“El Batallón 12 de línea, en el asalto de Curupaití”
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
02 y 03-11-1866
Título/Asunto
“El Batallón 12 de línea, en el asalto de Curupaití”
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado en La Tribuna el 2 y 3 de noviembre de 1866, 1era columna. Firmado por Lucio V. Mansilla. Polémica respuesta a una publicación del Comandante Calvete publicada en La Tribuna del 5 de octubre. Defensa ante las acusaciones contra el Batallon 12 de línea por su accionar en Curupaytí. Mención a la muerte de Dominguito Sarmiento el 22 de septiembre.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Lucio V. Mansilla
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
*El Batallón 12 de linea, en el asalto de Curupaití.*
El Teniente del 9 de línea D. Rafael Ruiz de los Llanos, que a nombre de mi excelente amigo el Dr. D. Vicente Saravia tuvo la amabilidad de hacerme una visita en Curuzú con el objeto de informarse del estado de mi contusión, poco satisfecho sin duda de lo que conversó conmigo ese día, le ha escrito una carta a su jefe el intrépido Comandante Calvete, que éste ha tenido la gentileza de hacer publicar en la “Tribuna” del 5.
Qué un joven que recién comienza a vivir, haya tenido la franqueza de sus opiniones; que sus confidencias tan poco favorables a mi persona hayan coincidido con la fecha de la visita que me hizo en Curuzú, para informarse de mi salud, es un detalle.
No me sorprende.
En esto de hidalguía y de consecuencia social, cada cual tiene sus ideas; y yo no veo cuales sean los graves inconvenientes que puedan resultar de visitar a un hombre enfermo por cuenta ajena o propia, tomando en seguida la pluma para escribir una epístola confidencial en contra de él.
Lo que me sorprende, pero mucho, conociendo, como conozco, su carácter consecuente, puntilloso y previsor, es la candorosa ligereza del Comandante Calvete, que se dice mi amigo.
Es una verdadera anomalía que un Ruiz de los Llanos haya procedido como un Calvete, y un Calvete como un Ruiz de los Llanos.
Bien dijo el que dijo: “Para verdades el tiempo y para justicias Dios.”
Pero me aparto de lo capital, que es el Batallón 12 de línea, no mi persona.
Hace tiempo que ella sufre y está sufriendo aun la persecución sórdida, cobarde, rastrera, audaz, de un circulito, que todos conocen en el ejército, que no necesito nombrar para que lo adivinen, pues son conocidos los árboles que le dan sombra. Juicios y ataques desfavorables no me toman por consiguiente de nuevo.
Yo he de ir arreglando esas cuentas poco a poco, a medida que las sombras se me vayan convirtiendo en entidades tangibles, reales. Y la verdad, iluminada por los destellos de los hechos, ha de ir reivindicando sus derechos y colocando a cada hombre en su verdadera luz.
En pocos teatros déjanse estos conocer mejor que en un ejército; todo está en él de manifiesto; vívese en él con las puertas abiertas de par en par, por decirlo así, y es necesario que sean muy hábiles los que logren ocultar su fisonomía moral. La emulación, la envidia, la bondad intrínseca, la reserva discreta, la adulación, la falacia, la cobardía; así como la sinceridad, la lealtad y el valor, pueden disfrazarse por algún tiempo; pero hay una turba de Alféreces que son tan diablos, que más tarda el mismo diablo en descubrir los defectos del más solapado camastrón, que ellos en levantarle la camisa a un teniente coronel, mostrando a todo el mundo lo que vale y lo que es. Son una peste los tales Alféreces. Y sin ir tan lejos, conozco yo un tambor del 6 de línea, que anda prestado por ahí, que un día en que las papas quemaban se entretenía el muy perro, en acorrer la fila exterior de su Batallón diciéndoles a los Alféreces: “¿Mi Alférez? Mire señor la cara del Comandante; está como el parche de mi caja”. ¡Ah pícaro! Y allá iba un cintarazo, porque para eso también se pintan los tales Alféreces. Luego la disciplina es cosa terrible y si bien un Alférez puede levantarle la falda de la camisa a su Comandante o su Mayor, cómo ha de consentir que un tambor de órdenes juegue con el Jefe!
Pero dejemos estas bromas, verdaderas crónicas de fogón. Y a propósito de fogón, he aquí otro mundo. Cuantos guapos, pero muy guapos, en los círculos de los Jefes, resultan morados que es un contento, en aquellas conferencias de churrasco a dedo y de galleta a prueba de diente. Eh! Que saben los soldados, que ven ellos ocupados en alinearse, llevar el paso, cebar y cargar. Sin embargo, un cabo decía el otro día en un fogón: “Pero hombre en qué consistirá que el Comandante que tiene una voz tan linda cuando manda el ejercicio, apenas se le oye cuando nos movemos con el Batallón! No sea bárbaro, hombre contestole otro, no ve que el Comandante estaba resfriado el otro día”.
Lo repito, dejemos estas bromas. Pillastre de alférez que me las ha referido!
Falta todavía mucho que hacer, y los espectadores que han de completar los juicios de Buenos Aires y de la República entera están en campaña.
Cuando ellos vuelvan a sus hogares, y la opinión entre en el periferio de una atmósfera que no sea la de los plumistas apasionadas, que así deshacen como improvisan reputaciones, otro gallo les cantará a más de cuatro Alcibíades.
Dice el teniente Ruiz de los Llanos:
“Como a la hora se presentó el 12 de línea; pero el Mayor Mansilla se retiró como a los seis minutos mandado, dice, por Ayala, a ver a S. E. Pero después fue herido Ayala, y vio caer Goyena a nuestro infortunado amigo Sarmiento. (1)
“Esperando a cada momento nuevos refuerzos, creyendo a cada instante ver llegar el 9, Goyena, Castillo y yo mantuvimos vivo el entusiasmo de los soldados, que peleaban calorosamente, a pesar de que comenzaba el desbande en algunos batallones de la izquierda.
Como a las dos horas y media, viendo que se desbandaba el 12, que nuestras municiones estaban casi agotadas, dije al Mayor Roca que iba a retirarme y conociendo él la inutilidad de nuestro intento, me contestó, retirémonos”.
Con la venia del General en Jefe del ejército, publico a continuación el parte oficial que pasé en Curuzú.
El teniente Ruiz de los Llanos verá por él, que el Mayor Mansilla salió de la trinchera efectivamente de acuerdo con el comandante Ayala; y si oficialmente no habla este lenguaje, es porque dirigiéndose al Superior no se estila así, por mucha que sea la confianza o la amistad, que un Mayor tenga con su Jefe, que es el caso mío con el comandante Ayala. Y de paso diré, que hasta esto ha solido ser asunto de crítica. Malditos Alféreces ellos no están contentos sino cuando el Comandante y el Mayor se llevan como el perro y el gato. ¡Y yo que tengo la desgracia de tener una nube en el Batallón y que conozco otra nube de la Guardia Nacional! Felizmente los únicos que me manosean son estos últimos. Pero si con la tal Guardia Nacional solo D. Bartolo se entiende; hablo con el debido respeto; no porque diga Bartolo respeto y estimo menos al General en Jefe que los que le saludan a una legua, recalcando el Excelentísimo Señor.
No hago hincapié en los seis minutos, porque supongo que mi teniente los contaría muy bien.
Además de esto, mi reloj andaba mal, así es que el desgraciado Sarmiento marcó una hora falsa cuando me preguntó: ¿Qué hora es, amigo? Y luego sacando su libro de memorias, que conservo para ocuparme otro día de él, cuando su recuerdo me sea menos penoso, escribió: “Setiembre 22 de 1866. Son las diez. Las balas de grueso calibre explotan sobre mi batallón. ¡Salud madre!”
A mí, el mayor Mansilla, puede dañarle el haberse aguantado en la trinchera solo seis minutos. Lo que es al batallón 12 de línea, que es lo que me interesa, lo que me mueve, cuanto más se le rebaje los minutos que estuvo en ella, tanto más gana. Parece esto un juego de palabras, y sin embargo, no lo es. ¿No? A verse por qué; todo tiene su busilis en este mundo pecador.
Si al Mayor Mansilla se le rebajan los minutos, se le quita corazón; porque los neófitos creerán que solo en las trincheras, entre las ramas de los abatís, había peligro. Que fuera de ellas todas eran flores, aunque Lucio Salvadores y tantos otros hayan caído sin haberlas divisado siquiera. Pero aumentándole los minutos al batallón, resulta que sus pérdidas fueron solo obra del tiempo que estuvo en el fuego, no el resultado de la posición crítica en que se halló, como se deduce de mi parte oficial.
¡Malhadados minutos! Y no hay remedio, tengo que ocuparme de ellos. En la guerra todo es cuestión de minutos. Si no hubieran sido los minutos de retardo de Grouchy se gana la batalla de Waterloo, por los franceses.
¡Pues no dice mi teniente Ruiz de los Llanos, que el batallón 12 de línea se desbandó como a la hora!
Apelo al testimonio del Mayor D. Julio Roca, que, cuando yo marchaba sobre la trinchera me saludó al pasar, como me saludó el Alférez Goyena. Diga el primero con quien hablé después al borde de la trinchera misma, preguntándole si sabía dónde se hallaba el General Mitre, (2) si en conciencia cree, que el 12 de línea estuvo más de _veinte y cinco minutos en ella_.
Petulancia sería querer arrebatarle sus glorias a nadie. Pero puesto que se dice que el 12 de línea se desbandó, y que esto afecta su moral y el crédito de sus oficiales ninguno de los cuales abandonó su puesto de honor, forzoso es hablar para que el público dé su veredicto después de haber oído o leído al Teniente Ruiz de los Llanos, o mejor dicho al Comandante Calvete, pues según un personaje de cierto sainete, una carta no es del que la escribe sin del que la recibe. El Comandante Calvete ha de recordar el título del sainete. Él es fuerte en esta cuerda. Yo dramaturgo y hombre de espada, por desgracia, diz que soy más fuerte en tragedias.
He dicho que no quiero arrebatarle sus glorias a nadie, y es la verdad.
Quiero únicamente hacer constar estos hechos.
Primero, que el Batallón 12 de línea no se desbandó. Y si alguien que no sea un ganso hablando por boca de otro dice lo contrario, apelaré a la conciencia honrada de los que no saben mentir, exclamando mientras tanto: “arroje la primera piedra el que no haya pecado” y veremos qué tremolina de pedradas no se arma. Porque lo que es a mi Batallón, yo lo he de defender hasta con perros.
Segundo, que el Batallón 12 de línea, cuando mucho, solo estuvo veinte y cinco minutos en la trinchera. Y a este respecto, no cedo, porque, ya lo he dicho, rebajarle los minutos es arrebatarle una parte de sus glorias.
Tercero, y esto, y lo que sigue, va como apéndice, para terminar; que se retiró con más de cincuenta hombres rodeando su bandera. No quiero averiguar con cuántos se retiró el Batallón del Comandante Calvete, aunque él no lo mandó ese día; lo mandó el Capitán Olascoaga.
Cuarto, que el Batallón 12 de línea en la tarde del veinte y dos, pasó lista a ciento treinta y seis soldados.
Quinto, que si el Batallón 12 de línea se retiró de la trinchera con cincuenta soldados y pasó lista de tarde a un número tan crecido, fue porque cuarenta y dos de sus hombres escogidos, dejando siempre seis compañías, habían sido entresacados para formar una guerrilla especial, que no estuvo en la trinchera misma, sino que al mando del Teniente Viliarruel prestó muy buenos servicios, como puede decirlo el Coronel D. Mateo J. Martínez (3). Y hago notar de paso esta circunstancia, por dos razones. Primero, para que se aprecien mejor las pérdidas sufridas en la trinchera, y segundo, para que se note que no debía ser tan débil la estructura de un batallón de solo doscientas noventa y ocho plazas, cuando pudo sufrir que se le sacaran cuarenta y dos de sus mejores soldados, conservando todavía bastante vigor para marchar resueltamente al asalto, como marchó.
He terminado mi tarea. Siento solo que ella sea de carácter enojoso e ingrato. Conozco lo que son las críticas del circulito. No de balde le decía yo a Pancho Martínez, cuando después de haber hablado con el General en Jefe me retiré del campo de batalla. No me pierda usted mi capa blanca, que él no perdió por supuesto, entregándomela después. ¿Quién podía responder de que no dijeran que la había votado? ¡No decían después del diez y ocho, que ni la guerrilla del Comandante Ayala, ni el 12 de línea, mandado por mí, habían hecho nada, porque la una tuvo solo catorce bajas y el otro diez y seis! Era en vano que mis amigos dijeran: ¡pero si no los han sableado! ¡Si el 12 ha rechazado las dos cargas de la caballería! ¡Si Ayala hizo que los doscientos infantes se apretaran el gorro con sus coheteras!
Esta es la tarea de los chismosos del ejército. Marcha un batallón a la carga gritando ¡adelante! ¡viva! Les gusta el jefe. ¡Qué batallón tan entusiasta! ¡Dicen! No les gusta: si querían ahogar con gritos el miedo, ¡exclaman! Marcha otro batallón a la carga en silencio, les gusta el jefe. ¡Qué disciplina, dicen! No les gusta Mansilla, por ejemplo, y el 12 cargó en silencio: pero cómo iba el 12, exclaman, de conmovido, nadie chistaba. Y si por casualidad, matan a algunos de sus paniaguados, tachado antes de cobardes por ellos mismos, vea usted dicen, ¡y decían que era flojo! ¡Como si heridas o muerte arguyeran siempre bravura!
Yo estoy dispuesto a callarme mientras la chismografía sea parlada. Pero si escriben he de escribir.
Afortunadamente si soy tan mal Jefe de Batallón soy un tal cual embadurnador de papel, y yo me encargo solo, sin necesidad de ocurrir a mis oficiales de defender al Jefe del 12 de línea, a su Mayor, y a esta nube de alféreces, uno de los cuales me sirve de amanuense.
El Jefe accidental del Batallón N° 12 de Infantería de Línea.
He aquí el parte:
Campamento en Curuzú, Setiembre 23 de 1866.
_Al Sr. Coronel D. Mateo J. Martínez, Jefe de la 4ª Division del 2º Cuerpo de Ejército._
Cumpliendo con la orden de V. S. paso a dar cuenta de los movimientos que ha practicado en el combate de ayer, este Batallón. Después que hicieron alto nuestras columnas, el Batallón se corrió un poco hacia la derecha, y se estableció entre un estero y un montecillo que lo ponía a cubierto de los fuegos de la artillería enemiga. Así permaneció algunas horas moviéndose a medida que los disparos del enemigo parecían venir mejor dirigidos.
Mientras tanto una guerrilla de hombres escogidos, practicaba reconocimientos del terreno y se mandaban partes al Sr. General D. Emilio Mitre, según la importancia de lo que se descubría. De dichos reconocimientos, que fueron hechos algunos de ellos por el Comandante Ayala y el que suscribe en persona, resultó que las líneas enemigas eran inaccesibles por nuestro frente y por nuestra derecha, permitiendo el terreno solamente operar con algunos tiradores que podían acercarse hasta 300 metros, más o menos de la trinchera enemiga. Arrancaba esta de una laguna que tenía a la derecha un bosque impenetrable, que cubría en una dirección medio oblicua la espalda de la línea enemiga, y como de 30 metros de ancho, por el que con grandísima dificultad pasó una guerrilla. Cuando se nos ordenó que avanzáramos, el batallón intentó pasar dicho estero. Pero era imposible. Los hombres más altos se empantanaban en cuanto pisaban el borde de él.
Instruido de esto el señor General D. Emilio Mitre, ordenó que nos corriéramos a la izquierda, lo que hicimos desfilando por el flanco, paralelamente al referido estero; pero dejando la guerrilla cortada por la precipitación de los movimientos y la dificultad del terreno. Efectuado esto, organizamos nuestra columna de ataque en el punto mismo donde se encontraba el Exmo. señor General en Jefe y señor General D. Emilio Mitre. Obedeciendo a una orden de este último, el batallón se lanzó a la carga. Como a doscientos pasos encontró un estero. Desfilamos al trote, nos corrimos a la derecha para ocupar la extrema derecha de la línea, hicimos alto paralelamente a ella, dimos frente a la izquierda y rompimos el fuego. La trinchera estaba guarnecida de árboles derribados, que eran un obstáculo insuperable. Tenía un foso ancho y profundo, del lado del enemigo un parapeto cubierto de un ramaje tupido, hecho con palos a pique, por cuyos resquicios el enemigo hacía fuego de fusilería y de cañón, expeliendo bombas arrojadizas de mano. En el recodo que formaba la trinchera enemiga por la derecha, compuesta de cinco piezas, una de ellas giratoria, vomitaba sobre nuestra línea sus fuegos de enfilada. El enemigo tenía además de infantería dentro de la zanja del recodo de la derecha, que nos hacía un fuego oblicuo mortífero. En tal situación, en presencia de semejantes obstáculos, y viendo que el batallón era diezmado por minutos, convinimos con el Comandante Ayala él hacerle saber al señor General D. Emilio Mitre, o al Jefe más caracterizado que por allí cerca estuviera cuál era nuestra situación, y lo importante que sería dominar los fuegos de cañón y de fusilería de la referida batería de la derecha.
Se le daban órdenes al respecto a nuestro ayudante, el voluntario D. Onésimo Equiluz, cuando este valiente joven cayó mortalmente herido en nuestros brazos. Entonces el comandante Ayala, me ordenó fuera a dar cuenta personalmente de nuestra situación. Así lo hice, y cuando me encontraba a la altura del 6° de línea, que se hallaba en la trinchera, recibí un casco de metralla en la islilla del hombro derecho, que me dejó atolondrado. Después de este golpe, vagué un momento al acaso, y encontrando muy cerca de la trinchera al Sr. General en Jefe del Ejército, le instruí de todo. -- Él se sirvió hacerme conducir por uno de sus ayudantes de campo, y entiendo que muy poco después mandó orden de que el ejército se retirara. Supe a bordo del vapor Pavón que el comandante Ayala estaba gravemente herido, y entonces, no siendo lo que yo había recibido más que una contusión, resolví venirme a tierra después de la primera cura que me fue hecha por el Dr. Molina.
En la jornada de ayer, el batallón ha sufrido pérdidas muy sensibles. Dos jefes fuera de combate, seis oficiales muertos y siete heridos, cincuenta y ocho soldados muertos, setenta y seis heridos, quince contusos y ocho extraviados, siendo raro el que no tiene en sus armas o vestuario, las señales del plomo enemigo. Nuestra bandera está atravesada por diez y siete balazos, el General en Jefe del Ejército y el Sr. General D. Emilio Mitre, han visto al batallón lanzarse al ataque, para que yo me permita la menor mención especial. La retirada se hizo en orden con los restos que nos quedaron, conducidos por el Comandante hasta cierta altura, pues su herida le obligó a seguir el camino más corto que seguía a las ambulancias.
Adjunto a V. S. la lista nominal de las bajas que ha tenido el batallón en el asalto de ayer.
Dios guarde a V. S.
_Lucio V. Mansilla_
(1) -- Inexacto. Sarmiento fue herido primero, según el testimonio de todos los oficiales, y no poco después, sino al retirarse.
(2) -- Yo había perdido la dirección del punto donde suponía debía encontrarse el General, por la marcha tortuosa que seguimos al avanzar: la configuración del terreno y sus pajonales, no permitían ver sino a corta distancia.
(3) -- Esta guerrilla tuvo ocho bajas.
El Teniente del 9 de línea D. Rafael Ruiz de los Llanos, que a nombre de mi excelente amigo el Dr. D. Vicente Saravia tuvo la amabilidad de hacerme una visita en Curuzú con el objeto de informarse del estado de mi contusión, poco satisfecho sin duda de lo que conversó conmigo ese día, le ha escrito una carta a su jefe el intrépido Comandante Calvete, que éste ha tenido la gentileza de hacer publicar en la “Tribuna” del 5.
Qué un joven que recién comienza a vivir, haya tenido la franqueza de sus opiniones; que sus confidencias tan poco favorables a mi persona hayan coincidido con la fecha de la visita que me hizo en Curuzú, para informarse de mi salud, es un detalle.
No me sorprende.
En esto de hidalguía y de consecuencia social, cada cual tiene sus ideas; y yo no veo cuales sean los graves inconvenientes que puedan resultar de visitar a un hombre enfermo por cuenta ajena o propia, tomando en seguida la pluma para escribir una epístola confidencial en contra de él.
Lo que me sorprende, pero mucho, conociendo, como conozco, su carácter consecuente, puntilloso y previsor, es la candorosa ligereza del Comandante Calvete, que se dice mi amigo.
Es una verdadera anomalía que un Ruiz de los Llanos haya procedido como un Calvete, y un Calvete como un Ruiz de los Llanos.
Bien dijo el que dijo: “Para verdades el tiempo y para justicias Dios.”
Pero me aparto de lo capital, que es el Batallón 12 de línea, no mi persona.
Hace tiempo que ella sufre y está sufriendo aun la persecución sórdida, cobarde, rastrera, audaz, de un circulito, que todos conocen en el ejército, que no necesito nombrar para que lo adivinen, pues son conocidos los árboles que le dan sombra. Juicios y ataques desfavorables no me toman por consiguiente de nuevo.
Yo he de ir arreglando esas cuentas poco a poco, a medida que las sombras se me vayan convirtiendo en entidades tangibles, reales. Y la verdad, iluminada por los destellos de los hechos, ha de ir reivindicando sus derechos y colocando a cada hombre en su verdadera luz.
En pocos teatros déjanse estos conocer mejor que en un ejército; todo está en él de manifiesto; vívese en él con las puertas abiertas de par en par, por decirlo así, y es necesario que sean muy hábiles los que logren ocultar su fisonomía moral. La emulación, la envidia, la bondad intrínseca, la reserva discreta, la adulación, la falacia, la cobardía; así como la sinceridad, la lealtad y el valor, pueden disfrazarse por algún tiempo; pero hay una turba de Alféreces que son tan diablos, que más tarda el mismo diablo en descubrir los defectos del más solapado camastrón, que ellos en levantarle la camisa a un teniente coronel, mostrando a todo el mundo lo que vale y lo que es. Son una peste los tales Alféreces. Y sin ir tan lejos, conozco yo un tambor del 6 de línea, que anda prestado por ahí, que un día en que las papas quemaban se entretenía el muy perro, en acorrer la fila exterior de su Batallón diciéndoles a los Alféreces: “¿Mi Alférez? Mire señor la cara del Comandante; está como el parche de mi caja”. ¡Ah pícaro! Y allá iba un cintarazo, porque para eso también se pintan los tales Alféreces. Luego la disciplina es cosa terrible y si bien un Alférez puede levantarle la falda de la camisa a su Comandante o su Mayor, cómo ha de consentir que un tambor de órdenes juegue con el Jefe!
Pero dejemos estas bromas, verdaderas crónicas de fogón. Y a propósito de fogón, he aquí otro mundo. Cuantos guapos, pero muy guapos, en los círculos de los Jefes, resultan morados que es un contento, en aquellas conferencias de churrasco a dedo y de galleta a prueba de diente. Eh! Que saben los soldados, que ven ellos ocupados en alinearse, llevar el paso, cebar y cargar. Sin embargo, un cabo decía el otro día en un fogón: “Pero hombre en qué consistirá que el Comandante que tiene una voz tan linda cuando manda el ejercicio, apenas se le oye cuando nos movemos con el Batallón! No sea bárbaro, hombre contestole otro, no ve que el Comandante estaba resfriado el otro día”.
Lo repito, dejemos estas bromas. Pillastre de alférez que me las ha referido!
Falta todavía mucho que hacer, y los espectadores que han de completar los juicios de Buenos Aires y de la República entera están en campaña.
Cuando ellos vuelvan a sus hogares, y la opinión entre en el periferio de una atmósfera que no sea la de los plumistas apasionadas, que así deshacen como improvisan reputaciones, otro gallo les cantará a más de cuatro Alcibíades.
Dice el teniente Ruiz de los Llanos:
“Como a la hora se presentó el 12 de línea; pero el Mayor Mansilla se retiró como a los seis minutos mandado, dice, por Ayala, a ver a S. E. Pero después fue herido Ayala, y vio caer Goyena a nuestro infortunado amigo Sarmiento. (1)
“Esperando a cada momento nuevos refuerzos, creyendo a cada instante ver llegar el 9, Goyena, Castillo y yo mantuvimos vivo el entusiasmo de los soldados, que peleaban calorosamente, a pesar de que comenzaba el desbande en algunos batallones de la izquierda.
Como a las dos horas y media, viendo que se desbandaba el 12, que nuestras municiones estaban casi agotadas, dije al Mayor Roca que iba a retirarme y conociendo él la inutilidad de nuestro intento, me contestó, retirémonos”.
Con la venia del General en Jefe del ejército, publico a continuación el parte oficial que pasé en Curuzú.
El teniente Ruiz de los Llanos verá por él, que el Mayor Mansilla salió de la trinchera efectivamente de acuerdo con el comandante Ayala; y si oficialmente no habla este lenguaje, es porque dirigiéndose al Superior no se estila así, por mucha que sea la confianza o la amistad, que un Mayor tenga con su Jefe, que es el caso mío con el comandante Ayala. Y de paso diré, que hasta esto ha solido ser asunto de crítica. Malditos Alféreces ellos no están contentos sino cuando el Comandante y el Mayor se llevan como el perro y el gato. ¡Y yo que tengo la desgracia de tener una nube en el Batallón y que conozco otra nube de la Guardia Nacional! Felizmente los únicos que me manosean son estos últimos. Pero si con la tal Guardia Nacional solo D. Bartolo se entiende; hablo con el debido respeto; no porque diga Bartolo respeto y estimo menos al General en Jefe que los que le saludan a una legua, recalcando el Excelentísimo Señor.
No hago hincapié en los seis minutos, porque supongo que mi teniente los contaría muy bien.
Además de esto, mi reloj andaba mal, así es que el desgraciado Sarmiento marcó una hora falsa cuando me preguntó: ¿Qué hora es, amigo? Y luego sacando su libro de memorias, que conservo para ocuparme otro día de él, cuando su recuerdo me sea menos penoso, escribió: “Setiembre 22 de 1866. Son las diez. Las balas de grueso calibre explotan sobre mi batallón. ¡Salud madre!”
A mí, el mayor Mansilla, puede dañarle el haberse aguantado en la trinchera solo seis minutos. Lo que es al batallón 12 de línea, que es lo que me interesa, lo que me mueve, cuanto más se le rebaje los minutos que estuvo en ella, tanto más gana. Parece esto un juego de palabras, y sin embargo, no lo es. ¿No? A verse por qué; todo tiene su busilis en este mundo pecador.
Si al Mayor Mansilla se le rebajan los minutos, se le quita corazón; porque los neófitos creerán que solo en las trincheras, entre las ramas de los abatís, había peligro. Que fuera de ellas todas eran flores, aunque Lucio Salvadores y tantos otros hayan caído sin haberlas divisado siquiera. Pero aumentándole los minutos al batallón, resulta que sus pérdidas fueron solo obra del tiempo que estuvo en el fuego, no el resultado de la posición crítica en que se halló, como se deduce de mi parte oficial.
¡Malhadados minutos! Y no hay remedio, tengo que ocuparme de ellos. En la guerra todo es cuestión de minutos. Si no hubieran sido los minutos de retardo de Grouchy se gana la batalla de Waterloo, por los franceses.
¡Pues no dice mi teniente Ruiz de los Llanos, que el batallón 12 de línea se desbandó como a la hora!
Apelo al testimonio del Mayor D. Julio Roca, que, cuando yo marchaba sobre la trinchera me saludó al pasar, como me saludó el Alférez Goyena. Diga el primero con quien hablé después al borde de la trinchera misma, preguntándole si sabía dónde se hallaba el General Mitre, (2) si en conciencia cree, que el 12 de línea estuvo más de _veinte y cinco minutos en ella_.
Petulancia sería querer arrebatarle sus glorias a nadie. Pero puesto que se dice que el 12 de línea se desbandó, y que esto afecta su moral y el crédito de sus oficiales ninguno de los cuales abandonó su puesto de honor, forzoso es hablar para que el público dé su veredicto después de haber oído o leído al Teniente Ruiz de los Llanos, o mejor dicho al Comandante Calvete, pues según un personaje de cierto sainete, una carta no es del que la escribe sin del que la recibe. El Comandante Calvete ha de recordar el título del sainete. Él es fuerte en esta cuerda. Yo dramaturgo y hombre de espada, por desgracia, diz que soy más fuerte en tragedias.
He dicho que no quiero arrebatarle sus glorias a nadie, y es la verdad.
Quiero únicamente hacer constar estos hechos.
Primero, que el Batallón 12 de línea no se desbandó. Y si alguien que no sea un ganso hablando por boca de otro dice lo contrario, apelaré a la conciencia honrada de los que no saben mentir, exclamando mientras tanto: “arroje la primera piedra el que no haya pecado” y veremos qué tremolina de pedradas no se arma. Porque lo que es a mi Batallón, yo lo he de defender hasta con perros.
Segundo, que el Batallón 12 de línea, cuando mucho, solo estuvo veinte y cinco minutos en la trinchera. Y a este respecto, no cedo, porque, ya lo he dicho, rebajarle los minutos es arrebatarle una parte de sus glorias.
Tercero, y esto, y lo que sigue, va como apéndice, para terminar; que se retiró con más de cincuenta hombres rodeando su bandera. No quiero averiguar con cuántos se retiró el Batallón del Comandante Calvete, aunque él no lo mandó ese día; lo mandó el Capitán Olascoaga.
Cuarto, que el Batallón 12 de línea en la tarde del veinte y dos, pasó lista a ciento treinta y seis soldados.
Quinto, que si el Batallón 12 de línea se retiró de la trinchera con cincuenta soldados y pasó lista de tarde a un número tan crecido, fue porque cuarenta y dos de sus hombres escogidos, dejando siempre seis compañías, habían sido entresacados para formar una guerrilla especial, que no estuvo en la trinchera misma, sino que al mando del Teniente Viliarruel prestó muy buenos servicios, como puede decirlo el Coronel D. Mateo J. Martínez (3). Y hago notar de paso esta circunstancia, por dos razones. Primero, para que se aprecien mejor las pérdidas sufridas en la trinchera, y segundo, para que se note que no debía ser tan débil la estructura de un batallón de solo doscientas noventa y ocho plazas, cuando pudo sufrir que se le sacaran cuarenta y dos de sus mejores soldados, conservando todavía bastante vigor para marchar resueltamente al asalto, como marchó.
He terminado mi tarea. Siento solo que ella sea de carácter enojoso e ingrato. Conozco lo que son las críticas del circulito. No de balde le decía yo a Pancho Martínez, cuando después de haber hablado con el General en Jefe me retiré del campo de batalla. No me pierda usted mi capa blanca, que él no perdió por supuesto, entregándomela después. ¿Quién podía responder de que no dijeran que la había votado? ¡No decían después del diez y ocho, que ni la guerrilla del Comandante Ayala, ni el 12 de línea, mandado por mí, habían hecho nada, porque la una tuvo solo catorce bajas y el otro diez y seis! Era en vano que mis amigos dijeran: ¡pero si no los han sableado! ¡Si el 12 ha rechazado las dos cargas de la caballería! ¡Si Ayala hizo que los doscientos infantes se apretaran el gorro con sus coheteras!
Esta es la tarea de los chismosos del ejército. Marcha un batallón a la carga gritando ¡adelante! ¡viva! Les gusta el jefe. ¡Qué batallón tan entusiasta! ¡Dicen! No les gusta: si querían ahogar con gritos el miedo, ¡exclaman! Marcha otro batallón a la carga en silencio, les gusta el jefe. ¡Qué disciplina, dicen! No les gusta Mansilla, por ejemplo, y el 12 cargó en silencio: pero cómo iba el 12, exclaman, de conmovido, nadie chistaba. Y si por casualidad, matan a algunos de sus paniaguados, tachado antes de cobardes por ellos mismos, vea usted dicen, ¡y decían que era flojo! ¡Como si heridas o muerte arguyeran siempre bravura!
Yo estoy dispuesto a callarme mientras la chismografía sea parlada. Pero si escriben he de escribir.
Afortunadamente si soy tan mal Jefe de Batallón soy un tal cual embadurnador de papel, y yo me encargo solo, sin necesidad de ocurrir a mis oficiales de defender al Jefe del 12 de línea, a su Mayor, y a esta nube de alféreces, uno de los cuales me sirve de amanuense.
El Jefe accidental del Batallón N° 12 de Infantería de Línea.
He aquí el parte:
Campamento en Curuzú, Setiembre 23 de 1866.
_Al Sr. Coronel D. Mateo J. Martínez, Jefe de la 4ª Division del 2º Cuerpo de Ejército._
Cumpliendo con la orden de V. S. paso a dar cuenta de los movimientos que ha practicado en el combate de ayer, este Batallón. Después que hicieron alto nuestras columnas, el Batallón se corrió un poco hacia la derecha, y se estableció entre un estero y un montecillo que lo ponía a cubierto de los fuegos de la artillería enemiga. Así permaneció algunas horas moviéndose a medida que los disparos del enemigo parecían venir mejor dirigidos.
Mientras tanto una guerrilla de hombres escogidos, practicaba reconocimientos del terreno y se mandaban partes al Sr. General D. Emilio Mitre, según la importancia de lo que se descubría. De dichos reconocimientos, que fueron hechos algunos de ellos por el Comandante Ayala y el que suscribe en persona, resultó que las líneas enemigas eran inaccesibles por nuestro frente y por nuestra derecha, permitiendo el terreno solamente operar con algunos tiradores que podían acercarse hasta 300 metros, más o menos de la trinchera enemiga. Arrancaba esta de una laguna que tenía a la derecha un bosque impenetrable, que cubría en una dirección medio oblicua la espalda de la línea enemiga, y como de 30 metros de ancho, por el que con grandísima dificultad pasó una guerrilla. Cuando se nos ordenó que avanzáramos, el batallón intentó pasar dicho estero. Pero era imposible. Los hombres más altos se empantanaban en cuanto pisaban el borde de él.
Instruido de esto el señor General D. Emilio Mitre, ordenó que nos corriéramos a la izquierda, lo que hicimos desfilando por el flanco, paralelamente al referido estero; pero dejando la guerrilla cortada por la precipitación de los movimientos y la dificultad del terreno. Efectuado esto, organizamos nuestra columna de ataque en el punto mismo donde se encontraba el Exmo. señor General en Jefe y señor General D. Emilio Mitre. Obedeciendo a una orden de este último, el batallón se lanzó a la carga. Como a doscientos pasos encontró un estero. Desfilamos al trote, nos corrimos a la derecha para ocupar la extrema derecha de la línea, hicimos alto paralelamente a ella, dimos frente a la izquierda y rompimos el fuego. La trinchera estaba guarnecida de árboles derribados, que eran un obstáculo insuperable. Tenía un foso ancho y profundo, del lado del enemigo un parapeto cubierto de un ramaje tupido, hecho con palos a pique, por cuyos resquicios el enemigo hacía fuego de fusilería y de cañón, expeliendo bombas arrojadizas de mano. En el recodo que formaba la trinchera enemiga por la derecha, compuesta de cinco piezas, una de ellas giratoria, vomitaba sobre nuestra línea sus fuegos de enfilada. El enemigo tenía además de infantería dentro de la zanja del recodo de la derecha, que nos hacía un fuego oblicuo mortífero. En tal situación, en presencia de semejantes obstáculos, y viendo que el batallón era diezmado por minutos, convinimos con el Comandante Ayala él hacerle saber al señor General D. Emilio Mitre, o al Jefe más caracterizado que por allí cerca estuviera cuál era nuestra situación, y lo importante que sería dominar los fuegos de cañón y de fusilería de la referida batería de la derecha.
Se le daban órdenes al respecto a nuestro ayudante, el voluntario D. Onésimo Equiluz, cuando este valiente joven cayó mortalmente herido en nuestros brazos. Entonces el comandante Ayala, me ordenó fuera a dar cuenta personalmente de nuestra situación. Así lo hice, y cuando me encontraba a la altura del 6° de línea, que se hallaba en la trinchera, recibí un casco de metralla en la islilla del hombro derecho, que me dejó atolondrado. Después de este golpe, vagué un momento al acaso, y encontrando muy cerca de la trinchera al Sr. General en Jefe del Ejército, le instruí de todo. -- Él se sirvió hacerme conducir por uno de sus ayudantes de campo, y entiendo que muy poco después mandó orden de que el ejército se retirara. Supe a bordo del vapor Pavón que el comandante Ayala estaba gravemente herido, y entonces, no siendo lo que yo había recibido más que una contusión, resolví venirme a tierra después de la primera cura que me fue hecha por el Dr. Molina.
En la jornada de ayer, el batallón ha sufrido pérdidas muy sensibles. Dos jefes fuera de combate, seis oficiales muertos y siete heridos, cincuenta y ocho soldados muertos, setenta y seis heridos, quince contusos y ocho extraviados, siendo raro el que no tiene en sus armas o vestuario, las señales del plomo enemigo. Nuestra bandera está atravesada por diez y siete balazos, el General en Jefe del Ejército y el Sr. General D. Emilio Mitre, han visto al batallón lanzarse al ataque, para que yo me permita la menor mención especial. La retirada se hizo en orden con los restos que nos quedaron, conducidos por el Comandante hasta cierta altura, pues su herida le obligó a seguir el camino más corto que seguía a las ambulancias.
Adjunto a V. S. la lista nominal de las bajas que ha tenido el batallón en el asalto de ayer.
Dios guarde a V. S.
_Lucio V. Mansilla_
(1) -- Inexacto. Sarmiento fue herido primero, según el testimonio de todos los oficiales, y no poco después, sino al retirarse.
(2) -- Yo había perdido la dirección del punto donde suponía debía encontrarse el General, por la marcha tortuosa que seguimos al avanzar: la configuración del terreno y sus pajonales, no permitían ver sino a corta distancia.
(3) -- Esta guerrilla tuvo ocho bajas.
Fecha válida
1866-11-02