"Teatro de la guerra. Correspondencia de Falstaff"
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
29-09-1866
Título/Asunto
"Teatro de la guerra. Correspondencia de Falstaff"
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado el 29 de septiembre de 1866 en La Tribuna, p. 2, 2da columna. Sección: “Teatro de la guerra”. Carta firmada por Falstaff (seudónimo). La fecha de la carta corresponde al 24 de septiembre de 1866 Reflexiones sobre Curupaití, análisis de los hechos. Pérdidas del ejército argentino. Separación momentánea del General Flores. Muerte de heridos por faltante de médicos.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Falstaff (Seudónimo atribuido a Lucio V. Mansilla/Héctor Varela)
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Dentro del conjunto de las corresponsalías desde la guerra de Paraguay, que define como una “novela epistolar con dimensiones de río”, David Viñas identifica y analiza el estilo distintivo de Mansilla, como lo hace detenidamente en su lectura de esta carta sobre Curupaity (puede verse en el capítulo “Cartas del Paraguay” de su manuscrito “Mansilla, entre Rozas y París”, que se encuentra en el Fondo David Viñas de la Biblioteca Nacional, en el departamento de Archivos y colecciones especiales). SC.
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
Correspondencia de Falstaff
Mi modo de pensar – La verdad desnuda – Un contraste – Tremendo ataque – Heroicidad de
nuestros soldados – Posiciones enemigas – Su defensa – Dificultades del terreno – La
escuadra – Nuestras pérdidas – El General Flores – Su retirada – Muerte de un corresponsal
de la TRIBUNA – Otras noticias.
Curuzú, Setiembre 24.
Mis queridos amigos:
Empiezo esta carta dominado por una profunda tristeza.
Mi compañero y amigo Cádiz, a cuya actividad incansable he debido siempre la mayor parte de
los datos que hace diez y ocho meses comunico a ustedes del teatro de la guerra, tiene que
abandonarme hoy, porque la suerte fatal ha querido que su hijo, joven de 20 años y a quien
amaba con el alma, haya caído postrado en el terrible y sangriento combate de que voy a
hablar en esta carta.
Les prometí a ustedes mis amigos al empezar esta guerra, que aceptaba la tarea de ser
corresponsal de ustedes con la condición especial de hablarles siempre la verdad, por dura y
amarga que ella pudiese ser, tanto para mí, como para ustedes y para todos los que se
interesan en el triunfo de la causa que representan las banderas aliadas.
Por primera vez me cabe la poca envidiable fortuna de dar a ustedes una noticia bien
desagradable; puesta cuando menos lo esperábamos, hemos recibido un contraste, que si bien
no ha tenido el poder de abatir el animo de nuestros invencibles soldados, demorará algunos
días el triunfo que todos esperábamos por instantes.
Vamos a los hechos.
EN la noche del 21 después de un consejo de generales, se resolvió que en la mañana
siguiente, es decir, el 22, el ejército que se hallaba en Curuzú atracase resueltamente las
posiciones de Curupaity, contando con que la escuadra del Imperio protegiese ese ataque, sino
reduciendo a silencio completamente los fuegos de la batería, inutilizándola por lo menos por
el momento en que nuestros bravos avanzasen a pecho descubierto sobre las posiciones
enemigas.
Por desgracia esa protección no ha sido como era de esperarse.
Más adelante hablaré de esto.
Recordarán ustedes que en mi carta anterior les decía a última hora, que los paraguayos,
aprovechándose de nuestra inacción en “Curuzú”, habían estado reforzando a toda prisa la
batería de “Curupaity”, tanto con doble trabajo en las zanjas, cuanto con un número
considerable de infantes, y a más, cincuenta y seis piezas de varios calibres, entre ellos algunas
de 68.
A la hora convenida se formaron cuatro columnas de ataque.
Una al mando del General Paunero en el primer cuerpo.
Las fuerzas brasileras, iguales en numero a las argentinas, se habían organizado del mismo
modo en dos grandes columnas.
A las doce y cuarto, después de haber cesado el bombardeo de la escuadra, el clarín del
general en jefe interrumpió el silencio de los aires dando la señal del ataque a aquellas
columnas que, francamente, imponían por el aliento varonil que se dibujaba en el semblante
de sus jefes, oficiales y soldados.
El terreno en que tenían que operar estos valientes, no podía ser peor, de modo que el arrojo
marcial con que avanzaban tuvo repentinamente que contenerse en presencia de los
obstáculos tremendos que se encontraban en este camino.
Entre tanto, nuestras filas se raleaban ya por un fuego nutrido de cañón y de fusil, hechos
ambos con una presteza que cuando menos prueba que los paraguayos nos ofendían con la
conciencia de que podían diezmarnos sin que nuestros soldados, a pesar del arrojo indomable
con que cargaban pudiesen equilibrar aquella lucha terrible en la que, a las formidables
posiciones enemigas, solo oponíamos nosotros el pecho descubierto de nuestros soldados.
Para que ustedes formen una idea de la calidad de obstáculos que impedían en su tránsito la
marcha de nuestras columnas de ataque, les diré que había esteros en que algunos ayudantes
montados en magníficos caballos, se hundían de tal modo que era preciso sacarlos enseguida a
lazo.
A pesar de estos inconvenientes, el intrépido Coronel Rivas, después de practicar varios
reconocimientos bajo los fuegos del enemigo, y auxiliarlos por un baqueano que en ese
momento les llevó el mismo Presidente en persona, consiguió abrirse paso, haciendo desfilar
uno a uno sus soldados, que empezaban a formar sobre las primeras zanjas del enemigo.
Este, al ver acercar a nuestros infantes, abandonó su segunda línea de defensa, y se vino
resueltamente sobre la primera, en la que, parapetado convenientemente, rompió una lluvia
de balas sobre nuestras columnas que tuvieron que detenerse al mismo borde de una inmensa
zanja.
EL intrépido Rivas en aquel momento supremo, en que el soldado argentino hacía un
verdadero lujo de su heroísmo, recibiendo la muerte con sonrisa, mandó a uno de sus
ayudantes a decir al Presidente Mitre, que la metralla paraguaya barría sus filas y que a pesar
del ardor generoso de sus soldados le era imposible escalar las posiciones enemigas: que por
tanto le pedía nuevos refuerzos.
EL presidente ordenó en el acto que el intrépido Arredondo avanzase con dos divisiones a
proteger al amigo y al compañero.
Dicen que no hay palabras con que pintar la osadía de Arredondo en aquel momento supremo.
Salvando pantanos, abriéndose paso a través de los inconvenientes que encontraba en su
camino, y sin que lo abatiera el numero de muertos que caían en torno suyo, llegó con sus
bravos hasta el borde de la zanja.
¡Qué grande y qué tremenda lucha la de ese momento!
Nuestros soldados se batían a quemarropa, sufriendo el fuego de los paraguayos que
colocados en una altura, los diezmaban materialmente.
Varias veces, jefes, oficiales y soldados quisieron arrojarse a la inmensa zanja; para ver si les
era posible hacer flamear los colores aliados sobre las posiciones enemigas, en medio de aquel
infierno de fuego de humo y de sangre.
Vana esperanza!
Los obstáculos que López había aglomerado en los fosos, creo que no habrían sido vencidos
por ninguna infantería del mundo; pues los zuavos, en las mejores cargas que han dado en los
combates del viejo mundo, no habrían hecho más que lo que en esta memorable jornada han
hecho los infantes aliados.
Lejos de hacer distinciones, me complazco en decir que las divisiones brasileras avanzaron
también resueltamente sobre los merlones enemigos; pero el arrojo de sus soldados tuvo
también que ceder ante la imposibilidad material de salvar los fosos y tomar la famosa batería
de Cu […] [1]
[…] sellado con su preciosa sangre ese pedazo de tierra paraguaya.
EN un ataque de esta naturaleza, es imposible entrar en ciertos pormenores que presenta una
batalla dada en campo abierto.
Aquí todo se comprende en presencia de la desigualdad de la lucha.
La batería de Curupaity se hallaba defendida por cincuenta y seis piezas y quince mil infantes,
de esos que obedecen ciegamente a su tirano, cercada por un doble foso y erizada de arboles
espinosos que formaban una especie de bosque improvisado en torno suyo.
La mayor parte de estos trabajos habían sido hechos desde el día en que López provocó la
conferencia con que el general Mitre; lo que me induce a creer que, si después de llegar a
Curuzú nuestras fuerzas se emprende el ataque de Curupaity, este, no habría tenido el fatal
resultado que yo lamente en este momento, pensando también en la impresión que ha de
producir en el ánimo de ese pueblo alhagado con la esperanza de recibir la noticia de una
pronta y espléndida victoria.
Nuestras pérdidas en esta memorable jornada, son sensibles, muy sensibles; pero no quiero
ser yo el que tenga la triste gloria de pronunciar el nombre de los muertos y los heridos que
hemos tenido en el sangriento combate.
Ellos han sido totalmente del bizarro ejército de línea, que acaba de dar una nueva brillante
página a la historia militar de la República.
En cambio, me felicito en poderles decir que las madres de la Guardia Nacional de Buenos
Aires no tienen que lamentar la pérdida de sus hijos; pues los batallones de la ciudad y
campaña han entrado en fuego.
No quiero en esta carta dejarme arrastrar por mis impresiones individuales acerca del rol que
ha desempeñado la escuadra en los sucesos del día 22. A mi juicio, el vizconde de Tamandaré,
no hizo cuanto podía y debía, con sus famosos encorazados; y si se hubiese acercado
resueltamente a la batería de Curupaity para sostener con ella un combate a toca penoles,
creo que habría imposibilitado la defensa de ese punto por la infantería paraguaya.
Voy sin embargo a tomar nuevos datos para hablarles con más propiedad sobre lo que ha
hecho Tamandaré; pues como les he dicho muchas veces no les he de escribir sino la verdad.
No creo que haya en el mundo un solo ejército donde el entusiasmo sea más grande que en el
ejército aliado.
Sobre los cadáveres de los que han caído en la lid, se ha dejado escuchar ese eco de dolor
profundo que nos arranca siempre la pérdida de un objeto querido; pero allí mismo se ha
sentido también el grito de venganza de los que están dispuestos a sacrificarse hasta abatir el
orgullo del tirano salvaje que provocó a tres pueblos a la lucha.
No me gusta mentir.
Por consiguiente no puedo precisar la pérdida que habrá tenido el enemigo; pero ella debe
haber sido grande cuando después de haber sido rechazados en Curupaity, no han dado la más
leve señal de vida, permaneciendo desde entonces en el más completo silencio.
Mañana quizá podré darles otros detalles.
Ahora escribo muy de carrera; porque estoy atendiendo alguno de nuestros heridos, y porque
no quiero dejar a mi compañero Cádiz hasta que se embarque para esa.
Hace un rato estuve con el General Flores, el que seguido de cuatrocientos soldados sigue
ahora mismo en el “Aliado”, para Montevideo.
Al separarse del ejército ha dado una proclama en la que dice que su separación será
momentánea.
Todos nos felicitaremos que así sea.
AL despedirse del General Mitre, este dijo al caudillo oriental, “que le daba un verdadero pesar
con su retirada: que comprendía los motivos que a ello lo impulsaban; pero que esperaba
tener pronto por compañero, al que, desde el principio de esta campaña, se había manifestado
tan valiente, como digno”.
A propósito del General Flores les diré, que el día convenido practicó el gran reconocimiento
que le estaba encomendado sobre el flanco izquierdo de la línea: avanzó como tres leguas más
allá de las fortificaciones de Tuyutí y llegado hasta un punto que se llama “San Solano”, arroyó
en su camino varias partidas enemigas haciendo algunos prisioneros, regresando a su
campamento.
El General Polidoro efectuó sobre las líneas enemigas que tenía a su frente un ligero
movimiento, sin resultado ni consecuencia.
No pretendo decir con esto que el General brasilero haya dejado de cumplir lo pactado.
Me limito a enunciar el hecho, advirtiendo que me consta que Polidoro tenía deseo de batirse.
Lo que tanto, me temía, ha sucedido por la falta imperdonable de médicos. Hemos tenido
varios centenares de heridos en esta jornada y apenas tenemos ocho médicos para curarlos.
Yo quería hacer un elogio especial de cada uno de los héroes que se han distinguido en la
memorable jornada del 22; pero al particularizarme con uno los ofendería a todos; pues todos,
todos sin distinción han llevado su arrojo y temeridad hasta lo sublime.
Comprendo que los infames que hace tiempo aplauden el elemento de la barbarie que en vano
lucha en estos países por abatir el elemento de la libertad solo tendrá una carcajada sarcástica
para las víctimas que han caído y una expansión de regocijo ante el contraste sufrido; pero ¡ay!
Que esa alegría no ha de ser muy larga porque los soldados del ejército aliado han de dar a sus
patrias un día de gloria, más cercano que lo que esos malvados lo imaginan.
Yo me quedo en este punto para ver si consigo encontrar el cadáver del valiente Cádiz, hijo de
mi malogrado compañero.
De todos modos yo no pienso moverme de aquí hasta el desenlace de la cuestión.
Nuestros heridos todos están bajando para Corrientes, y algunos, principalmente brasileros,
tengo entendido que bajarán a Buenos Aires.
La Eponina se prepara con este objeto.
Otros vapores le seguirán.
En obsequio a la justicia, debo hacer un elogio a la noble conducta de muchos médicos
brasileros, que a pesar de tener no poca tarea con sus compatriotas, se ofrecieron a cuidar los
nuestros.
El General Flores va también a dejar en los hospitales de Corrientes al Doctor Lacueva, que
pertenecía a la División oriental
Olvidaba decir a ustedes que el valiente Coronel Rivas fue proclamado General en el campo de
batalla. Creo que de un momento para otro bajará a Buenos Aires.
El Señor Lanúz me hace saber en este momento que mañana sale para Buenos Aires el Ironking
y que [en] él van los restos del infortunado Coronel Charlone, y quizá los de un inteligentísimo
corresponsal de ustedes, y que ha muerto como un bravo, gritando en su agonía Viva Buenos
Aires.
Tengo que suspender esta carta, porque mi amigo Mansilla me hace llamar.
Mañana, quizá, les volveré a escribir.
Falstaff.
[1] Faltante en el diario original.
Mi modo de pensar – La verdad desnuda – Un contraste – Tremendo ataque – Heroicidad de
nuestros soldados – Posiciones enemigas – Su defensa – Dificultades del terreno – La
escuadra – Nuestras pérdidas – El General Flores – Su retirada – Muerte de un corresponsal
de la TRIBUNA – Otras noticias.
Curuzú, Setiembre 24.
Mis queridos amigos:
Empiezo esta carta dominado por una profunda tristeza.
Mi compañero y amigo Cádiz, a cuya actividad incansable he debido siempre la mayor parte de
los datos que hace diez y ocho meses comunico a ustedes del teatro de la guerra, tiene que
abandonarme hoy, porque la suerte fatal ha querido que su hijo, joven de 20 años y a quien
amaba con el alma, haya caído postrado en el terrible y sangriento combate de que voy a
hablar en esta carta.
Les prometí a ustedes mis amigos al empezar esta guerra, que aceptaba la tarea de ser
corresponsal de ustedes con la condición especial de hablarles siempre la verdad, por dura y
amarga que ella pudiese ser, tanto para mí, como para ustedes y para todos los que se
interesan en el triunfo de la causa que representan las banderas aliadas.
Por primera vez me cabe la poca envidiable fortuna de dar a ustedes una noticia bien
desagradable; puesta cuando menos lo esperábamos, hemos recibido un contraste, que si bien
no ha tenido el poder de abatir el animo de nuestros invencibles soldados, demorará algunos
días el triunfo que todos esperábamos por instantes.
Vamos a los hechos.
EN la noche del 21 después de un consejo de generales, se resolvió que en la mañana
siguiente, es decir, el 22, el ejército que se hallaba en Curuzú atracase resueltamente las
posiciones de Curupaity, contando con que la escuadra del Imperio protegiese ese ataque, sino
reduciendo a silencio completamente los fuegos de la batería, inutilizándola por lo menos por
el momento en que nuestros bravos avanzasen a pecho descubierto sobre las posiciones
enemigas.
Por desgracia esa protección no ha sido como era de esperarse.
Más adelante hablaré de esto.
Recordarán ustedes que en mi carta anterior les decía a última hora, que los paraguayos,
aprovechándose de nuestra inacción en “Curuzú”, habían estado reforzando a toda prisa la
batería de “Curupaity”, tanto con doble trabajo en las zanjas, cuanto con un número
considerable de infantes, y a más, cincuenta y seis piezas de varios calibres, entre ellos algunas
de 68.
A la hora convenida se formaron cuatro columnas de ataque.
Una al mando del General Paunero en el primer cuerpo.
Las fuerzas brasileras, iguales en numero a las argentinas, se habían organizado del mismo
modo en dos grandes columnas.
A las doce y cuarto, después de haber cesado el bombardeo de la escuadra, el clarín del
general en jefe interrumpió el silencio de los aires dando la señal del ataque a aquellas
columnas que, francamente, imponían por el aliento varonil que se dibujaba en el semblante
de sus jefes, oficiales y soldados.
El terreno en que tenían que operar estos valientes, no podía ser peor, de modo que el arrojo
marcial con que avanzaban tuvo repentinamente que contenerse en presencia de los
obstáculos tremendos que se encontraban en este camino.
Entre tanto, nuestras filas se raleaban ya por un fuego nutrido de cañón y de fusil, hechos
ambos con una presteza que cuando menos prueba que los paraguayos nos ofendían con la
conciencia de que podían diezmarnos sin que nuestros soldados, a pesar del arrojo indomable
con que cargaban pudiesen equilibrar aquella lucha terrible en la que, a las formidables
posiciones enemigas, solo oponíamos nosotros el pecho descubierto de nuestros soldados.
Para que ustedes formen una idea de la calidad de obstáculos que impedían en su tránsito la
marcha de nuestras columnas de ataque, les diré que había esteros en que algunos ayudantes
montados en magníficos caballos, se hundían de tal modo que era preciso sacarlos enseguida a
lazo.
A pesar de estos inconvenientes, el intrépido Coronel Rivas, después de practicar varios
reconocimientos bajo los fuegos del enemigo, y auxiliarlos por un baqueano que en ese
momento les llevó el mismo Presidente en persona, consiguió abrirse paso, haciendo desfilar
uno a uno sus soldados, que empezaban a formar sobre las primeras zanjas del enemigo.
Este, al ver acercar a nuestros infantes, abandonó su segunda línea de defensa, y se vino
resueltamente sobre la primera, en la que, parapetado convenientemente, rompió una lluvia
de balas sobre nuestras columnas que tuvieron que detenerse al mismo borde de una inmensa
zanja.
EL intrépido Rivas en aquel momento supremo, en que el soldado argentino hacía un
verdadero lujo de su heroísmo, recibiendo la muerte con sonrisa, mandó a uno de sus
ayudantes a decir al Presidente Mitre, que la metralla paraguaya barría sus filas y que a pesar
del ardor generoso de sus soldados le era imposible escalar las posiciones enemigas: que por
tanto le pedía nuevos refuerzos.
EL presidente ordenó en el acto que el intrépido Arredondo avanzase con dos divisiones a
proteger al amigo y al compañero.
Dicen que no hay palabras con que pintar la osadía de Arredondo en aquel momento supremo.
Salvando pantanos, abriéndose paso a través de los inconvenientes que encontraba en su
camino, y sin que lo abatiera el numero de muertos que caían en torno suyo, llegó con sus
bravos hasta el borde de la zanja.
¡Qué grande y qué tremenda lucha la de ese momento!
Nuestros soldados se batían a quemarropa, sufriendo el fuego de los paraguayos que
colocados en una altura, los diezmaban materialmente.
Varias veces, jefes, oficiales y soldados quisieron arrojarse a la inmensa zanja; para ver si les
era posible hacer flamear los colores aliados sobre las posiciones enemigas, en medio de aquel
infierno de fuego de humo y de sangre.
Vana esperanza!
Los obstáculos que López había aglomerado en los fosos, creo que no habrían sido vencidos
por ninguna infantería del mundo; pues los zuavos, en las mejores cargas que han dado en los
combates del viejo mundo, no habrían hecho más que lo que en esta memorable jornada han
hecho los infantes aliados.
Lejos de hacer distinciones, me complazco en decir que las divisiones brasileras avanzaron
también resueltamente sobre los merlones enemigos; pero el arrojo de sus soldados tuvo
también que ceder ante la imposibilidad material de salvar los fosos y tomar la famosa batería
de Cu […] [1]
[…] sellado con su preciosa sangre ese pedazo de tierra paraguaya.
EN un ataque de esta naturaleza, es imposible entrar en ciertos pormenores que presenta una
batalla dada en campo abierto.
Aquí todo se comprende en presencia de la desigualdad de la lucha.
La batería de Curupaity se hallaba defendida por cincuenta y seis piezas y quince mil infantes,
de esos que obedecen ciegamente a su tirano, cercada por un doble foso y erizada de arboles
espinosos que formaban una especie de bosque improvisado en torno suyo.
La mayor parte de estos trabajos habían sido hechos desde el día en que López provocó la
conferencia con que el general Mitre; lo que me induce a creer que, si después de llegar a
Curuzú nuestras fuerzas se emprende el ataque de Curupaity, este, no habría tenido el fatal
resultado que yo lamente en este momento, pensando también en la impresión que ha de
producir en el ánimo de ese pueblo alhagado con la esperanza de recibir la noticia de una
pronta y espléndida victoria.
Nuestras pérdidas en esta memorable jornada, son sensibles, muy sensibles; pero no quiero
ser yo el que tenga la triste gloria de pronunciar el nombre de los muertos y los heridos que
hemos tenido en el sangriento combate.
Ellos han sido totalmente del bizarro ejército de línea, que acaba de dar una nueva brillante
página a la historia militar de la República.
En cambio, me felicito en poderles decir que las madres de la Guardia Nacional de Buenos
Aires no tienen que lamentar la pérdida de sus hijos; pues los batallones de la ciudad y
campaña han entrado en fuego.
No quiero en esta carta dejarme arrastrar por mis impresiones individuales acerca del rol que
ha desempeñado la escuadra en los sucesos del día 22. A mi juicio, el vizconde de Tamandaré,
no hizo cuanto podía y debía, con sus famosos encorazados; y si se hubiese acercado
resueltamente a la batería de Curupaity para sostener con ella un combate a toca penoles,
creo que habría imposibilitado la defensa de ese punto por la infantería paraguaya.
Voy sin embargo a tomar nuevos datos para hablarles con más propiedad sobre lo que ha
hecho Tamandaré; pues como les he dicho muchas veces no les he de escribir sino la verdad.
No creo que haya en el mundo un solo ejército donde el entusiasmo sea más grande que en el
ejército aliado.
Sobre los cadáveres de los que han caído en la lid, se ha dejado escuchar ese eco de dolor
profundo que nos arranca siempre la pérdida de un objeto querido; pero allí mismo se ha
sentido también el grito de venganza de los que están dispuestos a sacrificarse hasta abatir el
orgullo del tirano salvaje que provocó a tres pueblos a la lucha.
No me gusta mentir.
Por consiguiente no puedo precisar la pérdida que habrá tenido el enemigo; pero ella debe
haber sido grande cuando después de haber sido rechazados en Curupaity, no han dado la más
leve señal de vida, permaneciendo desde entonces en el más completo silencio.
Mañana quizá podré darles otros detalles.
Ahora escribo muy de carrera; porque estoy atendiendo alguno de nuestros heridos, y porque
no quiero dejar a mi compañero Cádiz hasta que se embarque para esa.
Hace un rato estuve con el General Flores, el que seguido de cuatrocientos soldados sigue
ahora mismo en el “Aliado”, para Montevideo.
Al separarse del ejército ha dado una proclama en la que dice que su separación será
momentánea.
Todos nos felicitaremos que así sea.
AL despedirse del General Mitre, este dijo al caudillo oriental, “que le daba un verdadero pesar
con su retirada: que comprendía los motivos que a ello lo impulsaban; pero que esperaba
tener pronto por compañero, al que, desde el principio de esta campaña, se había manifestado
tan valiente, como digno”.
A propósito del General Flores les diré, que el día convenido practicó el gran reconocimiento
que le estaba encomendado sobre el flanco izquierdo de la línea: avanzó como tres leguas más
allá de las fortificaciones de Tuyutí y llegado hasta un punto que se llama “San Solano”, arroyó
en su camino varias partidas enemigas haciendo algunos prisioneros, regresando a su
campamento.
El General Polidoro efectuó sobre las líneas enemigas que tenía a su frente un ligero
movimiento, sin resultado ni consecuencia.
No pretendo decir con esto que el General brasilero haya dejado de cumplir lo pactado.
Me limito a enunciar el hecho, advirtiendo que me consta que Polidoro tenía deseo de batirse.
Lo que tanto, me temía, ha sucedido por la falta imperdonable de médicos. Hemos tenido
varios centenares de heridos en esta jornada y apenas tenemos ocho médicos para curarlos.
Yo quería hacer un elogio especial de cada uno de los héroes que se han distinguido en la
memorable jornada del 22; pero al particularizarme con uno los ofendería a todos; pues todos,
todos sin distinción han llevado su arrojo y temeridad hasta lo sublime.
Comprendo que los infames que hace tiempo aplauden el elemento de la barbarie que en vano
lucha en estos países por abatir el elemento de la libertad solo tendrá una carcajada sarcástica
para las víctimas que han caído y una expansión de regocijo ante el contraste sufrido; pero ¡ay!
Que esa alegría no ha de ser muy larga porque los soldados del ejército aliado han de dar a sus
patrias un día de gloria, más cercano que lo que esos malvados lo imaginan.
Yo me quedo en este punto para ver si consigo encontrar el cadáver del valiente Cádiz, hijo de
mi malogrado compañero.
De todos modos yo no pienso moverme de aquí hasta el desenlace de la cuestión.
Nuestros heridos todos están bajando para Corrientes, y algunos, principalmente brasileros,
tengo entendido que bajarán a Buenos Aires.
La Eponina se prepara con este objeto.
Otros vapores le seguirán.
En obsequio a la justicia, debo hacer un elogio a la noble conducta de muchos médicos
brasileros, que a pesar de tener no poca tarea con sus compatriotas, se ofrecieron a cuidar los
nuestros.
El General Flores va también a dejar en los hospitales de Corrientes al Doctor Lacueva, que
pertenecía a la División oriental
Olvidaba decir a ustedes que el valiente Coronel Rivas fue proclamado General en el campo de
batalla. Creo que de un momento para otro bajará a Buenos Aires.
El Señor Lanúz me hace saber en este momento que mañana sale para Buenos Aires el Ironking
y que [en] él van los restos del infortunado Coronel Charlone, y quizá los de un inteligentísimo
corresponsal de ustedes, y que ha muerto como un bravo, gritando en su agonía Viva Buenos
Aires.
Tengo que suspender esta carta, porque mi amigo Mansilla me hace llamar.
Mañana, quizá, les volveré a escribir.
Falstaff.
[1] Faltante en el diario original.
Fecha válida
1866-09-29
