“Correspondencia de Falstaff”
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
26-09-1866
Título/Asunto
“Correspondencia de Falstaff”
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado el 26 de septiembre de 1866 en La Tribuna, p. 2, 2da columna. Carta firmada por Falstaff (seudónimo). La fecha de la carta corresponde al 21 de septiembre de 1866. Observaciones sobre el curso de la guerra y su desarrollo dilatado. Referencia a Mansilla. Se narra un doble interés por las crónicas de Falstaff. Por un lado, de manera pública, por parte de redactores de El Nacional, quienes creen que se trata de un diplomático oriental. Por otro, el amigo de un redactor de El Nacional pregunta al autor por la identidad de Falstaff. Interés por mantener el anonimato. Se matizan las discrepancias con el vizconde brasileño Tamandaré.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Falstaff (Seudónimo atribuido a Lucio V. Mansilla/Héctor Varela)
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
Algunas observaciones sobre la guerra. Noticias del campamento. Dos reconocimientos. Posiciones del enemigo. El plan del ataque. Privaciones en el ejército. Deseos de pelear. El consejero Octaviano. La retirada. El comandante Viejobue- no. Situación en Corrientes.
Corrientes, 21 de septiembre de 1866.
Les confieso con ingenuidad quemipaciencia empieza a agotarse, pues yo comprendo que en estos momentos ese pueblo no se ha de contentar con nada que no sea la relación sucinta o detallada de acontecimientos que se esperan con tantísima impaciencia, y que, ciertas veces por unas causas y ciertas veces por otras, se han ido demorando más de lo que todos deseamos y de lo que, sin duda alguna, conviene a los grandes y verdaderos intereses de la República Argentina.
Me dicen ustedes que la ansiedad y la impaciencia de ese pueblo son grandes. No me cuesta creerlo, desde que aquí mismo, en el teatro de los sucesos, y donde no tenemos que esperar las noticias, vivimos en esa natural agitación que produce en todos los ánimos el aplazamiento del desenlace de una cuestión que tan de cerca nos afecta.
El mal verdadero está, mis queridos amigos, en las ilusiones que muchos se han hecho sobre el carácter y la duración de esta guerra.
Si ustedes lo recuerdan, después de la batalla del Yatay, les escribí diciéndoles “que en mi pobre juicio la presente guerra no empezaría sino desde el día en que el ejército aliado pisase el territorio paraguayo” .
Los hechos han venido a probar que por desgracia no me había equivocado. Sin embargo, no era esta la opinión general.
Al día siguiente de la batalla citada, se creyó que Uruguayana se rendiría en 24 horas.
No fue así .
Sólo un mes después Estigarribia arrió su bandera.
Este hecho dió nuevamente margen a infinidad de cálculos alegres.
Muchos de nuestros amigos creyeron que Robles, al recibir la noticia de este golpe, huiría precipitadamente a guarnecerse tras los muros de Humaitá .
Otro engaño.
Fue necesario que el poderoso ejército de los aliados penetrase al corazón de la provincia de Corrientes y avanzase más tarde sobre sus fronteras, para que López se decidiese, recién, a guarnecerse en su propio territorio.
Vino el combate del Riachuelo, y en pos del efecto moral que el triunfo debía producir y produjo efectivamente, se volvió a creer que la resistencia de López iba a debilitarse, y que nuestros bravos marcharían a tambor batiente sin encontrar obstáculos en su camino.
Tampoco fue así.
López se retiró, avanzamos nosotros y durante largos meses y después de algunos combates sangrientos y gloriosos caímos en la más completa inacción.
Todos estos hechos, producidos por causas que no es del momento averiguar, han ido creando ese espíritu de impaciencia que hoy se nota en los tres pueblos aliados; pues si he de dar crédito a lo que de Río Janeiro y Montevideo se escribe, igual es allí la impa- ciencia, igual la ansiedad, idéntico el deseo de una solución pronta del problema que tanto llama la atención.
Pero si esa impaciencia ha sido justificada durante todo el período de la lucha, no hay duda que ella lo es ahora muchísimo más en vista de la situación a que han llegado las cosas de algunos días a esta parte.
Por temor de asegurar hechos que quizá no podrían realizarse, yo he tenido el cuidado de no darles a ustedes ni una sola seguridad, acerca del día en que debían tener lugar tales o cuales operaciones.
Y sin embargo debo confesarles que solo por un espíritu de muy exquisita desconfianza he podido proceder así, puesto que en más de una ocasión he creído que había llegado efectivamente el instante tantas veces anunciado.
En mi carta de ayer les decía, a últimahora, que aún cuando uno de los propietarios del vapor General Flores, acababa de asegurarme que la batalla debía tener lugar hoy, y me permitía dudarlo en vista del pésimo estado a que las copiosas lluvias de los últimos días habían reducido el terreno en que nuestros soldados tenían tenían forzosamente que maniobrar.
No me había engañado.
El bombardeo de Curupaytí, de que di cuenta a ustedes en mi carta de ayer, no produjo resultado alguno. Verdad es que me dicen que tampoco el almirante ordenó un movimiento decisivo.
Con la precipitación con que les escribo, me parece haber olvidado darles cuentas de las operaciones que tuvieron lugar en el campamento.
El 17 temprano, a pesar del mal tiempo, el 2° cuerpo del ejército argentino, al mando del general en jefe en persona practicó un reconocimiento sobre las posiciones enemigas de Curupaytí .
La 4a división rompía la marcha, y al frente de ésta, el batallón 12º de línea. Nuestros soldados llegaron hasta muy cerca de las posiciones que ocupan, y a pesar de haber recibido 8 o 10 balazos de cañón, entre ellos 2 de 24, no tuvimos pérdida ninguna que lamentar.
Las punterías han sido malísimas. El 12º de línea llegó hasta una cuadra y media de los merlones paraguayos. Es un batalloncito que parece está desesperado por pelear duro, como dice el intrépido comandante Mansilla.
El camino que hay que recorrer hasta llegar a Curupaytí, por el lado en que se efectúo el reconocimiento, es malísimo. Hay que dar algunas vueltas para poder acercarse.
El 18, el comandante en jefe del 2° cuerpo del ejército argentino, al frente de los batallones 2º y 12º de línea, practicó un nuevo reconocimiento, avanzando más a la derecha.
La columna regresó sin ser molestada, sin haber visto infantes ningunos, y sin encontrar nada en su camino.
Después de mi salida del ejército, parece que se han sufrido algunas privaciones, habiendo escaseado bastante los alimentos. A pesar de esto, del mal tiempo, y de estar todo el ejército de Curuzú sin carpas, y aguantando la lluvia a cuerpo gentil, el espíritu de los soldados es admirable.
Nadie se acuerda del tratado, todos se ocupan del asalto que al fin va a efectuarse.
Hay gran agitación y contento en el ejército. Se está nfabricando escaleras y fajinas.
Los jefes de cuerpo de ejército han reunido a los jefes de sus divisiones y les han dado sus instrucciones para el ataque. Éste se hará general.
El ejército del barón de Porto Alegre atacará la batería Curupaytí; el primer cuerpo del ejército argentino al centro, y el segundo a la derecha.
El ejército brasileño que ocupa la línea de Tuyutí, atacará al enemigo que tiene a su frente, y el general Flores con toda la caballería, atacará también; teniendo ambos generales que venir con sus fuerzas a reunirse aquí, si consiguen arrollar al enemigo.
El vizconde Tamandaré se ha comprometido a iniciar el ataque, poniéndose a tiro de metralla de la batería Curupaytí; el bombardeo será la señal. Una vez en poder de los aliados esta batería, se dirigirá a Humaitá y lo cañoneará sin cuidarse de los torpedos.
Ha sonado pues la hora del ataque; por eso he dicho que el ejército está contento. Su resolución responde del triunfo...
El capitán J., que ha venido de allí hoy, y que es quien me está dando estos datos, me dice que no hay más que un solo deseo: el de pelear pronto.
La falta de víveres en los últimos tres días se ha hecho tanto más notable, cuanto que, en la costa de Curuzú no hay un solo buque de negocio, no teniendo, por consiguiente, los soldados donde proveerse.
El coronel Mateo J. Martínez quiso mandar a comprar alguna galleta para su batallón, pero no pudo conseguirlo ni por 10 pesos bolivianos la docena.
El 19 se estuvieron guerrillando algunas horas las avanzadas del barón de Porto Alegre.
No hubo nada serio.
Hay quien empieza a creer, que la conferencia propuesta por López no fue más que un pretexto con el objeto de ganar un poco de tiempo a fin de cuidar su retaguardia.
El hecho es que desde ese día debió sentir el movimiento operado por el general Mitre, pues desde entonces se ha notado que los enemigos hacen nuevos trabajos de defensa a su retaguardia, cavando zanjas y levantando algunas baterías.
Nada de esto habría sucedido si la fatalidad del tiempo no hubiese venido a interrumpir las operaciones, que, puedo asegurarles, el general Mitre tenía la intención de haber ejecutado.
El señor consejero Octaviano está tan apurado que no ha podido conformarse con la demora ni aún en presencia de la causa que le ha motivado.
Ayer temprano se fue a Curuzú en el vapor Evelia. A su regreso ha dicho que seguirá para Buenos Aires o la Corte.
Nada más del teatro de la guerra.
Como la gran operación no se ha llevado a cabo a causa del mal tiempo, ella puede tener lugar de un momento a otro, puesto que el rubio Febo nos alumbra desde hoy al amanecer.
El temporal parece concluido. Ha sido grande.
En este vapor baja para esa el apreciable comandante Viejobueno, de nuestra artillería. Va bastante enfermo, y a no ser las repetidas instancias del doctor Muñiz, este digno jefe, que tanto se distinguió en la sangrienta batalla del 24, se seguiría cuidando en estos hospitales.
El mal de esta ciudad sigue.
Anoche la ciudad ha sido patrullada.
¿Por qué? Dicen que por temor de otra revolución.
Esto es una gran farsa, y mucho me temo que sea un pretexto para cometer nuevas tropelías.
La escasez de carbón es grande. El vapor Río de la Plata está detenido aquí, porque no encuentra quien le dé.
Los encargados de los hospitales acaban de recibir, por la Argentina, entrada hace un rato, la orden de estar prontos para todo momento.
La orden creo que no exige comentarios.
El apreciable doctor Juan Angel Golfarini ha venido enfermo de disentería. ¡Cuánta falta hará mañana o pasado!
Yo no pude ir ayer al campamento pero lo haré luego, así que concluya mi correspondencia.
Terminada ya la parte noticiosa de esta carta, me permitiré escribir algunas palabras que me son puramente personales.
Hoy han llegado a mis manos dos números de El Nacional, en los que veo que he merecido el honor de que alguien se ocupe de mí; si bien el ilustrado redactor de este diario ha creído que mis cartas pertenecían a un diplomático oriental.
Aún cuando La Tribuna rectificó el escrito, les diré que nadie mejor que los mismos redactores de El Nacional podrán hoy convencerse de la inexactitud de su afirmación.
¿Saben de qué modo? Se los diré .
Hace algunos días el activísimo noticiero de El Nacional, Julio Nuñez, escribió a un amigo suyo que se hallaba en esta y que también es mío, invitándolo a que hiciera lo posible para mandarle desde aquí los suplementos impresos, como se los mando a ustedes.
Con este motivo charlamos un rato sobre la correspondencia que los diarios publican en esa del teatro de la guerra, y manifestándome el deseo de saber a quien pertenecía las que La Tribuna publica bajo el seudónimo de Falstaff, le declaré con franqueza que ellas me pertenecían.
La persona a quien me refiero se halla actualmente en Buenos Aires. Si la redacción de El Nacional desea, puede preguntarle si es o no cierto lo que dejo dicho.
Espero sin embargo, que se reserve mi nombre; porque aun cuando estoy dispuesto a responder de cuanto he escrito, me conviene por ahora guardar el anónimo, pues conozco ciertas entidades que por mezquinas venganzas podrían entorpecerme en la misión que desempeño, cual es la de buscar toda y cualquier noticia que pueda interesar a los lectores de La Tribuna.
Queda ahora el otro artículo publicado en El Nacional. Este no pertenece a su redacción, es un comunicado.
Su autor, tratando de defender al señor vizconde de Tamandaré de los cargos que he podido hacerle, no ahora sino desde que se hallaba en Buenos Aires sin haber tomado el mando de los buques que se batieron en el Riachuelo, se permite decir que esos ataques son inspirados por el odio que profeso al señor vizconde.
Yo no se quién es el autor de ese artículo, pero la pobreza de su argumento me hace creer que no ha debido encontrar muchas razones con que justificar a su defendido, cuando ha echado mano de tan pobrísimo argumento.
Yo no soy hombre que tenga odio contra nadie, y mucho menos contra el jefe de la escuadra brasileña, a quien solo conozco de vista.
Llamado a juzgarlo que pasa en el teatro de laguerra para transmitirlo a las columnas de un diario libre o independiente, he juzgado al señor vizconde tal cual lo juzgan todos por aquí, sin ofenderlo nunca y usando siempre de ese culto lenguaje que no riñe con la verdad y que por desgracia no han empleado en todas ocasiones los escritores brasileros que han juzgado a los generales argentinos.
La grita que ha existido en todo el ejército contra el señor Tamandaré; los amargos cargos que en más de una vez le hizo el general Osorio, los reproches que en muchas otras le dirigió el general Flores, los ataques de que ha sido víctima en las cámaras brasileras, y los severísimos juicios que sobre su excelencia formaba el intrépido y malogrado general Palleja, ¿habrán sido acaso también la obra del odio? No nos dejemos arrastrar por la pasión.
Hay una conciencia pública que dice a gritos que sin la inacción del señor vizconde Tamandaré, su poderosa escuadra, tripulada por una juventud valiente y ardorosa, habría podido, hace muchos meses, poner término a esta lucha, no dejando retirarse a Robles, en primer lugar, evitando que se levantase la artillería de Cuevas más tarde y operando en fin, con más actividad desde el día en que el señor vizconde subió el Paraná .
Puede ser que todos estos no sean más que cálculos alegres de los que así han juzgado al marino brasilero; puede ser que ni las cámaras de su país, ni Flores, ni Osorio, ni Palleja, ni el ejército, ni muchos de los oficiales de su escuadra, ni casi toda la prensa del Río de la Plata, tengan razón de lo que han dicho, y que toda esté de parte del señor vizconde de Tamandaré.
Si esto es así, será preciso probarlo; pues por ahora los hechos exteriores arguyen de un modo muy diverso contra el marino imperial.
Espero no obstante, que el día decisivo del combate, que tan cercano se anuncia, el jefe de la escuadra brasileña, inspirándose en la noble conducta de sus compañeros de tierra, llevará a las tripulaciones que lo siguen a cubrirse de gloria bajo el estruendo del cañón de Humaitá .
Si así lo hace, no he de ser el último en rendirle justicia.
Falstaff
27 de septiembre de 1866.
Corrientes, 21 de septiembre de 1866.
Les confieso con ingenuidad quemipaciencia empieza a agotarse, pues yo comprendo que en estos momentos ese pueblo no se ha de contentar con nada que no sea la relación sucinta o detallada de acontecimientos que se esperan con tantísima impaciencia, y que, ciertas veces por unas causas y ciertas veces por otras, se han ido demorando más de lo que todos deseamos y de lo que, sin duda alguna, conviene a los grandes y verdaderos intereses de la República Argentina.
Me dicen ustedes que la ansiedad y la impaciencia de ese pueblo son grandes. No me cuesta creerlo, desde que aquí mismo, en el teatro de los sucesos, y donde no tenemos que esperar las noticias, vivimos en esa natural agitación que produce en todos los ánimos el aplazamiento del desenlace de una cuestión que tan de cerca nos afecta.
El mal verdadero está, mis queridos amigos, en las ilusiones que muchos se han hecho sobre el carácter y la duración de esta guerra.
Si ustedes lo recuerdan, después de la batalla del Yatay, les escribí diciéndoles “que en mi pobre juicio la presente guerra no empezaría sino desde el día en que el ejército aliado pisase el territorio paraguayo” .
Los hechos han venido a probar que por desgracia no me había equivocado. Sin embargo, no era esta la opinión general.
Al día siguiente de la batalla citada, se creyó que Uruguayana se rendiría en 24 horas.
No fue así .
Sólo un mes después Estigarribia arrió su bandera.
Este hecho dió nuevamente margen a infinidad de cálculos alegres.
Muchos de nuestros amigos creyeron que Robles, al recibir la noticia de este golpe, huiría precipitadamente a guarnecerse tras los muros de Humaitá .
Otro engaño.
Fue necesario que el poderoso ejército de los aliados penetrase al corazón de la provincia de Corrientes y avanzase más tarde sobre sus fronteras, para que López se decidiese, recién, a guarnecerse en su propio territorio.
Vino el combate del Riachuelo, y en pos del efecto moral que el triunfo debía producir y produjo efectivamente, se volvió a creer que la resistencia de López iba a debilitarse, y que nuestros bravos marcharían a tambor batiente sin encontrar obstáculos en su camino.
Tampoco fue así.
López se retiró, avanzamos nosotros y durante largos meses y después de algunos combates sangrientos y gloriosos caímos en la más completa inacción.
Todos estos hechos, producidos por causas que no es del momento averiguar, han ido creando ese espíritu de impaciencia que hoy se nota en los tres pueblos aliados; pues si he de dar crédito a lo que de Río Janeiro y Montevideo se escribe, igual es allí la impa- ciencia, igual la ansiedad, idéntico el deseo de una solución pronta del problema que tanto llama la atención.
Pero si esa impaciencia ha sido justificada durante todo el período de la lucha, no hay duda que ella lo es ahora muchísimo más en vista de la situación a que han llegado las cosas de algunos días a esta parte.
Por temor de asegurar hechos que quizá no podrían realizarse, yo he tenido el cuidado de no darles a ustedes ni una sola seguridad, acerca del día en que debían tener lugar tales o cuales operaciones.
Y sin embargo debo confesarles que solo por un espíritu de muy exquisita desconfianza he podido proceder así, puesto que en más de una ocasión he creído que había llegado efectivamente el instante tantas veces anunciado.
En mi carta de ayer les decía, a últimahora, que aún cuando uno de los propietarios del vapor General Flores, acababa de asegurarme que la batalla debía tener lugar hoy, y me permitía dudarlo en vista del pésimo estado a que las copiosas lluvias de los últimos días habían reducido el terreno en que nuestros soldados tenían tenían forzosamente que maniobrar.
No me había engañado.
El bombardeo de Curupaytí, de que di cuenta a ustedes en mi carta de ayer, no produjo resultado alguno. Verdad es que me dicen que tampoco el almirante ordenó un movimiento decisivo.
Con la precipitación con que les escribo, me parece haber olvidado darles cuentas de las operaciones que tuvieron lugar en el campamento.
El 17 temprano, a pesar del mal tiempo, el 2° cuerpo del ejército argentino, al mando del general en jefe en persona practicó un reconocimiento sobre las posiciones enemigas de Curupaytí .
La 4a división rompía la marcha, y al frente de ésta, el batallón 12º de línea. Nuestros soldados llegaron hasta muy cerca de las posiciones que ocupan, y a pesar de haber recibido 8 o 10 balazos de cañón, entre ellos 2 de 24, no tuvimos pérdida ninguna que lamentar.
Las punterías han sido malísimas. El 12º de línea llegó hasta una cuadra y media de los merlones paraguayos. Es un batalloncito que parece está desesperado por pelear duro, como dice el intrépido comandante Mansilla.
El camino que hay que recorrer hasta llegar a Curupaytí, por el lado en que se efectúo el reconocimiento, es malísimo. Hay que dar algunas vueltas para poder acercarse.
El 18, el comandante en jefe del 2° cuerpo del ejército argentino, al frente de los batallones 2º y 12º de línea, practicó un nuevo reconocimiento, avanzando más a la derecha.
La columna regresó sin ser molestada, sin haber visto infantes ningunos, y sin encontrar nada en su camino.
Después de mi salida del ejército, parece que se han sufrido algunas privaciones, habiendo escaseado bastante los alimentos. A pesar de esto, del mal tiempo, y de estar todo el ejército de Curuzú sin carpas, y aguantando la lluvia a cuerpo gentil, el espíritu de los soldados es admirable.
Nadie se acuerda del tratado, todos se ocupan del asalto que al fin va a efectuarse.
Hay gran agitación y contento en el ejército. Se está nfabricando escaleras y fajinas.
Los jefes de cuerpo de ejército han reunido a los jefes de sus divisiones y les han dado sus instrucciones para el ataque. Éste se hará general.
El ejército del barón de Porto Alegre atacará la batería Curupaytí; el primer cuerpo del ejército argentino al centro, y el segundo a la derecha.
El ejército brasileño que ocupa la línea de Tuyutí, atacará al enemigo que tiene a su frente, y el general Flores con toda la caballería, atacará también; teniendo ambos generales que venir con sus fuerzas a reunirse aquí, si consiguen arrollar al enemigo.
El vizconde Tamandaré se ha comprometido a iniciar el ataque, poniéndose a tiro de metralla de la batería Curupaytí; el bombardeo será la señal. Una vez en poder de los aliados esta batería, se dirigirá a Humaitá y lo cañoneará sin cuidarse de los torpedos.
Ha sonado pues la hora del ataque; por eso he dicho que el ejército está contento. Su resolución responde del triunfo...
El capitán J., que ha venido de allí hoy, y que es quien me está dando estos datos, me dice que no hay más que un solo deseo: el de pelear pronto.
La falta de víveres en los últimos tres días se ha hecho tanto más notable, cuanto que, en la costa de Curuzú no hay un solo buque de negocio, no teniendo, por consiguiente, los soldados donde proveerse.
El coronel Mateo J. Martínez quiso mandar a comprar alguna galleta para su batallón, pero no pudo conseguirlo ni por 10 pesos bolivianos la docena.
El 19 se estuvieron guerrillando algunas horas las avanzadas del barón de Porto Alegre.
No hubo nada serio.
Hay quien empieza a creer, que la conferencia propuesta por López no fue más que un pretexto con el objeto de ganar un poco de tiempo a fin de cuidar su retaguardia.
El hecho es que desde ese día debió sentir el movimiento operado por el general Mitre, pues desde entonces se ha notado que los enemigos hacen nuevos trabajos de defensa a su retaguardia, cavando zanjas y levantando algunas baterías.
Nada de esto habría sucedido si la fatalidad del tiempo no hubiese venido a interrumpir las operaciones, que, puedo asegurarles, el general Mitre tenía la intención de haber ejecutado.
El señor consejero Octaviano está tan apurado que no ha podido conformarse con la demora ni aún en presencia de la causa que le ha motivado.
Ayer temprano se fue a Curuzú en el vapor Evelia. A su regreso ha dicho que seguirá para Buenos Aires o la Corte.
Nada más del teatro de la guerra.
Como la gran operación no se ha llevado a cabo a causa del mal tiempo, ella puede tener lugar de un momento a otro, puesto que el rubio Febo nos alumbra desde hoy al amanecer.
El temporal parece concluido. Ha sido grande.
En este vapor baja para esa el apreciable comandante Viejobueno, de nuestra artillería. Va bastante enfermo, y a no ser las repetidas instancias del doctor Muñiz, este digno jefe, que tanto se distinguió en la sangrienta batalla del 24, se seguiría cuidando en estos hospitales.
El mal de esta ciudad sigue.
Anoche la ciudad ha sido patrullada.
¿Por qué? Dicen que por temor de otra revolución.
Esto es una gran farsa, y mucho me temo que sea un pretexto para cometer nuevas tropelías.
La escasez de carbón es grande. El vapor Río de la Plata está detenido aquí, porque no encuentra quien le dé.
Los encargados de los hospitales acaban de recibir, por la Argentina, entrada hace un rato, la orden de estar prontos para todo momento.
La orden creo que no exige comentarios.
El apreciable doctor Juan Angel Golfarini ha venido enfermo de disentería. ¡Cuánta falta hará mañana o pasado!
Yo no pude ir ayer al campamento pero lo haré luego, así que concluya mi correspondencia.
Terminada ya la parte noticiosa de esta carta, me permitiré escribir algunas palabras que me son puramente personales.
Hoy han llegado a mis manos dos números de El Nacional, en los que veo que he merecido el honor de que alguien se ocupe de mí; si bien el ilustrado redactor de este diario ha creído que mis cartas pertenecían a un diplomático oriental.
Aún cuando La Tribuna rectificó el escrito, les diré que nadie mejor que los mismos redactores de El Nacional podrán hoy convencerse de la inexactitud de su afirmación.
¿Saben de qué modo? Se los diré .
Hace algunos días el activísimo noticiero de El Nacional, Julio Nuñez, escribió a un amigo suyo que se hallaba en esta y que también es mío, invitándolo a que hiciera lo posible para mandarle desde aquí los suplementos impresos, como se los mando a ustedes.
Con este motivo charlamos un rato sobre la correspondencia que los diarios publican en esa del teatro de la guerra, y manifestándome el deseo de saber a quien pertenecía las que La Tribuna publica bajo el seudónimo de Falstaff, le declaré con franqueza que ellas me pertenecían.
La persona a quien me refiero se halla actualmente en Buenos Aires. Si la redacción de El Nacional desea, puede preguntarle si es o no cierto lo que dejo dicho.
Espero sin embargo, que se reserve mi nombre; porque aun cuando estoy dispuesto a responder de cuanto he escrito, me conviene por ahora guardar el anónimo, pues conozco ciertas entidades que por mezquinas venganzas podrían entorpecerme en la misión que desempeño, cual es la de buscar toda y cualquier noticia que pueda interesar a los lectores de La Tribuna.
Queda ahora el otro artículo publicado en El Nacional. Este no pertenece a su redacción, es un comunicado.
Su autor, tratando de defender al señor vizconde de Tamandaré de los cargos que he podido hacerle, no ahora sino desde que se hallaba en Buenos Aires sin haber tomado el mando de los buques que se batieron en el Riachuelo, se permite decir que esos ataques son inspirados por el odio que profeso al señor vizconde.
Yo no se quién es el autor de ese artículo, pero la pobreza de su argumento me hace creer que no ha debido encontrar muchas razones con que justificar a su defendido, cuando ha echado mano de tan pobrísimo argumento.
Yo no soy hombre que tenga odio contra nadie, y mucho menos contra el jefe de la escuadra brasileña, a quien solo conozco de vista.
Llamado a juzgarlo que pasa en el teatro de laguerra para transmitirlo a las columnas de un diario libre o independiente, he juzgado al señor vizconde tal cual lo juzgan todos por aquí, sin ofenderlo nunca y usando siempre de ese culto lenguaje que no riñe con la verdad y que por desgracia no han empleado en todas ocasiones los escritores brasileros que han juzgado a los generales argentinos.
La grita que ha existido en todo el ejército contra el señor Tamandaré; los amargos cargos que en más de una vez le hizo el general Osorio, los reproches que en muchas otras le dirigió el general Flores, los ataques de que ha sido víctima en las cámaras brasileras, y los severísimos juicios que sobre su excelencia formaba el intrépido y malogrado general Palleja, ¿habrán sido acaso también la obra del odio? No nos dejemos arrastrar por la pasión.
Hay una conciencia pública que dice a gritos que sin la inacción del señor vizconde Tamandaré, su poderosa escuadra, tripulada por una juventud valiente y ardorosa, habría podido, hace muchos meses, poner término a esta lucha, no dejando retirarse a Robles, en primer lugar, evitando que se levantase la artillería de Cuevas más tarde y operando en fin, con más actividad desde el día en que el señor vizconde subió el Paraná .
Puede ser que todos estos no sean más que cálculos alegres de los que así han juzgado al marino brasilero; puede ser que ni las cámaras de su país, ni Flores, ni Osorio, ni Palleja, ni el ejército, ni muchos de los oficiales de su escuadra, ni casi toda la prensa del Río de la Plata, tengan razón de lo que han dicho, y que toda esté de parte del señor vizconde de Tamandaré.
Si esto es así, será preciso probarlo; pues por ahora los hechos exteriores arguyen de un modo muy diverso contra el marino imperial.
Espero no obstante, que el día decisivo del combate, que tan cercano se anuncia, el jefe de la escuadra brasileña, inspirándose en la noble conducta de sus compañeros de tierra, llevará a las tripulaciones que lo siguen a cubrirse de gloria bajo el estruendo del cañón de Humaitá .
Si así lo hace, no he de ser el último en rendirle justicia.
Falstaff
27 de septiembre de 1866.
Fecha válida
1866-09-26