"Teatro de la guerra. (De nuestros corresponsales)"
Item
Código de referencia
AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº000
Fechas
15-08-1866
Título/Asunto
"Teatro de la guerra. (De nuestros corresponsales)"
Nombre de publicación/Lugar
La Tribuna - Buenos Aires
Alcance y Contenido
Artículo publicado en La Tribuna, el 15 de agosto de 1866, p. 2, 3ra columna. Sección: “Teatro de la guerra”. Firmado por Falstaff. La fecha de la carta corresponde al 10 de agosto de 1866. Fechada en Ensenada de Itapirú (cerca de confluencia de r. Paraná y r. Paraguay, frente a prov. de Corrientes, Paraguay). Críticas al brasileño vizconde de Tamandaré por la inacción en que tiene a su escuadra. Desborde de enfermos en hospitales de Corrientes.
Idioma
Español
Firma /Seudónimo
Falstaff (Seudónimo atribuido a Lucio V. Mansilla/Héctor Varela)
Nivel de descripción
UD Simple
Volumen y Soporte
1 ejemplar - Digital
Tipología documental
Artículo
Nombre del creador
PIP Mansilla
Nota de investigación
Existencia y localización de originales
Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"
Transcripción
Méritos del coronel Conesa. Críticas a Tamandaré . Siempre alguien tratará de justificar lo injustificable.
Ensenada de Itapirú . Agosto 10 de 1866.
El portador de esta será nuestro amigo Jacobo.
Va acompañando al bravo y distinguido coronel Conesa, cuya salud se ha quebrantado notablemente a consecuencia de las últimas fatigas del campamento.
Este jefe, tan lleno de pundonor y delicadeza, y cuyo valor indomable está en armonía con su tipo caballeresco, no quería abandonar su división. Pero el general en jefe, en vista de las repetidas instancias de los facultativos, ha tenido casi que ordenarle que baje a Buenos Aires a reparar un tanto su salud.
Aunque con disgusto, al fin ha cedido, y nuestro amigo baja en este vapor.
Ya que incidentalmente hablo de él, siempre modesto y noble, te diré que en los últimos sangrientos combates ha desempeñado un rol mucho más importante de lo que ahí se creyó al principio, batiéndose con su división por espacio de 15 horas.
Como verás, te escribo esta carta desde la Ensenada de Itapirú .
La navegación desde Corrientes hasta este punto no puede ser más pintoresca.
A la entrada del río Paraguay, en el punto que los paraguayos llaman El Cerrito, el señor vizconde de Tamandaré ha instalado una especie de arsenal, “con el objeto de reparar las averías que sus buques sufren en la lucha”, según dice él.
Con este motivo, uno de los generales aliados dijo que reputaba inútil ese arsenal, “pues no creía que el señor vizconde tendría necesidad de reparar avería alguna” .
La crítica se comprende. ¿Es justa?
Por apasionados que sean los amigos del almirante brasileño –que son muy contados– no hay uno que pueda buenamente justificar su conducta, que desde el principio de la lucha es tan incomprensible como ridícula.
Hace siete meses que el vizconde dijo a todo el que lo quisiera oír, que el 25 de marzo, aniversario de la independencia de su patria [sic.], lo saludarían en el puerto de Asunción.
Han pasado marzo, abril, mayo, junio y julio sin que el jefe de la flota imperial haya hecho nada, absolutamente nada, pues las operaciones contra Itapirú provocaron entonces la indignación de cuantos presenciaron el combate de varios acorazados contra una chata y dos cañones mal montados en un pedazo de tierra, que por su insignificancia no merece ni el nombre de batería.
Estamos ya a mediados de agosto y el señor vizconde sigue agitándose en brazos de la inactividad, mientras que la poderosa escuadra en cuya popa flamea la bandera auriverde, se mece blandamente sobre las tranquilas aguas de estos ríos, cuyo silencio era ya tiempo de interrumpir con el estruendo del cañón brasileño.
El espíritu de su oficialidad no puede ser mejor.
Las tripulaciones arden porque llegue el instante de la lucha. Todos, todos en una palabra, piden a gritos que se pelee, que se haga algo, que se salga de esa inacción enervadora, y que la escuadra comparta las glorias de sus compañeros. Pero hay uno que no cree así, que piensa de distinto modo, que lo ve de otra manera, y ese es el señor vizconde de Tamandaré.
Él dice que nada le importa la crítica que le están haciendo, y que ¡a su tiempo se justificará!
En este siglo en que no han faltado justificadores de oficio para las más grandes iniquidades, desde la tiranía de Rosas y la matanza de Quinteros, hasta el 2 de diciembre y las deportaciones a la Siberia, bien sé yo que no ha de faltar quien trate de justificarla conducta del señor Tamandaré . Pero a los pueblos que conocen la verdad y han podido apreciarla, fría y descarnada, no ha de ser fácil alucinarlos con invenciones, sobre todo cuando esos pueblos saben que el enemigo cargó sus cañones en Cuevas sin ser hostilizado, cuando saben que todo su ejército repasó el Paraná sin que un solo buque tentase impedírselo, cuando saben que hace cuatro meses está anunciando el ataque y toma de Curupaytí, operación que, a pesar de su poca importancia, no ha se ha emprendido todavía.
Por si hay quien crea que puede haber exageración en los cargos que hago al señor Tamandaré, te diré lo que pasó no hace mucho.
En una reunión en que se hallaban presentes los generales Mitre, Flores y Osorio, el desgraciado coronel Pallejas y otras personas notables, el general Osorio le dijo al vizconde que debía ser sumariado, tanto por el gasto inútil que había hecho en sus combates con la batería de Itapirú, cuanto por su conducta como jefe de la escuadra.
Desde entonces parece que empezó la hostilidad al bravo Osorio, que al fin ha sido separado del ejército de un modo que tan poco honra al que lo ha mandado relevar.
No te diré que no haya ido enfermo.
Al contrario: estaba bastante incomodado. Pero me consta que no tanto como para dejar a sus compañeros en estos momentos.
La destitución de Osorio no importa otra cosa que el triunfo de la influencia de Tamandaré en la corte de Río de Janeiro.
El ejército lo ha sentido, lo siente todavía, si bien no tiene motivos de queja de su nuevo general, que, según me han asegurado personas competentes como el coronel Conesa y otros, es no sólo muy valiente sino muy metódico en la organización de sus tropas.
Del teatro de la guerra nada de particular.
Anoche se vieron dos muchachos pasados, pero nada dicen de nuevo.
El cañoneo de que te hablé ayer a última hora, no ha sido cosa de importancia. Era que los paraguayos han empezado nuevamente a divertirse, bombardeando poco a poco nuestro campamento.
El barón de Porto Alegre estuvo hoy a conferenciar con el general Mitre.
En la costa de Itapirú, desde donde escribo, está acampado el ejército que trajo aquel jefe.
Te aseguro que su porte es brillante. Hace un rato lo vi hacer ejercicios.
Los batallones maniobran perfectamente, y en cuanto a su calidad, probó ser superior en los combates del 16 y 18, en los que dos cuerpos de cazadores se batieron heroicamente.
De esta tropa se embarcará una parte en la escuadra para operar sobre Curupaytí, cuando así lo halle por conveniente el señor Tamandaré.
Anoche estuvo con nuestro viejo almirante, a bordo de su Guardia Nacional. Encontré allí al amigo Héctor, que estaba de paso para el campamento.
Murature está desesperado por la inacción en que vive, anhelando el momento de batirse.
¡Pobre amigo, qué gran corazón tiene!
El coronel García sigue mejor de su herida.
Los hospitales de Corrientes están desgraciadamente muy provistos de heridos, y la excesiva escasez de médicos hace que los pocos que hay tengan que cuidar a razón de 86 heridos cada uno. ¿No podrá servir esto de estímulo a tantos médicos de los que pasan vida holgada en esa?
Pidan médicos, ¡por Dios!, ¡Médicos!, ¡médicos!...
Falstaff
15 de agosto de 1866.
Ensenada de Itapirú . Agosto 10 de 1866.
El portador de esta será nuestro amigo Jacobo.
Va acompañando al bravo y distinguido coronel Conesa, cuya salud se ha quebrantado notablemente a consecuencia de las últimas fatigas del campamento.
Este jefe, tan lleno de pundonor y delicadeza, y cuyo valor indomable está en armonía con su tipo caballeresco, no quería abandonar su división. Pero el general en jefe, en vista de las repetidas instancias de los facultativos, ha tenido casi que ordenarle que baje a Buenos Aires a reparar un tanto su salud.
Aunque con disgusto, al fin ha cedido, y nuestro amigo baja en este vapor.
Ya que incidentalmente hablo de él, siempre modesto y noble, te diré que en los últimos sangrientos combates ha desempeñado un rol mucho más importante de lo que ahí se creyó al principio, batiéndose con su división por espacio de 15 horas.
Como verás, te escribo esta carta desde la Ensenada de Itapirú .
La navegación desde Corrientes hasta este punto no puede ser más pintoresca.
A la entrada del río Paraguay, en el punto que los paraguayos llaman El Cerrito, el señor vizconde de Tamandaré ha instalado una especie de arsenal, “con el objeto de reparar las averías que sus buques sufren en la lucha”, según dice él.
Con este motivo, uno de los generales aliados dijo que reputaba inútil ese arsenal, “pues no creía que el señor vizconde tendría necesidad de reparar avería alguna” .
La crítica se comprende. ¿Es justa?
Por apasionados que sean los amigos del almirante brasileño –que son muy contados– no hay uno que pueda buenamente justificar su conducta, que desde el principio de la lucha es tan incomprensible como ridícula.
Hace siete meses que el vizconde dijo a todo el que lo quisiera oír, que el 25 de marzo, aniversario de la independencia de su patria [sic.], lo saludarían en el puerto de Asunción.
Han pasado marzo, abril, mayo, junio y julio sin que el jefe de la flota imperial haya hecho nada, absolutamente nada, pues las operaciones contra Itapirú provocaron entonces la indignación de cuantos presenciaron el combate de varios acorazados contra una chata y dos cañones mal montados en un pedazo de tierra, que por su insignificancia no merece ni el nombre de batería.
Estamos ya a mediados de agosto y el señor vizconde sigue agitándose en brazos de la inactividad, mientras que la poderosa escuadra en cuya popa flamea la bandera auriverde, se mece blandamente sobre las tranquilas aguas de estos ríos, cuyo silencio era ya tiempo de interrumpir con el estruendo del cañón brasileño.
El espíritu de su oficialidad no puede ser mejor.
Las tripulaciones arden porque llegue el instante de la lucha. Todos, todos en una palabra, piden a gritos que se pelee, que se haga algo, que se salga de esa inacción enervadora, y que la escuadra comparta las glorias de sus compañeros. Pero hay uno que no cree así, que piensa de distinto modo, que lo ve de otra manera, y ese es el señor vizconde de Tamandaré.
Él dice que nada le importa la crítica que le están haciendo, y que ¡a su tiempo se justificará!
En este siglo en que no han faltado justificadores de oficio para las más grandes iniquidades, desde la tiranía de Rosas y la matanza de Quinteros, hasta el 2 de diciembre y las deportaciones a la Siberia, bien sé yo que no ha de faltar quien trate de justificarla conducta del señor Tamandaré . Pero a los pueblos que conocen la verdad y han podido apreciarla, fría y descarnada, no ha de ser fácil alucinarlos con invenciones, sobre todo cuando esos pueblos saben que el enemigo cargó sus cañones en Cuevas sin ser hostilizado, cuando saben que todo su ejército repasó el Paraná sin que un solo buque tentase impedírselo, cuando saben que hace cuatro meses está anunciando el ataque y toma de Curupaytí, operación que, a pesar de su poca importancia, no ha se ha emprendido todavía.
Por si hay quien crea que puede haber exageración en los cargos que hago al señor Tamandaré, te diré lo que pasó no hace mucho.
En una reunión en que se hallaban presentes los generales Mitre, Flores y Osorio, el desgraciado coronel Pallejas y otras personas notables, el general Osorio le dijo al vizconde que debía ser sumariado, tanto por el gasto inútil que había hecho en sus combates con la batería de Itapirú, cuanto por su conducta como jefe de la escuadra.
Desde entonces parece que empezó la hostilidad al bravo Osorio, que al fin ha sido separado del ejército de un modo que tan poco honra al que lo ha mandado relevar.
No te diré que no haya ido enfermo.
Al contrario: estaba bastante incomodado. Pero me consta que no tanto como para dejar a sus compañeros en estos momentos.
La destitución de Osorio no importa otra cosa que el triunfo de la influencia de Tamandaré en la corte de Río de Janeiro.
El ejército lo ha sentido, lo siente todavía, si bien no tiene motivos de queja de su nuevo general, que, según me han asegurado personas competentes como el coronel Conesa y otros, es no sólo muy valiente sino muy metódico en la organización de sus tropas.
Del teatro de la guerra nada de particular.
Anoche se vieron dos muchachos pasados, pero nada dicen de nuevo.
El cañoneo de que te hablé ayer a última hora, no ha sido cosa de importancia. Era que los paraguayos han empezado nuevamente a divertirse, bombardeando poco a poco nuestro campamento.
El barón de Porto Alegre estuvo hoy a conferenciar con el general Mitre.
En la costa de Itapirú, desde donde escribo, está acampado el ejército que trajo aquel jefe.
Te aseguro que su porte es brillante. Hace un rato lo vi hacer ejercicios.
Los batallones maniobran perfectamente, y en cuanto a su calidad, probó ser superior en los combates del 16 y 18, en los que dos cuerpos de cazadores se batieron heroicamente.
De esta tropa se embarcará una parte en la escuadra para operar sobre Curupaytí, cuando así lo halle por conveniente el señor Tamandaré.
Anoche estuvo con nuestro viejo almirante, a bordo de su Guardia Nacional. Encontré allí al amigo Héctor, que estaba de paso para el campamento.
Murature está desesperado por la inacción en que vive, anhelando el momento de batirse.
¡Pobre amigo, qué gran corazón tiene!
El coronel García sigue mejor de su herida.
Los hospitales de Corrientes están desgraciadamente muy provistos de heridos, y la excesiva escasez de médicos hace que los pocos que hay tengan que cuidar a razón de 86 heridos cada uno. ¿No podrá servir esto de estímulo a tantos médicos de los que pasan vida holgada en esa?
Pidan médicos, ¡por Dios!, ¡Médicos!, ¡médicos!...
Falstaff
15 de agosto de 1866.
Fecha válida
1866-08-15