“Correspondencia de Falstaff”
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
1° y 02-10-1866
Título/Asunto
“Correspondencia de Falstaff”
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado el 1 y 2 de octubre de 1866 en La Tribuna, p. 2, 2da columna. Carta firmada por Falstaff (seudónimo). La fecha de la carta corresponde al 28 de septiembre de 1866. Se refieren los hechos y pérdidas del "drama del 22 [22/9]", cuando fallecen Dominguito Sarmiento y Francisco Paz (hijo del vicepresidente). Referencia a Mansilla. Se transcriben la proclama del general Flores, con la que se aleja del frente de batalla, y una carta del médico Muñiz al jefe del Estado Mayor del Ejército, Gelly y Obes, acerca de la saturación de los espacios destinados a la curación de heridos y la falta de médicos.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Falstaff (Seudónimo atribuido a Lucio V. Mansilla/Héctor Varela)
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
El rechazo de Curupaytí. “Un ataque atrevido y heroico”. Muerte de Dominguito Sarmiento y otros jefes oficiales respetados y queridos. Proclama del general Flores.
Corrientes, 28 de septiembre de 1866.
4 de la tarde.
No tengo embarazo alguno en decirles que recién el día de hoy he podido tener, ni diré calma, pero si al menos un poco de sosiego.
Después de una batalla, hay otra muy importante a que asistir, amigos míos, y esta es a la que he estado asistiendo yo desde el espléndido combate sobre los muros de Curupaytí, donde el heroísmo incontrastable de nuestros soldados, ha legado una página brillante a la historia militar de la República.
Mucho, muchísimo me he agitado desde el 22.
En primer lugar, he deseado conversar con todos para penetrarme de la verdad de lo ocurrido, y conocer hasta en sus más íntimos detalles, el drama del 22.
En segundo lugar, he querido hacer lo posible también para aliviar la suerte de nuestros compañeros heridos, que en su mayor parte me consta son amigos de ustedes.
Empezaré, pues, por el principio, tratando de hablarles de todo un poco.
El ataque del 22 resulta, como se lo dije a ustedes al principio, que ha sido uno de los hechos más atrevidos, más heroicos, más gloriosos que se conocen en los anales militares de toda la América.
Aun cuando en mi anterior bosquejé a grandes rasgos los hechos de ese día se los ampliaré ahora haciéndoles una ligera relación de la colocación que llevaban las divisiones de nuestro ejército, de la marcha que llevaron, y del rol que a cada uno le cupo en tan sangrienta jornada.
Diré a ustedes antes de todo que parece indudable que el movimiento se precipitó por haber indicado la conveniencia de que así fuera el señor consejero Octaviano.
Como todo se hallaba preparado, parece también que el señor Presidente no tuvo inconveniente en acceder a esta indicación, que por otra parte encontraba eco en el corazón de todos los soldados del ejército.
A las 7.00 de la mañana la escuadra empezó el bombardeo sobre las posiciones de Curupaytí .
A las 8.00, el ejército emprendió también su marcha lentamente en dirección a aquel punto.
El primer cuerpo y el segundo llevaban sus columnas perfectamente organizadas y listas, con escaleras, fajinas y demás instrumentos para el asalto.
El entusiasmo de los soldados en aquel momento era inmenso pues sus gritos de alegría se mezclaban con los ecos delas músicas que poblaban los aires.
Las columnas siguieron marchando hasta llegar a una altura en la que una batería enemiga que quedaba a la derecha rompió el fuego, aunque sin hacernos mal.
Un instante después, nuestras columnas se detenían en el punto en que debían esperar la orden de asalto.
Entre tanto el enemigo no cesaba su cañoneo; y este era tan sostenido que por él se podía juzgar que el bombardeo de la escuadra no hacía daño a los paraguayos, ni debilitaba sus fuegos.
Al fin llegó el momento supremo del ataque, y las divisiones 4a, 1a y 7a del primer cuerpo, a los gritos de ¡viva la libertad!, ¡viva la República! cargaron con ese ardor indomable nunca desmentido en el soldado argentino.
La 4a división del 2° cuerpo debía llevar su ataque por otro lado, es decir, más a la derecha.
De estas divisiones, los batallones 9º y 12º de línea y 3° de Entre Ríos debían asaltar. El batallón 2° de línea, y el 1° del 2° de Guardias Nacionales, le servían de reserva.
El 12° de línea, que con su gallardo Mansilla a la cabeza había avanzado por el punto que se le indicó tuvo que retroceder después de haber hecho varios reconocimientos bajo el fuego del enemigo y haberse encontrado con un estero fangoso, en el cual el agua daba a la cintura de los soldados. Como era natural, por medio de una maniobra rápidamente ejecutada, el comandante Mansilla retrocedió teniendo que venir a entrar por el mismo punto por el que momentos antes desfilaron los batallones del primer cuerpo.
En vista de este incidente todos se preguntan admirados: ¿se habrá reconocido en el terreno que se iba a operar? Y si se había reconocido, como es natural suponerlo, ¿qué explicación tiene eso demandar un batallón a que se encuentre con un estero completamente impenetrable?
Por la derecha, nuestras divisiones habían tenido que avanzar también por un camino capaz de detener a cualquier soldado que no fueran estos héroes invencibles, hasta que al fin llegan al borde de la primera zanja del enemigo.
Aquel fué, mis queridos amigos, el momento terrible del sangriento combate; pues por espacio de tres horas, nuestros soldados tuvieron que batirse a quemarropa y a cuerpo gentil.
La mortandad de jefes y heridos que hemos tenido, se explica porque yendo éstos a caballo, y hallándose todos en primera línea alentando a sus soldados, servían de verdadero blanco a los paraguayos que les apuntaban como para cazarlos.
Después del rudo combate del que les he hablado, y cuando ya se había perdido la esperanza de escalar las posiciones enemigas, defendidas por una verdadera muralla formada de troncos, árboles espinosos, ladrillos y tierra, los generales aliados Mitre y Porto Alegre combinaron efectuar la retirada, la que ambas partes se hizo con el mayor orden y recogiendo casi todos los heridos que habían quedado al borde de la trinchera.
No sólo los jefes han cumplido en esta jornada dignamente con su deber. Todos los generales aliados han estado expuestos al fuego, desde que se inició hasta que concluyó el combate.
El general Mitre dirigió algunas palabras de felicitación al barón de Porto Alegre por su calma y tranquilidad en medio del combate.
El jefe brasileño le devolvió la galantería diciéndole: “que era imposible encontrar en el mundo soldados más valientes que los del ejército argentino” .
Lo que dije a ustedes en mi anterior respecto de la escuadra, tengo que confirmarlo ahora.
Me consta que varios comandantes y muchos oficiales de la escuadra estaban indignados de que no se les hubiese dado la orden de irse a colocar resueltamente bajo los muros de Curupaytí que ellos dicen habrían reducido a escombros con los cañones de sus acorazados.
Lo creo, pues esa brillante oficialidad no tiene la mansedumbre incomparable del señor Tamandaré, que no pude averiguar qué buque montaba en el momento del bombardeo.
Queda ahora el general Polidoro.
Como ustedes saben, estaba convenido en el plan general de ataque, que mientras el general Mitre se lanzaba sobre Curupaytí, y el general Flores flanqueaba la izquierda de las posiciones enemigas, el general Polidoro atacaría el centro de las posiciones de Tuyutí .
Los dos primeros movimientos fueron ejecutados: Mitre atacó, y Flores flanqueó .
¿Por qué se detuvo Polidoro? En mi carta anterior, prometí averiguarlo, inclinándome entonces a creer que habría procedido así en virtud de órdenes recibidas.
Aunque sea grave, les diré ahora que no fue así; y que me aseguran de una manera positiva, que el general Gelly, viendo que el general Polidoro no ejecutaba el movimiento, y no comprendiendo la causa que tuvo para ello, le pidió que le cediese el mando del ejército, y que él atacaría.
Como le digo, esto es grave, y a no ser la fe que me merece la persona que me lo ha dicho, no me lanzaría a comunicárselo a ustedes. Lo que sé, es que el día 26 hubo consejo de guerra en Curuzú . Este duró bastante: más de uno de los asistentes levantó la voz, no sé si para componerse el pecho o para dejar oír algunas verdades. Ya presumirán ustedes que ahora no han de faltar recriminaciones.
Cuando quiebra un banco, todos los socios se pelean. Sea esto dicho de paso, y sin alusiones.
En el consejo de generales, se acordó que el presidente Mitre regresase con su ejército a Tuyutí .
Al efecto hoy temprano se empezó a embarcarla artillería, debiendo seguirle de cerca el resto del ejército.
Me aseguran que Porto Alegre quedará en Curuzú .
No lo sé de cierto, pero me cuesta creerlo, pues a mi juicio, su posición sería muy grave.
De la escuadra, no ha llegado hasta mí lo que haría el señor vizconde, si bien no falta quien diga, que volverá a ocupar las posiciones en que se balanceaba, antes de la toma de Curuzú .
Yo salí de este punto el 26 a la noche, y fui a dormir a Itapirú, de donde llegué hoy temprano.
El 27 los paraguayos bombardearon un par de horas el campamento aliado de Tuyutí . Felizmente no tuvimos arriba de 8, o 10 hombres fuera de combate.
A la fecha, supongo que ese pueblo conocerá ya el nombre de los valientes que perdimos el 22 y el de los heridos que tuvimos en tan sangrienta jornada.
Estas pérdidas son, amigos del alma, las que harán dar al hecho de Curupaytí mucha más importancia de la que en sí tiene.
Un contraste se sufre todos los días en la guerra; pero lo que aflige a un pueblo, es la pérdida de vidas tan preciosas como las que nos cuesta el hecho de Curupaytí .
Hay infinidad de episodios heroicos que desearía transmitirles, pero ahora me faltaría el tiempo de hacerlo.
Algo les diré, no obstante.
El valiente Charlone, ese gigante del valor, como le llamaba uno de sus compañeros, cuyo aprendizaje se hizo al lado de Garibaldi, y que hace veinte años peleaba por la libertad de estos países, recibió cuatro balazos.
Uno de ellos en el pecho. Era tan grande la herida que respiraba por ella.
Al verlo, un médico brasileño dijo que no comprendía cómo vivía todavía.
Charlone, moribundo ya, oyó aquellas palabras, y volviendo sus ojos apagados por el dolor hacia el facultativo, iba a contestarle… pero la muerte le sorprendió .
Sarmiento, esa bella esperanza de la juventud argentina, recibió un balazo en el tendón de Aquiles. Al verlo caer, el noble don Mateo J. Martínez, pidió permiso al general Mitre para mandarlo recoger.
Éste ordenó en el acto que fuesen a su busca.
El niño estaba caído; pero con su revólver en la mano. Al ver que se le acercaban, creyendo que fuese algún enemigo que intentaba profanar su desgracia, iba a hacerle fuego.
Lo tranquilizaron, lo llevaron al campamento, pero era tarde.
La inmensa cantidad de sangre que había perdido le hizo desfallecer, y espiró en los brazos de sus amigos.
Roseti y Lucio Salvadores, esos dos jóvenes en edad, pero viejos en los campos de batalla donde se combatía por la libertad, han sido menos felices que sus compañeros, pues sus cadáveres no se han encontrado.
El general Rivas va mejor de su herida. Hay esperanza de salvarle la mano sin necesidad de amputación.
Dios lo quiera.
El joven Francisco Paz, hijo del vicepresidente, acaba de morir también.
Sus restos bajarán a esa, con los de Sarmiento.
Los de Charlone se embarcaron ayer en el Iron King.
En este vapor van de pasaje, los comandantes Ayala y Calvete. La herida del primero, no es buena. La del segundo, es poca cosa, y va bien.
En el Eponina, que debe salir mañana o pasado, van muchos heridos.
Los hospitales de esta siguen tan bien atendidos como es posible que lo sean.
El doctor Muñiz y los médicos españoles, incansables.
La conducta de los facultativos brasileños, es digna de todo elogio. En mi anterior, olvidé mandarle la proclama del general Flores. Ahí va:
“¡Soldados brasileños, argentinos y orientales! Una de esas fatalidades que el destino se complace en hacer superiores a los esfuerzos de mi voluntad, me obliga a separarme de vosotros momentáneamente. ¡Este momento es uno de los más sensibles para mi corazón!.
Al alejarme del frente de los héroes que en cien combates probaron al mundo su valor indomable, su moralidad y disciplina, ¿qué les puedo recomendar que desde ya no le vea cumplido?. Soldados: seguid en el honroso camino que os habéis trazado y el día del combate tened presentes vuestros gloriosos antecedentes, para no mancillarlos; y cada uno de vosotros seréis un héroe, destinado a vengar los manes ilustres de Sampayo, Rivero, Palleja, Argüero y tantas otras nobles víctimas inmoladas por el fanatismo de nuestros enemigos. No olvidéis, en medio de vuestro arrojo como valientes, que una de las primeras cualidades de los soldados de nuestro temple es ser generosos y humanos con el vencido, pues el móvil de la presente cruzada solo tiene por objeto hacer la guerra al más bárbaro de los tiranos del siglo XIX y no al pueblo paraguayo, al que sólo venimos a dar libertad, patria e instituciones.
Se despide de vosotros vuestro general y amigo, Venancio Flores.”
Al tiempo de cerrar esta carta, me facilitan copia de la siguiente nota pasada por el doctor Muñiz al Presidente:
“Corrientes 25 de septiembre.
Al señor jefe del Estado Mayor General, general Juan A. Gelly y Obes.
Participo a vuestra señoría que habiendo completamente llenado de heridos los hospitales de Batería, Santo Domingo y La Cruz, incluyendo sus corredores y el teatro de Vera, me vi obligado a recurrir al señor gobernador de la provincia a fin de que se sirviera proporcionarme local capaz de contener un número indefinido de heridos.
Antes de ayer me fueron entregadas las llaves de dos casas contiguas al hospital de La Cruz. Las dos están hoy colmadas y hasta apiñados los heridos en los corredores.
En vista de la necesidad de un nuevo espacio, que contuviera los heridos que están llegando y otros que vendrán, he vuelto a implorar al auxilio de la primera autoridad de la provincia y del señor jefe político.
Estos señores, interesados en el bien de aquellos desgraciados, espero que hoy mismo me facilitaran local conveniente al objeto indicado.
Con fecha 16 del corriente transmití a vuestra señoría la lista nominal de los individuos de larga curación o inútiles.
Los facultativos que existen actualmente al servicio de estos hospitales son ocho, conmigo, y de estos, el doctor don Manuel García deja el servicio el 28 del presente, sin que pueda contar tampoco con seguridad con el doctor Santos, el cual hace dos meses que continúa al servicio, a mis ruegos.
Esta triste circunstancia me ha obligado a pedir encarecidamente al señor gobernador y al jefe político se sirvan estimular el patriotismo y la humanidad de los facultativos de la población para que compartan con nosotros el santo trabajo de curar y asistir a nuestros hermanos. Tal vez no sea posible proporcionar a todos ellos camas completas y alguna otra comodidad; pero la curación, señor, de sus gloriosas heridas, creo no les faltará jamás, pues aunque pocos, multiplicaremos nuestras tareas hasta donde las fuerzas nos acompañen, en cumplimiento del sagrado deber a que estamos consagrados mis compañeros y yo.
A pesar de ello, acreciendo en número de heridos en grado considerable y supuesto que en definitiva todos ellos deban venir a los hospitales de Corrientes, sería un poderoso auxilio, si algunos médicos del ejército nos acompañaran cuando no fuera más que por diez ó quince días.
Espero autorización del Estado Mayor General y buques para remitir a Buenos Aires los heridos, inútiles y de larga curación que posible fuera. Debo indicar que en el vapor de la carrera que sale de Corrientes para Buenos Aires el 28, irá el doctor García, quien pudiera hacerse cargo de la curación de los heridos durante la navegación; después no será posible disponer un médico que los atienda siendo tan reducido su número.
Dios guarde...
¿Será posible, por el amor de Dios, que los médicos de esa no se conmuevan?
¿Dejarán que nuestros heridos se mueran por no tener quien los cuide?
Esto es infame. Última hora.
Llega La Argentina de Curuzú, y deja embarcado una parte del ejército argentino. Va a Tuyutí .
Se habla de una nueva conferencia de generales, con asistencia del señor Octaviano. Se habla de otras cosas que prefiero no repetir.
Llegó el Paysandú con dos buques cargados de caballos. El Susan Bearn entró también.
Falstaff
2 de octubre de 1866.
Corrientes, 28 de septiembre de 1866.
4 de la tarde.
No tengo embarazo alguno en decirles que recién el día de hoy he podido tener, ni diré calma, pero si al menos un poco de sosiego.
Después de una batalla, hay otra muy importante a que asistir, amigos míos, y esta es a la que he estado asistiendo yo desde el espléndido combate sobre los muros de Curupaytí, donde el heroísmo incontrastable de nuestros soldados, ha legado una página brillante a la historia militar de la República.
Mucho, muchísimo me he agitado desde el 22.
En primer lugar, he deseado conversar con todos para penetrarme de la verdad de lo ocurrido, y conocer hasta en sus más íntimos detalles, el drama del 22.
En segundo lugar, he querido hacer lo posible también para aliviar la suerte de nuestros compañeros heridos, que en su mayor parte me consta son amigos de ustedes.
Empezaré, pues, por el principio, tratando de hablarles de todo un poco.
El ataque del 22 resulta, como se lo dije a ustedes al principio, que ha sido uno de los hechos más atrevidos, más heroicos, más gloriosos que se conocen en los anales militares de toda la América.
Aun cuando en mi anterior bosquejé a grandes rasgos los hechos de ese día se los ampliaré ahora haciéndoles una ligera relación de la colocación que llevaban las divisiones de nuestro ejército, de la marcha que llevaron, y del rol que a cada uno le cupo en tan sangrienta jornada.
Diré a ustedes antes de todo que parece indudable que el movimiento se precipitó por haber indicado la conveniencia de que así fuera el señor consejero Octaviano.
Como todo se hallaba preparado, parece también que el señor Presidente no tuvo inconveniente en acceder a esta indicación, que por otra parte encontraba eco en el corazón de todos los soldados del ejército.
A las 7.00 de la mañana la escuadra empezó el bombardeo sobre las posiciones de Curupaytí .
A las 8.00, el ejército emprendió también su marcha lentamente en dirección a aquel punto.
El primer cuerpo y el segundo llevaban sus columnas perfectamente organizadas y listas, con escaleras, fajinas y demás instrumentos para el asalto.
El entusiasmo de los soldados en aquel momento era inmenso pues sus gritos de alegría se mezclaban con los ecos delas músicas que poblaban los aires.
Las columnas siguieron marchando hasta llegar a una altura en la que una batería enemiga que quedaba a la derecha rompió el fuego, aunque sin hacernos mal.
Un instante después, nuestras columnas se detenían en el punto en que debían esperar la orden de asalto.
Entre tanto el enemigo no cesaba su cañoneo; y este era tan sostenido que por él se podía juzgar que el bombardeo de la escuadra no hacía daño a los paraguayos, ni debilitaba sus fuegos.
Al fin llegó el momento supremo del ataque, y las divisiones 4a, 1a y 7a del primer cuerpo, a los gritos de ¡viva la libertad!, ¡viva la República! cargaron con ese ardor indomable nunca desmentido en el soldado argentino.
La 4a división del 2° cuerpo debía llevar su ataque por otro lado, es decir, más a la derecha.
De estas divisiones, los batallones 9º y 12º de línea y 3° de Entre Ríos debían asaltar. El batallón 2° de línea, y el 1° del 2° de Guardias Nacionales, le servían de reserva.
El 12° de línea, que con su gallardo Mansilla a la cabeza había avanzado por el punto que se le indicó tuvo que retroceder después de haber hecho varios reconocimientos bajo el fuego del enemigo y haberse encontrado con un estero fangoso, en el cual el agua daba a la cintura de los soldados. Como era natural, por medio de una maniobra rápidamente ejecutada, el comandante Mansilla retrocedió teniendo que venir a entrar por el mismo punto por el que momentos antes desfilaron los batallones del primer cuerpo.
En vista de este incidente todos se preguntan admirados: ¿se habrá reconocido en el terreno que se iba a operar? Y si se había reconocido, como es natural suponerlo, ¿qué explicación tiene eso demandar un batallón a que se encuentre con un estero completamente impenetrable?
Por la derecha, nuestras divisiones habían tenido que avanzar también por un camino capaz de detener a cualquier soldado que no fueran estos héroes invencibles, hasta que al fin llegan al borde de la primera zanja del enemigo.
Aquel fué, mis queridos amigos, el momento terrible del sangriento combate; pues por espacio de tres horas, nuestros soldados tuvieron que batirse a quemarropa y a cuerpo gentil.
La mortandad de jefes y heridos que hemos tenido, se explica porque yendo éstos a caballo, y hallándose todos en primera línea alentando a sus soldados, servían de verdadero blanco a los paraguayos que les apuntaban como para cazarlos.
Después del rudo combate del que les he hablado, y cuando ya se había perdido la esperanza de escalar las posiciones enemigas, defendidas por una verdadera muralla formada de troncos, árboles espinosos, ladrillos y tierra, los generales aliados Mitre y Porto Alegre combinaron efectuar la retirada, la que ambas partes se hizo con el mayor orden y recogiendo casi todos los heridos que habían quedado al borde de la trinchera.
No sólo los jefes han cumplido en esta jornada dignamente con su deber. Todos los generales aliados han estado expuestos al fuego, desde que se inició hasta que concluyó el combate.
El general Mitre dirigió algunas palabras de felicitación al barón de Porto Alegre por su calma y tranquilidad en medio del combate.
El jefe brasileño le devolvió la galantería diciéndole: “que era imposible encontrar en el mundo soldados más valientes que los del ejército argentino” .
Lo que dije a ustedes en mi anterior respecto de la escuadra, tengo que confirmarlo ahora.
Me consta que varios comandantes y muchos oficiales de la escuadra estaban indignados de que no se les hubiese dado la orden de irse a colocar resueltamente bajo los muros de Curupaytí que ellos dicen habrían reducido a escombros con los cañones de sus acorazados.
Lo creo, pues esa brillante oficialidad no tiene la mansedumbre incomparable del señor Tamandaré, que no pude averiguar qué buque montaba en el momento del bombardeo.
Queda ahora el general Polidoro.
Como ustedes saben, estaba convenido en el plan general de ataque, que mientras el general Mitre se lanzaba sobre Curupaytí, y el general Flores flanqueaba la izquierda de las posiciones enemigas, el general Polidoro atacaría el centro de las posiciones de Tuyutí .
Los dos primeros movimientos fueron ejecutados: Mitre atacó, y Flores flanqueó .
¿Por qué se detuvo Polidoro? En mi carta anterior, prometí averiguarlo, inclinándome entonces a creer que habría procedido así en virtud de órdenes recibidas.
Aunque sea grave, les diré ahora que no fue así; y que me aseguran de una manera positiva, que el general Gelly, viendo que el general Polidoro no ejecutaba el movimiento, y no comprendiendo la causa que tuvo para ello, le pidió que le cediese el mando del ejército, y que él atacaría.
Como le digo, esto es grave, y a no ser la fe que me merece la persona que me lo ha dicho, no me lanzaría a comunicárselo a ustedes. Lo que sé, es que el día 26 hubo consejo de guerra en Curuzú . Este duró bastante: más de uno de los asistentes levantó la voz, no sé si para componerse el pecho o para dejar oír algunas verdades. Ya presumirán ustedes que ahora no han de faltar recriminaciones.
Cuando quiebra un banco, todos los socios se pelean. Sea esto dicho de paso, y sin alusiones.
En el consejo de generales, se acordó que el presidente Mitre regresase con su ejército a Tuyutí .
Al efecto hoy temprano se empezó a embarcarla artillería, debiendo seguirle de cerca el resto del ejército.
Me aseguran que Porto Alegre quedará en Curuzú .
No lo sé de cierto, pero me cuesta creerlo, pues a mi juicio, su posición sería muy grave.
De la escuadra, no ha llegado hasta mí lo que haría el señor vizconde, si bien no falta quien diga, que volverá a ocupar las posiciones en que se balanceaba, antes de la toma de Curuzú .
Yo salí de este punto el 26 a la noche, y fui a dormir a Itapirú, de donde llegué hoy temprano.
El 27 los paraguayos bombardearon un par de horas el campamento aliado de Tuyutí . Felizmente no tuvimos arriba de 8, o 10 hombres fuera de combate.
A la fecha, supongo que ese pueblo conocerá ya el nombre de los valientes que perdimos el 22 y el de los heridos que tuvimos en tan sangrienta jornada.
Estas pérdidas son, amigos del alma, las que harán dar al hecho de Curupaytí mucha más importancia de la que en sí tiene.
Un contraste se sufre todos los días en la guerra; pero lo que aflige a un pueblo, es la pérdida de vidas tan preciosas como las que nos cuesta el hecho de Curupaytí .
Hay infinidad de episodios heroicos que desearía transmitirles, pero ahora me faltaría el tiempo de hacerlo.
Algo les diré, no obstante.
El valiente Charlone, ese gigante del valor, como le llamaba uno de sus compañeros, cuyo aprendizaje se hizo al lado de Garibaldi, y que hace veinte años peleaba por la libertad de estos países, recibió cuatro balazos.
Uno de ellos en el pecho. Era tan grande la herida que respiraba por ella.
Al verlo, un médico brasileño dijo que no comprendía cómo vivía todavía.
Charlone, moribundo ya, oyó aquellas palabras, y volviendo sus ojos apagados por el dolor hacia el facultativo, iba a contestarle… pero la muerte le sorprendió .
Sarmiento, esa bella esperanza de la juventud argentina, recibió un balazo en el tendón de Aquiles. Al verlo caer, el noble don Mateo J. Martínez, pidió permiso al general Mitre para mandarlo recoger.
Éste ordenó en el acto que fuesen a su busca.
El niño estaba caído; pero con su revólver en la mano. Al ver que se le acercaban, creyendo que fuese algún enemigo que intentaba profanar su desgracia, iba a hacerle fuego.
Lo tranquilizaron, lo llevaron al campamento, pero era tarde.
La inmensa cantidad de sangre que había perdido le hizo desfallecer, y espiró en los brazos de sus amigos.
Roseti y Lucio Salvadores, esos dos jóvenes en edad, pero viejos en los campos de batalla donde se combatía por la libertad, han sido menos felices que sus compañeros, pues sus cadáveres no se han encontrado.
El general Rivas va mejor de su herida. Hay esperanza de salvarle la mano sin necesidad de amputación.
Dios lo quiera.
El joven Francisco Paz, hijo del vicepresidente, acaba de morir también.
Sus restos bajarán a esa, con los de Sarmiento.
Los de Charlone se embarcaron ayer en el Iron King.
En este vapor van de pasaje, los comandantes Ayala y Calvete. La herida del primero, no es buena. La del segundo, es poca cosa, y va bien.
En el Eponina, que debe salir mañana o pasado, van muchos heridos.
Los hospitales de esta siguen tan bien atendidos como es posible que lo sean.
El doctor Muñiz y los médicos españoles, incansables.
La conducta de los facultativos brasileños, es digna de todo elogio. En mi anterior, olvidé mandarle la proclama del general Flores. Ahí va:
“¡Soldados brasileños, argentinos y orientales! Una de esas fatalidades que el destino se complace en hacer superiores a los esfuerzos de mi voluntad, me obliga a separarme de vosotros momentáneamente. ¡Este momento es uno de los más sensibles para mi corazón!.
Al alejarme del frente de los héroes que en cien combates probaron al mundo su valor indomable, su moralidad y disciplina, ¿qué les puedo recomendar que desde ya no le vea cumplido?. Soldados: seguid en el honroso camino que os habéis trazado y el día del combate tened presentes vuestros gloriosos antecedentes, para no mancillarlos; y cada uno de vosotros seréis un héroe, destinado a vengar los manes ilustres de Sampayo, Rivero, Palleja, Argüero y tantas otras nobles víctimas inmoladas por el fanatismo de nuestros enemigos. No olvidéis, en medio de vuestro arrojo como valientes, que una de las primeras cualidades de los soldados de nuestro temple es ser generosos y humanos con el vencido, pues el móvil de la presente cruzada solo tiene por objeto hacer la guerra al más bárbaro de los tiranos del siglo XIX y no al pueblo paraguayo, al que sólo venimos a dar libertad, patria e instituciones.
Se despide de vosotros vuestro general y amigo, Venancio Flores.”
Al tiempo de cerrar esta carta, me facilitan copia de la siguiente nota pasada por el doctor Muñiz al Presidente:
“Corrientes 25 de septiembre.
Al señor jefe del Estado Mayor General, general Juan A. Gelly y Obes.
Participo a vuestra señoría que habiendo completamente llenado de heridos los hospitales de Batería, Santo Domingo y La Cruz, incluyendo sus corredores y el teatro de Vera, me vi obligado a recurrir al señor gobernador de la provincia a fin de que se sirviera proporcionarme local capaz de contener un número indefinido de heridos.
Antes de ayer me fueron entregadas las llaves de dos casas contiguas al hospital de La Cruz. Las dos están hoy colmadas y hasta apiñados los heridos en los corredores.
En vista de la necesidad de un nuevo espacio, que contuviera los heridos que están llegando y otros que vendrán, he vuelto a implorar al auxilio de la primera autoridad de la provincia y del señor jefe político.
Estos señores, interesados en el bien de aquellos desgraciados, espero que hoy mismo me facilitaran local conveniente al objeto indicado.
Con fecha 16 del corriente transmití a vuestra señoría la lista nominal de los individuos de larga curación o inútiles.
Los facultativos que existen actualmente al servicio de estos hospitales son ocho, conmigo, y de estos, el doctor don Manuel García deja el servicio el 28 del presente, sin que pueda contar tampoco con seguridad con el doctor Santos, el cual hace dos meses que continúa al servicio, a mis ruegos.
Esta triste circunstancia me ha obligado a pedir encarecidamente al señor gobernador y al jefe político se sirvan estimular el patriotismo y la humanidad de los facultativos de la población para que compartan con nosotros el santo trabajo de curar y asistir a nuestros hermanos. Tal vez no sea posible proporcionar a todos ellos camas completas y alguna otra comodidad; pero la curación, señor, de sus gloriosas heridas, creo no les faltará jamás, pues aunque pocos, multiplicaremos nuestras tareas hasta donde las fuerzas nos acompañen, en cumplimiento del sagrado deber a que estamos consagrados mis compañeros y yo.
A pesar de ello, acreciendo en número de heridos en grado considerable y supuesto que en definitiva todos ellos deban venir a los hospitales de Corrientes, sería un poderoso auxilio, si algunos médicos del ejército nos acompañaran cuando no fuera más que por diez ó quince días.
Espero autorización del Estado Mayor General y buques para remitir a Buenos Aires los heridos, inútiles y de larga curación que posible fuera. Debo indicar que en el vapor de la carrera que sale de Corrientes para Buenos Aires el 28, irá el doctor García, quien pudiera hacerse cargo de la curación de los heridos durante la navegación; después no será posible disponer un médico que los atienda siendo tan reducido su número.
Dios guarde...
¿Será posible, por el amor de Dios, que los médicos de esa no se conmuevan?
¿Dejarán que nuestros heridos se mueran por no tener quien los cuide?
Esto es infame. Última hora.
Llega La Argentina de Curuzú, y deja embarcado una parte del ejército argentino. Va a Tuyutí .
Se habla de una nueva conferencia de generales, con asistencia del señor Octaviano. Se habla de otras cosas que prefiero no repetir.
Llegó el Paysandú con dos buques cargados de caballos. El Susan Bearn entró también.
Falstaff
2 de octubre de 1866.
Fecha válida
1866-10-01