"Teatro de la guerra. Correspondencia de Falstaff"
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
24 y 25-09-1866
Título/Asunto
"Teatro de la guerra. Correspondencia de Falstaff"
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado el 24 y 25 de septiembre de 1866 en La Tribuna, p. 2, 3ra columna. Sección: “Teatro de la guerra”. Carta firmada por Falstaff (seudónimo). La fecha de la carta corresponde al 20 de septiembre de 1866. Ataque sobre Curupaytí paralizado por fuertes lluvias. Preocupación por escasez de médicos en vistas del combate de Curupaytí, críticas al gobierno nacional. Médicos extranjeros se ofrecen a ayudar en el ejército argentino.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Falstaff (Seudónimo atribuido a Lucio V. Mansilla/Héctor Varela)
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
Nada decisivo. El bombardeo de Curupaytí. Tenacidad de los paraguayos. Entorpecimiento a las operaciones. Grandes lluvias. La proximidad del combate. Datos sobre la revolu- ción en Corrientes. Tropelías del gobierno. Manifestación popular. El General Cáceres. Serenatas. Los hospitales, y los médicos. El doctor Muñiz y el Presidente.
Corrientes, 20 de septiembre de 1866
Comprendo la ansiedad de usted y comprendo también el desengaño por el que va a pasar ese pueblo al ver llegar el vapor General Flores sin llevarles ninguna noticia decisiva, nada que pueda calmarla impaciencia con que, sin duda, esperaban ustedes algún gran acontecimiento.
Pero, ¿qué hacer amigos?
Ustedes saben “que el hombre propone y Dios dispone” .
En este caso, Mitre ha sido el hombre y Dios el mal tiempo.
El ataque general estaba combinado para el día 17, aniversario de Pavón; pero las cataratas del cielo se abrieron, empezó a llover a torrentes, y ese incidente, con el cual no se contó sin duda, paralizó la acción del ejército, dominó el ardor de sus soldados y frustró las esperanzas de los que creían que al ocultarse el sol del 17, un inmenso canto de alegría, saludaría su espléndida y decisiva victoria sobre el enemigo.
De esta vez, al menos, la paralización en los movimientos y en la inacción, ha sido justificada por el mismo Dios, a quien podrán confundirlos impacientes.
¿Fue una suerte o una desgracia que lloviese tanto en los momentos en que la flota y el ejército aliado se preparaban a dar el gran golpe?
Yo no soy fatalista.
El que lo sea podrá decirlo.
Entre tanto, la verdad es que si esta carta no es un parte detallado de una o demás grandes batallas, no se debe culpar a nadie, ni aun al mismo Tamandaré de la falta de acontecimientos.
Cúlpese al tiempo, a la lluvia y nada más.
No por eso crean ustedes que carezco de material, ni menos que dejo tampoco de tener algo que comunicarles del teatro de la guerra.
Lejos de eso: esta carta será extensa, muy extensa, pues comprendo que todo cuanto pase en estas regiones que se han hecho para siempre históricas, tendrán para ese pueblo el sello de la originalidad, cuando no pueda tener el de novedad.
Empezaré, pues, por las operaciones del teatro de la guerra. Mi última carta era del 14, escrita a bordo del Ibicuy.
En la madrugada del 15, estaba en el campamento de nuestros amigos, esto es, en Curuzú .
Como deben ustedes imaginarlo, el tópico de todas las conversaciones era la conferencia del día 12.
Lo que entonces era un misterio había dejado de serlo con el transcurso de algunas horas; esto es cuanto había pasado entre Mitre y López.
Con más o menos detalles, la conversación de los dos personajes fue tal cual me la anunciaba el amigo cuya carta les mando a ustedes a última hora.
López se mostró algo astuto, pero Mitre se condujo con una manera circunspecta, pero digna, hablando siempre con el tono de un hombre que tenía la conciencia de su justicia y de su poder.
Estas son palabras que he recogido de labios del mismo general Flores, a quien, en la conferencia, cupo la misión de censurar acremente a López.
A pesar de haberse roto las negociaciones, por la contestación dada por el Presidente al tirano, durante todo el día 15, y aún en la mañana del 16, todavía se hablaba de paz en el campamento.
Sin embargo, al caer la noche, y hallándome en la carpa del coronel Rivas, vino la orden de estar todo listo para la madrugada del 17. Un torrente de agua frustró el plan combinado para esa mañana. El día siguiente continúo el agua; pero a pesar de esto, la escuadra empezó a operar sobre la tan nombrada batería de Curupaytí. A las 6.30 de la mañana avanzaron sobre esos punto los siguientes buques: Brasil y Barroso, acorazados; Bahía, Belmonte, Paranaíba, cañoneras; Fuerte Coimbra y Pedro Alfonso, bombarderas, además de dos chatas con dos piezas de a 68 y dos morteros.
A las 7.00 en punto se hizo la señal de romper el fuego.
Este no se hizo esperar, y desde esa hora hasta las 7.00 de la noche, un cañoneo y bombardeo sostenido cayó sobre la batería, que no se vió ni un solo momento abandonada por su guarnición.
¿Por qué?
¿Por qué los buques no se habían arrimado lo bastante? ¿Por qué las punterías no eran buenas?
¿Por qué los proyectiles no alcanzaban?
Nada de esto sé, ni me consta. Lo único que sé es que el gran bombardeo del 18 no bastó a dominar la posición de Curupaytí .
Ese día el ejército permaneció quieto, sin hacer nada, absolutamente nada.
Debo advertir que la lluvia no cesaba aun cuando no tan recia.
A esto se reduce cuanto ha ocurrido en el teatro de la guerra, desde mi anterior.
El ejército está completamente listo para emprender grandes operaciones.
Mientras llegan, pasaré a darles a ustedes otras noticias que no carecen de interés.
Antes que todo, les hablaré de la revolución de este pueblo, adonde regresé hace pocas horas y de donde dentro de un par, regresaré al ejército.
Para hablarles con propiedad he tratado de informarme de la verdad, y es a nombre de ella que les diré lo que pasó .
La revolución contaba con el apoyo de todos los hombres que aquí se llaman liberales; pero por una de esas traiciones tan frecuentes en estos pueblos, la mayor parte de aquellos que alentaron al doctor Benitez, le abandonaron cobardemente en el momento supremo de la lucha.
Su crimen ha sido tanto más grande cuanto que, en momentos en que la revolución triunfaba valientemente, esos hombres le hicieron comprender a Benitez que estaban perdidos.
Mentían infamemente. Si esos tránsfugas, en vez de sus pasteles, en vez de enervar el movimiento, y de una conducta templada en el fuego del más puro patriotismo, hubieran dado nervio a la revolución, ella hubiera triunfado definitivamente.
Yo no tengo palabras con que ponderar a ustedes el arrojo y el aliento varonil del doctor Benitez, el que a la cabeza de un puñado de valientes, tomó el cuartel, la policía y el cabildo batiéndose a quema ropa contra los sostenedores de Evaristo López.
Como en esta revolución ha habido su parte cómica no dejaré de mencionarles el rol que ha jugado el gobernador, y el traje con que regresó después de su fuga.
Apenas sintió el movimiento se apretó el bonete, y se lanzó a la calle en un traje que distaba poco del de nuestro padre Adán en el Paraíso.
Al entrar triunfante a la plaza, su excelencia venía disfrazado, y creyendo que nos hallábamos en Sábado Santo se presentó con bota granadera, pantalón mordoré con franja, una levita color indefinido, sombrero de paja y sin corbata.
Le acompañaban los bravos a quienes Sebastián Casares había derrotado esa mañana.
Como es consiguiente una gran salva de vivas saludó al héroe vencedor, distinguiéndose entre los gritones al hijo del general Cáceres.
Este tunante que durante el momento del conflicto no dejó ver ni la punta de las narices, tuvo la cobardía de insultar villanamente al joven Vivar en los momentos en que éste se dirigía al puerto para embarcarse.
Aun cuando Cáceres iba acompañado por dos bandidos, Vivar, sin perder su moderación, les dejó entrever la boca de un revólver, y con este argumento convincente se hizo respetar.
El 15 a la noche hubo su mazorcada de estilo.
La imprenta de El Nacionalista fue quemada y sus tipos arrojados a la calle pública.
Hay circunstancias que me inducen a creer que el gobierno tendrá que pagar los gastos ocasionados a ese establecimiento tipográfico.
El diario oficial dice que los revolucionarios se ampararon en el parque nacional.
El papelucho falta a la verdad.
No se hizo ni la intentona siquiera.
Si la hacen, toman ese parque sin resistencia, pues el señor Alvaro Alzogaray se hallaba en esos momentos estrujado por los brazos de Morfeo, y con el dios Baco a muy corta distancia de su habitación.
La noticia de la revolución llegó al ejército, y en el acto el vapor Duque de Saxe trajo 200 soldados brasileros para reforzar las guardias de los hospitales.
La conducta de esta fuerza fue circunspecta como prescindente.
El joven Sebastián Casares, que se hallaba en esta, convaleciendo de la herida que recibió el 11, tomó una parte activa en la revolución: se batió como un bravo, se refugió a bordo de la Amazonas, y al siguiente día marchó a incorporarse a su batallón.
Como ustedes habrán observado, mi carta por el Ibicuy ha debido ser la única que llegó a esa del teatro de la guerra. Les diré por qué.
El vapor que conducía la correspondencia se descompuso y no pudo llegar a tiempo.
Yo venía a su bordo, y teniendo en vista la orden que ustedes me han dado de gastar cuanto sea preciso para que La Tribuna esté siempre a vanguardia en materia de noticias, floté una lancha que a la sazón pasaba por allí y me hice conducir hasta Corrientes.
Hablaré a ustedes sobre el asunto médicos.
En los hospitales argentinos se hallan actualmente los siguientes: doctor Francisco Javier Muñiz, doctor N. Santos, doctor Manuel García. Estos tres son argentinos.
Están además: los doctores José Masriera, Joaquín Nogueras y Pelegrin Martín.
Estos tres son de los españoles últimamente emigrados de Chile. Resulta, pues, que sólo tenemos seis médicos para los hospitales de la Batería, la Cruz, Santo Domingo y el teatro.
Entretanto, estamos en vísperas de una gran batalla.
En ella, sabe Dios cuántos compañeros van a caer postrados por el plomo enemigo; y sin embargo, ni una palabra de aliento nos llega para hacernos comprender que el gobierno nacional mira este asunto con la atención que debiera.
He leído la defensa que un diario de esa ha pretendido hacer de los médicos insensibles, y me felicito de sus defensas, pues ella me revela que no se puede invocar una sola razón que justifique la indiferencia estoica de los médicos argentinos.
Si el gobierno nacional quisiese inspirarse en las grandes necesidades del momento, imitaría el ejemplo del inmortal Pacheco y Obes durante los días de prueba porque pasó la heroica Montevideo.
Si ustedes lo recuerdan, hubo un día en que este genio especial llamó a todos los médicos y flebótomos de Montevideo, y les intimó la orden de que diariamente concurrieran a los hospitales de la capital.
Así hubo médicos para los heridos.
¿Qué hace ese Gobierno que no imita este ejemplo saludable, y tomando una resolución extrema, hace que un par de docenas de médicos vengan inmediatamente al ejército?
Entretanto, véase cuán distinta es la conducta observada por el venerable doctor Muñiz y algunos otros facultativos, que para vergüenza nuestra ni aun siquiera han nacido en el suelo argentino.
Ultimamente el cirujano de Ituzaingó dirigió al señor Presidente la siguiente nota:
“Corrientes, septiembre 7 de 1866.
Señor jefe del Estado Mayor General del Ejército, don JuanA. Gelly y Obes.
Tengo el honor de poner en conocimiento de vuestra señoría como los doctores José Masriera, Pelegrin Martíny Joaquín Nogueras, se han ofrecido voluntariamente, así como los ayudantes Fartuf, Pastorice y Echeverría, a pasar al ejército argentino para auxiliar el cuerpo médico de dicho ejército el día de la batalla y siguientes. Espero tener noticia de la proximidad de aquel gran suceso, para comunicárselos, a fin de que se cumplan sus honorables y patrióticos deseos .
El excelentísimo señor general en jefe aún no se ha dignado resolver sobre la licencia que le pedí con fecha 30 del pasado, como lo comuniqué al Ministerio de laGuerra, para participar del honor de asistir a aquella solemne fiesta marcial de la patria.
En justa recomendación de la noble decisión de los antedichos individuos, tanto más de agradecer, cuando todos son extranjeros, me permito hacer a V. S. esta grata participación.”
Como se ve, el viejo patriota pide como una gracia el que se le deje marchar al campo de batalla, en compañía de los tres médicos españoles, para curar a los que caigan derribados por la bala enemiga.
He visto la contestación del general Mitre.
Élacepta la concurrencia de los médicos españoles pero le pide como un favor al doctor Muñiz que no abandone los hospitales de Corrientes.
Yo creo que este es de aquellos hechos que no necesitan comentarios.
Cuando aquellos que escapen a la muerte hayan recobrado su vigor y lozanía, bendecirán mil veces los nombres de estos soldados de la humanidad, que han tenido la dicha de llevarles el consuelo en un momento de duda y desesperación.
Mientras escribo, se me anuncia que las prisiones están a la orden del día, y que una viva atmósfera de terror se cierne sobre las cabezas de esta pobre población, digna de mejor suerte, pero destinada como tantas otras de la República a ser el juguete de gobernantes imbéciles.
Todo el personal de la administración de correos ha sido preso, así como el apreciable joven Nicanor Martínez, sobrino de nuestro querido don Mateo.
¿Cuál la causa de estas prisiones?
Son tan infames y ridículas, que yo mismo tengo vergüenza de repetirlas.
El joven Guastavino, uno de los agentes más activos de la revolución, tuvo la suerte de embarcarse antes que las arañasen las garras de estos leones federales.
En medio del pánico que lo dominaba, esa especie de estafermo que se llama el gobernador López, le mandó decir al capitán del puerto que no dejase salir un solo buque.
La contestación del coronel Pinedo fue digna.
Le mandó decir a López que le diese la orden por escrito para poderla mandar a quien correspondía, pues no se atrevía a tomar sobre sí la responsabilidad de un acto que importaría dar un golpe mortal al vasto comercio que se hace en estos momentos en el puerto de Corrientes.
El 16 llegó el general Casares con alguna fuerza de caballería a pie. Cuando salió del ejército lo hizo sin licencia, pues el general Gelly, a quien se la pidió, no se creyó con la facultad de otorgarsela.
Posteriormente me dicen que el general Mitre, no sólo se la concedió, sino que fue hasta ordenarle que repusiese en su puesto a las autoridades derrocadas.
Ignoro lo que haya de positivo sobre el particular.
Lo que puedo asegurar a ustedes es que hoy reina en Corrientes un gran terror; pues nadie creyó que después de la transacción que dio por resultado el embarque del doctor Benitez, el gobierno se lanzaría a cometer actos de venganza tan indignos como los que está practicando.
El 17 a la noche tuvo lugar una efervescencia popular, a imitación de las que ordenaba nuestro ilustre restaurador.
El objeto ostensible era dar una serenata a Casares.
A la cabeza de la chusma, marchaba el gobernador don Evaristo.
Loacompañaban su ministro Rosas, el jefe de Policía, Alvaro de Alzogaray, empleado nacional, y un señor Achával, muy conocido en su casa.
Una vez que la comitiva llegó a la casa del caudillo correntino, la misma que habitó nuestro bravo coronel Conesa, las botellas empezaron a destaparse a toda prisa, y digo a toda prisa, porque los sables y facones hacían las veces de tirabuzón.
Los brindis no se hicieron esperar. Me abstengo de enumerar los a ustedes porque da asco que en esta época de libertad y de progreso que sonríe a la República Argentina, haya todavía gente tan degradada, como la que esa noche se prosternó a los pies del general Cáceres.
Como aquí vivimos de sorpresa en sorpresa, en este momento me acaban de dar una noticia que no ha podido menos de causarme una y muy profunda.
Se dice que el señor Octaviano ha roto lanzas con Tamandaré, y que, con motivo del asunto arriendo de vapores, se han disgustado.
Como ustedes verán en La Esperanza, me he constituido en corresponsal de este diario. Al hacerlo, he tenido en vista los intereses bien entendidos de La Tribuna. Sobre todo les escribiré separadamente.
Ayer a las 4 de la tarde regresó el señor Octaviano a bordo del vapor Duque de Saxe.
Desde su venida se ocupa activamente en procurar carbón para despachar un buque con una comisión urgente.
Le costará encontrarlo porque no lo hay.
Dicen que Octaviano está bien disgustado con el bombardeo de Curupaytí; pues no comprende cómo habiéndole arrojado tantos proyectiles, no han conseguido hacerle daño alguno.
Un señor Márquez se ha hecho cargo de la Administración de Correos, en reemplazo del señor Mayo que está en la cárcel incomunicado.
Otro tanto le sucedió al doctor Lagraña.
El señor Portales, oficial 1° de la Capitanía del Puerto, también estuvo preso por espacio de dos horas.
Voy a cerrar mi carta en momentos en que llega el vapor General Flores.
Uno de sus propietarios me dice que hoy debe ser el ataque general; pero yo lo dudo, porque a causa de las lluvias el terreno debe estar muy pantanoso.
Sin embargo, a la salida del vapor las caballerías todas se dirigían al campamento, lo que prueba que el general Flores iba a efectuar su movimiento.
Ayer se vino un pasado.
Este dice que López ha hecho marchar rápidamente 14 batallones a Curupaytí, donde se han hecho nuevas y profundas zanjas.
El vapor Uruguay sale ahora mismo hasta la Paz a transbordar 200 soldados brasileros que se hallan a bordo del Guaycurú, que está varado.
Falstaff
25 de septiembre de 1866.
Corrientes, 20 de septiembre de 1866
Comprendo la ansiedad de usted y comprendo también el desengaño por el que va a pasar ese pueblo al ver llegar el vapor General Flores sin llevarles ninguna noticia decisiva, nada que pueda calmarla impaciencia con que, sin duda, esperaban ustedes algún gran acontecimiento.
Pero, ¿qué hacer amigos?
Ustedes saben “que el hombre propone y Dios dispone” .
En este caso, Mitre ha sido el hombre y Dios el mal tiempo.
El ataque general estaba combinado para el día 17, aniversario de Pavón; pero las cataratas del cielo se abrieron, empezó a llover a torrentes, y ese incidente, con el cual no se contó sin duda, paralizó la acción del ejército, dominó el ardor de sus soldados y frustró las esperanzas de los que creían que al ocultarse el sol del 17, un inmenso canto de alegría, saludaría su espléndida y decisiva victoria sobre el enemigo.
De esta vez, al menos, la paralización en los movimientos y en la inacción, ha sido justificada por el mismo Dios, a quien podrán confundirlos impacientes.
¿Fue una suerte o una desgracia que lloviese tanto en los momentos en que la flota y el ejército aliado se preparaban a dar el gran golpe?
Yo no soy fatalista.
El que lo sea podrá decirlo.
Entre tanto, la verdad es que si esta carta no es un parte detallado de una o demás grandes batallas, no se debe culpar a nadie, ni aun al mismo Tamandaré de la falta de acontecimientos.
Cúlpese al tiempo, a la lluvia y nada más.
No por eso crean ustedes que carezco de material, ni menos que dejo tampoco de tener algo que comunicarles del teatro de la guerra.
Lejos de eso: esta carta será extensa, muy extensa, pues comprendo que todo cuanto pase en estas regiones que se han hecho para siempre históricas, tendrán para ese pueblo el sello de la originalidad, cuando no pueda tener el de novedad.
Empezaré, pues, por las operaciones del teatro de la guerra. Mi última carta era del 14, escrita a bordo del Ibicuy.
En la madrugada del 15, estaba en el campamento de nuestros amigos, esto es, en Curuzú .
Como deben ustedes imaginarlo, el tópico de todas las conversaciones era la conferencia del día 12.
Lo que entonces era un misterio había dejado de serlo con el transcurso de algunas horas; esto es cuanto había pasado entre Mitre y López.
Con más o menos detalles, la conversación de los dos personajes fue tal cual me la anunciaba el amigo cuya carta les mando a ustedes a última hora.
López se mostró algo astuto, pero Mitre se condujo con una manera circunspecta, pero digna, hablando siempre con el tono de un hombre que tenía la conciencia de su justicia y de su poder.
Estas son palabras que he recogido de labios del mismo general Flores, a quien, en la conferencia, cupo la misión de censurar acremente a López.
A pesar de haberse roto las negociaciones, por la contestación dada por el Presidente al tirano, durante todo el día 15, y aún en la mañana del 16, todavía se hablaba de paz en el campamento.
Sin embargo, al caer la noche, y hallándome en la carpa del coronel Rivas, vino la orden de estar todo listo para la madrugada del 17. Un torrente de agua frustró el plan combinado para esa mañana. El día siguiente continúo el agua; pero a pesar de esto, la escuadra empezó a operar sobre la tan nombrada batería de Curupaytí. A las 6.30 de la mañana avanzaron sobre esos punto los siguientes buques: Brasil y Barroso, acorazados; Bahía, Belmonte, Paranaíba, cañoneras; Fuerte Coimbra y Pedro Alfonso, bombarderas, además de dos chatas con dos piezas de a 68 y dos morteros.
A las 7.00 en punto se hizo la señal de romper el fuego.
Este no se hizo esperar, y desde esa hora hasta las 7.00 de la noche, un cañoneo y bombardeo sostenido cayó sobre la batería, que no se vió ni un solo momento abandonada por su guarnición.
¿Por qué?
¿Por qué los buques no se habían arrimado lo bastante? ¿Por qué las punterías no eran buenas?
¿Por qué los proyectiles no alcanzaban?
Nada de esto sé, ni me consta. Lo único que sé es que el gran bombardeo del 18 no bastó a dominar la posición de Curupaytí .
Ese día el ejército permaneció quieto, sin hacer nada, absolutamente nada.
Debo advertir que la lluvia no cesaba aun cuando no tan recia.
A esto se reduce cuanto ha ocurrido en el teatro de la guerra, desde mi anterior.
El ejército está completamente listo para emprender grandes operaciones.
Mientras llegan, pasaré a darles a ustedes otras noticias que no carecen de interés.
Antes que todo, les hablaré de la revolución de este pueblo, adonde regresé hace pocas horas y de donde dentro de un par, regresaré al ejército.
Para hablarles con propiedad he tratado de informarme de la verdad, y es a nombre de ella que les diré lo que pasó .
La revolución contaba con el apoyo de todos los hombres que aquí se llaman liberales; pero por una de esas traiciones tan frecuentes en estos pueblos, la mayor parte de aquellos que alentaron al doctor Benitez, le abandonaron cobardemente en el momento supremo de la lucha.
Su crimen ha sido tanto más grande cuanto que, en momentos en que la revolución triunfaba valientemente, esos hombres le hicieron comprender a Benitez que estaban perdidos.
Mentían infamemente. Si esos tránsfugas, en vez de sus pasteles, en vez de enervar el movimiento, y de una conducta templada en el fuego del más puro patriotismo, hubieran dado nervio a la revolución, ella hubiera triunfado definitivamente.
Yo no tengo palabras con que ponderar a ustedes el arrojo y el aliento varonil del doctor Benitez, el que a la cabeza de un puñado de valientes, tomó el cuartel, la policía y el cabildo batiéndose a quema ropa contra los sostenedores de Evaristo López.
Como en esta revolución ha habido su parte cómica no dejaré de mencionarles el rol que ha jugado el gobernador, y el traje con que regresó después de su fuga.
Apenas sintió el movimiento se apretó el bonete, y se lanzó a la calle en un traje que distaba poco del de nuestro padre Adán en el Paraíso.
Al entrar triunfante a la plaza, su excelencia venía disfrazado, y creyendo que nos hallábamos en Sábado Santo se presentó con bota granadera, pantalón mordoré con franja, una levita color indefinido, sombrero de paja y sin corbata.
Le acompañaban los bravos a quienes Sebastián Casares había derrotado esa mañana.
Como es consiguiente una gran salva de vivas saludó al héroe vencedor, distinguiéndose entre los gritones al hijo del general Cáceres.
Este tunante que durante el momento del conflicto no dejó ver ni la punta de las narices, tuvo la cobardía de insultar villanamente al joven Vivar en los momentos en que éste se dirigía al puerto para embarcarse.
Aun cuando Cáceres iba acompañado por dos bandidos, Vivar, sin perder su moderación, les dejó entrever la boca de un revólver, y con este argumento convincente se hizo respetar.
El 15 a la noche hubo su mazorcada de estilo.
La imprenta de El Nacionalista fue quemada y sus tipos arrojados a la calle pública.
Hay circunstancias que me inducen a creer que el gobierno tendrá que pagar los gastos ocasionados a ese establecimiento tipográfico.
El diario oficial dice que los revolucionarios se ampararon en el parque nacional.
El papelucho falta a la verdad.
No se hizo ni la intentona siquiera.
Si la hacen, toman ese parque sin resistencia, pues el señor Alvaro Alzogaray se hallaba en esos momentos estrujado por los brazos de Morfeo, y con el dios Baco a muy corta distancia de su habitación.
La noticia de la revolución llegó al ejército, y en el acto el vapor Duque de Saxe trajo 200 soldados brasileros para reforzar las guardias de los hospitales.
La conducta de esta fuerza fue circunspecta como prescindente.
El joven Sebastián Casares, que se hallaba en esta, convaleciendo de la herida que recibió el 11, tomó una parte activa en la revolución: se batió como un bravo, se refugió a bordo de la Amazonas, y al siguiente día marchó a incorporarse a su batallón.
Como ustedes habrán observado, mi carta por el Ibicuy ha debido ser la única que llegó a esa del teatro de la guerra. Les diré por qué.
El vapor que conducía la correspondencia se descompuso y no pudo llegar a tiempo.
Yo venía a su bordo, y teniendo en vista la orden que ustedes me han dado de gastar cuanto sea preciso para que La Tribuna esté siempre a vanguardia en materia de noticias, floté una lancha que a la sazón pasaba por allí y me hice conducir hasta Corrientes.
Hablaré a ustedes sobre el asunto médicos.
En los hospitales argentinos se hallan actualmente los siguientes: doctor Francisco Javier Muñiz, doctor N. Santos, doctor Manuel García. Estos tres son argentinos.
Están además: los doctores José Masriera, Joaquín Nogueras y Pelegrin Martín.
Estos tres son de los españoles últimamente emigrados de Chile. Resulta, pues, que sólo tenemos seis médicos para los hospitales de la Batería, la Cruz, Santo Domingo y el teatro.
Entretanto, estamos en vísperas de una gran batalla.
En ella, sabe Dios cuántos compañeros van a caer postrados por el plomo enemigo; y sin embargo, ni una palabra de aliento nos llega para hacernos comprender que el gobierno nacional mira este asunto con la atención que debiera.
He leído la defensa que un diario de esa ha pretendido hacer de los médicos insensibles, y me felicito de sus defensas, pues ella me revela que no se puede invocar una sola razón que justifique la indiferencia estoica de los médicos argentinos.
Si el gobierno nacional quisiese inspirarse en las grandes necesidades del momento, imitaría el ejemplo del inmortal Pacheco y Obes durante los días de prueba porque pasó la heroica Montevideo.
Si ustedes lo recuerdan, hubo un día en que este genio especial llamó a todos los médicos y flebótomos de Montevideo, y les intimó la orden de que diariamente concurrieran a los hospitales de la capital.
Así hubo médicos para los heridos.
¿Qué hace ese Gobierno que no imita este ejemplo saludable, y tomando una resolución extrema, hace que un par de docenas de médicos vengan inmediatamente al ejército?
Entretanto, véase cuán distinta es la conducta observada por el venerable doctor Muñiz y algunos otros facultativos, que para vergüenza nuestra ni aun siquiera han nacido en el suelo argentino.
Ultimamente el cirujano de Ituzaingó dirigió al señor Presidente la siguiente nota:
“Corrientes, septiembre 7 de 1866.
Señor jefe del Estado Mayor General del Ejército, don JuanA. Gelly y Obes.
Tengo el honor de poner en conocimiento de vuestra señoría como los doctores José Masriera, Pelegrin Martíny Joaquín Nogueras, se han ofrecido voluntariamente, así como los ayudantes Fartuf, Pastorice y Echeverría, a pasar al ejército argentino para auxiliar el cuerpo médico de dicho ejército el día de la batalla y siguientes. Espero tener noticia de la proximidad de aquel gran suceso, para comunicárselos, a fin de que se cumplan sus honorables y patrióticos deseos .
El excelentísimo señor general en jefe aún no se ha dignado resolver sobre la licencia que le pedí con fecha 30 del pasado, como lo comuniqué al Ministerio de laGuerra, para participar del honor de asistir a aquella solemne fiesta marcial de la patria.
En justa recomendación de la noble decisión de los antedichos individuos, tanto más de agradecer, cuando todos son extranjeros, me permito hacer a V. S. esta grata participación.”
Como se ve, el viejo patriota pide como una gracia el que se le deje marchar al campo de batalla, en compañía de los tres médicos españoles, para curar a los que caigan derribados por la bala enemiga.
He visto la contestación del general Mitre.
Élacepta la concurrencia de los médicos españoles pero le pide como un favor al doctor Muñiz que no abandone los hospitales de Corrientes.
Yo creo que este es de aquellos hechos que no necesitan comentarios.
Cuando aquellos que escapen a la muerte hayan recobrado su vigor y lozanía, bendecirán mil veces los nombres de estos soldados de la humanidad, que han tenido la dicha de llevarles el consuelo en un momento de duda y desesperación.
Mientras escribo, se me anuncia que las prisiones están a la orden del día, y que una viva atmósfera de terror se cierne sobre las cabezas de esta pobre población, digna de mejor suerte, pero destinada como tantas otras de la República a ser el juguete de gobernantes imbéciles.
Todo el personal de la administración de correos ha sido preso, así como el apreciable joven Nicanor Martínez, sobrino de nuestro querido don Mateo.
¿Cuál la causa de estas prisiones?
Son tan infames y ridículas, que yo mismo tengo vergüenza de repetirlas.
El joven Guastavino, uno de los agentes más activos de la revolución, tuvo la suerte de embarcarse antes que las arañasen las garras de estos leones federales.
En medio del pánico que lo dominaba, esa especie de estafermo que se llama el gobernador López, le mandó decir al capitán del puerto que no dejase salir un solo buque.
La contestación del coronel Pinedo fue digna.
Le mandó decir a López que le diese la orden por escrito para poderla mandar a quien correspondía, pues no se atrevía a tomar sobre sí la responsabilidad de un acto que importaría dar un golpe mortal al vasto comercio que se hace en estos momentos en el puerto de Corrientes.
El 16 llegó el general Casares con alguna fuerza de caballería a pie. Cuando salió del ejército lo hizo sin licencia, pues el general Gelly, a quien se la pidió, no se creyó con la facultad de otorgarsela.
Posteriormente me dicen que el general Mitre, no sólo se la concedió, sino que fue hasta ordenarle que repusiese en su puesto a las autoridades derrocadas.
Ignoro lo que haya de positivo sobre el particular.
Lo que puedo asegurar a ustedes es que hoy reina en Corrientes un gran terror; pues nadie creyó que después de la transacción que dio por resultado el embarque del doctor Benitez, el gobierno se lanzaría a cometer actos de venganza tan indignos como los que está practicando.
El 17 a la noche tuvo lugar una efervescencia popular, a imitación de las que ordenaba nuestro ilustre restaurador.
El objeto ostensible era dar una serenata a Casares.
A la cabeza de la chusma, marchaba el gobernador don Evaristo.
Loacompañaban su ministro Rosas, el jefe de Policía, Alvaro de Alzogaray, empleado nacional, y un señor Achával, muy conocido en su casa.
Una vez que la comitiva llegó a la casa del caudillo correntino, la misma que habitó nuestro bravo coronel Conesa, las botellas empezaron a destaparse a toda prisa, y digo a toda prisa, porque los sables y facones hacían las veces de tirabuzón.
Los brindis no se hicieron esperar. Me abstengo de enumerar los a ustedes porque da asco que en esta época de libertad y de progreso que sonríe a la República Argentina, haya todavía gente tan degradada, como la que esa noche se prosternó a los pies del general Cáceres.
Como aquí vivimos de sorpresa en sorpresa, en este momento me acaban de dar una noticia que no ha podido menos de causarme una y muy profunda.
Se dice que el señor Octaviano ha roto lanzas con Tamandaré, y que, con motivo del asunto arriendo de vapores, se han disgustado.
Como ustedes verán en La Esperanza, me he constituido en corresponsal de este diario. Al hacerlo, he tenido en vista los intereses bien entendidos de La Tribuna. Sobre todo les escribiré separadamente.
Ayer a las 4 de la tarde regresó el señor Octaviano a bordo del vapor Duque de Saxe.
Desde su venida se ocupa activamente en procurar carbón para despachar un buque con una comisión urgente.
Le costará encontrarlo porque no lo hay.
Dicen que Octaviano está bien disgustado con el bombardeo de Curupaytí; pues no comprende cómo habiéndole arrojado tantos proyectiles, no han conseguido hacerle daño alguno.
Un señor Márquez se ha hecho cargo de la Administración de Correos, en reemplazo del señor Mayo que está en la cárcel incomunicado.
Otro tanto le sucedió al doctor Lagraña.
El señor Portales, oficial 1° de la Capitanía del Puerto, también estuvo preso por espacio de dos horas.
Voy a cerrar mi carta en momentos en que llega el vapor General Flores.
Uno de sus propietarios me dice que hoy debe ser el ataque general; pero yo lo dudo, porque a causa de las lluvias el terreno debe estar muy pantanoso.
Sin embargo, a la salida del vapor las caballerías todas se dirigían al campamento, lo que prueba que el general Flores iba a efectuar su movimiento.
Ayer se vino un pasado.
Este dice que López ha hecho marchar rápidamente 14 batallones a Curupaytí, donde se han hecho nuevas y profundas zanjas.
El vapor Uruguay sale ahora mismo hasta la Paz a transbordar 200 soldados brasileros que se hallan a bordo del Guaycurú, que está varado.
Falstaff
25 de septiembre de 1866.
Fecha válida
1866-09-24