserable orgullo, en su envidia roe-
dora son incapaces de entregarse a nadie con
verdadera devocion, sin pensamiento preconce-
bido, por el bien de una causa, de una relijion,
de una idea; porque ellos si, que son incapaces
de un acto de confianza generoso, de un movi-
miento de abnegacion, de rendir servicio alguno
cuyo precio no hayan antes regateado. Felizmen-
te no me aflijo! Todos ellos elevados á la quinta
potencia no me harían apartarme de mi linea de
tendencia, ni cejar del camino. Me basto á mi
mismo y puedo defenderme con mis manos, con
mis libros y mi pluma en una época en la que
todo benefactor se convierte fácilmente en ene-
migo por la sola persistencia de su actividad.
Ciegos! El porvenir es el único colirio que ilu-
minándolos los hará ser justos é imparciales.
Voy á concluir; pero no lo haré sin pedir dis-
culpas por las digresiones antecedentes.
Hoy hemos tenido un parlamente. Mejor di-
cho, dos, uno de indios del Chaco, tipos en
realidad singulares. Otro del enemigo. Con
qué objeto vino el último lo ignoro. Sé sola-
mente que el general Hornos, habló con el ma-
yor que lo presidia. No se opone lo cortés á lo
valiente, así fué que el general le mandó me-
morias á su antiguo conocido D. Francisco So-
lana. Parece que el mayor era hombre cumpli-
do. Hablando de la guerra dijo: deseo que se
acabe para que nos demos la mano. Y luego;
pero como no se ha de acabar sino cuando se
acabe el último de nosotros quien sabe cuando
será.
Las defunciones y entradas han sido hoy ma-
yores en el hospital del 1er. cuerpo que en el
del 2°. En los últimos dias han sido al reves.
El cuadro que sigue dará una idea mas cabal
de los efectos producidos por el cólera que
cuanto llevó dicho sobre él.
Hospital General del Ejército Argentino.
Estado general que demuestra el movimiento
de los coléricos en el espresado, desde el 23
de Setiembre, hasta el 9 del presente inclu-
sive.
Gefes Oficiales Tropa Total
Entraron 6 14 290 303
Murieron 6 12 129 140
Salieron á convalecer “ 2 49 51
Quedan existentes “ " 112 112
En este número no están incluidos, —ni los
bibanderos ni las mujeres, ni los chiquillos que
han sido atacados, falleciendo un buen número;
ni los enfermos en los hospitales de observacion
de los cuerpos.
Son las 10 de la noche. Corre una brisa suave,
las estrellas brillan en un cielo límpido y azu-
lado, un coro uniforme de zapos y ranas se mez-
cla al murmullo del ejército que está alegre
porque le han pagado.
Tongo no sé que presentimiento de que la
peste se vá. Si continúa espero tambien que sus
estragos no serán mayores que los esperimenta-
dos hasta aqui. El ejemplo ha aleccionado á mu-
chos. Si el General Dominguez, el Coronel Ortiz,
el Comandante Benitez y otros hubiesen vivido
mas parcimoniosamente quizá no lleváramos
luto en el corazon por ellos.
Tourlourou.
Fecha válida
1867-10-16