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“Ensayo. Sobre la novela en la Democracia. Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense.”

Item

Código de referencia

AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº0410

Fechas

27-11-1863

Título/Asunto

“Ensayo. Sobre la novela en la Democracia. Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense.”

Nombre de publicación/Lugar

La Tribuna - Buenos Aires

Alcance y Contenido

Artículo publicado en La Tribuna. Sección: Literatura nacional. Primera página, columnas 6 a 8. Retoma dedicatoria a su amigo Rufino Varela. Comienza “(Continuación)”. Apartado III del ensayo. Dada la pobreza en democracia de los materiales para el lirismo, la epopeya, la novela y el romance, pregunta por el papel del crítico. Reflexiona sobre su propio método de escritura. Apartado IV del ensayo. Comienza el análisis de Emilia de R. el Mujiense. Cuadro de costumbre. Seudónimo que oculta al autor. Forma entrecortada. Defecto capital: proliferación de máximas morales. Contradicciones. Análisis de los personajes, defectos en su construcción. Finalmente destaca lo que sí tiene de positivo la narración. Finaliza “(Concluirá)”

Idioma

Español

Firma /Seudónimo

Lucio V. Mansilla

Nivel de descripción

UD Simple

Volumen y Soporte

1 ejemplar - Digital

Tipología documental

Artículo

Nombre del creador

PIP Mansilla

Nota de investigación

Esta serie de artículos fue recuperada por Pablo Darío y Crespo, Natalia (2013) en la Revista de Literaturas Modernas, Vol. 43, no. 2, p. 117-151, "Mansilla, Lucio Victorio. “Ensayo sobre la novela en la Democracia o Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense”. Ed. crítica a cargo de Pablo Colombi y Natalia Crespo.

Existencia y localización de originales

Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"

Transcripción

ENSAYO
SOBRE LA NOVELA EN LA DEMOCRACIA
Ó JUICIO CRÍTICO SOBRE LA EMILIA
DE R. EL MUJIENSE
Por Lucio V. Mansilla.
A SU AMIGO RUFINO VARELA. (Continuacion.)
III.

Establecido que los materiales literarios para el lirismo, la epopeya, la novela y romance tienen que ser pobres en la democracia, hasta que esta no haya realizado sus primeras aspiraciones, y dada la razon de todo ello, tal cual yo la concibo,— resta ver si vale la pena de que el crítico se ocupe detenidamente en aquellas producciones cuya tela sea esclusivamente la vida americana, quiero decir, sus usos y costumbres sociales, sus defectos y sus vicios, combinados con lo que del Viejo Mundo nos importe la inmigracion y la civilizacion europeas. No disertaré sobre este punto porque decir que si vale la pena es un corolario que se desprende de lo dicho hasta aquí. Así, pues, continúo pidiendo perdon al lector por haberle engolfado en tan altas y sérias reflexiones, y por la manera informe y confusa como todas ellas de mi pluma han brotado. Culpa es de mi insuficiencia, y en parte del anhelo que he tenido de abordar cuanto antes el tópico principal, el cual, como lo indica el epígrafe, es una novela de costumbres, publicada por un mi amigo, que mejor esgrime la pluma del crítico mordaz á lo Fray Gerundio ó Villergas, que el pincel á lo Fernan Caballero ó Fernandez y Gonzalez, sea dicho con toda franqueza é imparcialidad.
IV.
Emilia, es un cuadro de costumbres bonaerenses presidido por esta idea,—inspirar horror al coquetismo; y considerada de este punto de vista nada ofrece de particular. Pertenece al número de una de tantas novelas sentimentales.
R. el Mujiense, bajo cuyo seudonimo se oculta el autor,—ha elejido el género mas dificil, es decir, el género narrativo, porque siendo este una especie de diálogo con el lector, es necesario que la animacion se sostenga hasta el fin,—que las escenas no se prolonguen demasiado, ni pasen fugaces como las móviles vistas de un panorama, sin escasear, ni prodigar profusamente los detalles.
Su forma es entrecortada. Esto es, está dividida en capítulos breves y concisos, que comienzan con una digresion ó preambulo, y acaban casi todos con un incidente nuevo, calculado para aumentar la emocion del lector ó despertar su curiosidad; ó con alguna moraleja, cuyo objeto parece ser atenuar las impresiones desfavorables que en el espíritu de aquel producir haya podido, el choque de las pasiones humanas puestas en juego.
En este sentido, Emilia, adolece de un defecto capital. Descúbrese desde luego que R. el Mujiense ha procurado hinchar su libro de máximas morales, siendo asi que, en la novela, la moral debe consistir, no tanto en los pensamientos, cuanto en las diversas situaciones que se pintan, ó en el desenlace final, ora se quiera premiar la virtud y castigar el vicio, inclinándose al sistema de las compensaciones; ora hacer sufrir persecuciones á la inocencia y no salir triunfante á la iniquidad, para que la una reciba su condigno castigo y la otra en recompensa merecida, en un mundo menos borrascoso é infinitamente mas justiciero que aqueste en que vivimos.
Asi, no es estraño que R. el Mujiense haya incurrido en ciertas contradicciones. Por ejemplo. Al paso que en una parte muéstrase enemigo del suicidio y le vilipendia y le anatemiza, en otra, pensando como Salomon,—que el mas dichoso era aquel que no ha nacido,—añade: “Por eso cuanto mas dura la vida tanto mas se arraiga el convencimiento de que la muerte es una necesidad mayor para la felicidad del hombre, que la vida misma.” A lo cual yo contesto. Pero si esto último es cierto; porqué me negais el derecho de ser feliz, pintándome el suicidio como un crímen, como la negación de la felicidad?
Porsupuesto que si estas dos ideas, opuestas entre sí, hubiesen sido preferidas por alguno de los autores de la novela, yo no habria apuntado su contradiccion. Pero siendo ellas dos reflexiones morales que hace el autor, no puedo dejar de estrañar que primero se muestre tan cristiano y despues tan dolorosamente escéptico y hastiado.
Mas el lector querrá saber quien es Emilia, y á la verdad es tiempo de decirle ya. Emilia, es una coqueta tan espiritual como hermosa,—que como todas las coquetas,—engaña á un hombre, justamente al infeliz que comete la necedad de amarla con amor; que se casa por interés, que luego se hastía de su marido, y, en suma, que despues de mil padecimientos materiales y morales muere… Yo habria preferido salvarla, haciendo morir en cambio á otros menos pecadores y delincuentes que ella, presentando de esta manera, no un tipo de arrepentimiento,—sino los efectos de una regeneracion moral por el dolor. Pues, si hemos de creer en otra vida,—morir no es un castigo para los que han sido buenos, al paso que bien puede serlo para los que hayan delinquido.
Emilia es un tipo execrable, atroz; pero que abunda, y en este sentido ha hecho bien R. el Mujiense de tratarlo con dureza, — diciéndole á la sociedad, mirete ahi, y al hombre cuyo corazón siente las primeras torturas del amor,—estudia antes de declarar el mal que te aqueja, á la mujer que lo produce, pues, como, dice Seneca,—la llaga del amor quien la hace la sana.
No obstante, son demasiado rápidas sus transiciones, no siendo, como no es en efecto, Emilia, un carazon intrínsecamente malo. Es este otro efecto que campea en casi todo el desenvolvimiento de la obra; y lo apunto á grandes rasgos para que si R. el Mujiense se siente animado por su primer recomendable ensayo corrija ese anhelo impaciente de hacerle ver el fin al lector. El lector tendrá paciencia, y gozará doblemente viendo producirse los cambios con mas naturalidad.
D. Agapito, el rico estanciero marido de Emilia,—aparece primero como un hombre torpe y brusco, con sus puntas de cruel, y, diriase, poco honrado; despues como un alma generosa, susceptible de abnegacion, si bien dominada por el genio satánico de la venganza. De manera que el D. Agapito de las primeras páginas aparece incompatible con el de las últimas. Y, á propósito, haré notar que si en el teatro es permitido perturbar las leyes del tiempo y del espacio, en la novela no lo es,—por cuya causa el lector no puede dejar de sorprenderse viendo á D. Agapito, casi simultáneamente en Bahía Blanca y el Tandil, puntos que distan cerca de cien leguas uno del otro.
Maria, que es otro de los tipos de R. el Mujiense, y que por su naturaleza apasionada, sencilla y juguetona interesa sobre manera,—deja en el lector una impresion de tristeza, que solo pudo definir diciendo que se parece á una decepción,—impresion que hubiese sido conveniente atenuar, pintando las borrascas de su alma, las asechanzas á que estuviera espuesta antes de acudir á la cita… á esa cita que parece ser el resultado de una gran debilidad femenil, que la imajinacion no puede prescindir de sospechar; pero que la simpatia y el cariño rechazan, pues, como acabo de decirlo, Maria interesa desde luego, y el corazón es naturalmente indulgente con todo aquello que lo cautiva.
En cambio de este pequeño defecto, encuentro que el tipo de Armindo es escelente, y que el autor ha manejado diestramente su pincel al bosquejarlo; los colores de su paleta son vivos como los de la naturaleza. Juzgad por este fragmento lleno de filosofia, á la vez que revela en el autor bastante conocimiento del mundo.
—¿Me amas? preguntóle Armindo.
—Ella pareció contestar con sollozos entrecortados, bañando con sus lágrimas el pecho del amante.
—Lloras, Maria? ¡Oh! Tu no me amas, dijo aquel como sorprendido.
‘Lloro, Armindo, porque para ser creida de tí, has exijido el sacrificio de una cita, lloro porque presiento que me engañas, si Armindo mio: el hombre mas honrado, el mas leal no lo es tratándose de engañar á una mujer.
“Y asi era en efecto; pero ese presentimiento era tardío.
“Aquel Armindo, de cuya lealtad y sentimientos delicados hemos podido juzgar tratándose de una hermana ó de un amigo, estaba abusando del amor de una joven, con la impasibilidad del niño ajitando al aire uno de sus juguetes.
“Ahí teneis al hombre.
Buscar en él la perfeccion árdua tarea seria, y ……………………….…”
En un Doctor Manzano, R. el Mujiense, ha querido personificar al abogado sin escrúpulos, de instintos crueles y carnales.
Es un ser odioso, antipático, que aunque parece ser tomado del natural, no creo haya existido, felizmente, para nuestra sociedad. Yo aborrezco las malas máximas tanto como los malos ejemplos.
El autor ataca con este motivo lo que en la jerga del derecho llaman iguala. No pienso como él que la iguala sea inmoral. Y no pienso como él, porque opino que la profesion de abogado, lo mismo que la de médico, —debiera ser libre como cualquiera otra profesion, arte, industria ó medio de vivir; libre como la profesion de injeniero, de ajente de negocios, de maestro de escuela etc; en una palabra, como en algunos estados Norte-Americanos, donde para ser abogado, solo se exije un exámen público ante un juri de letrados. Para curar no se exije ninguna formalidad.
La iguala es una convencion, un contralo15entre el abogado y el cliente. No es ella la que dá márjen á tantas inmoralidades é indignas explotaciones como se vén —sino el bajo carácter de ciertos letrados.
Asi, por ejemplo, tal abogado, que no hace igualas, esplota y arruina á un cliente, al paso que tal otro, que las hace, devuélvele lo que la mala fé ó el dolo le han arrebatado. Pero estas reflexiones comienzan á estar fuera de lugar. Vuelvo á mi asunto.
Jorge, el amante tierno, sincero, capaz de un sacrificio por la mujer de sus ensueños, no presenta ninguna faz original. Su fin es el de todos los hombres engañados, que en su desesperacion han acariciado el cañon de una pistola—casarse despues, lo que equivale á decir, olvidar sus desengaños, olvidar su deseperacion, olvidar sus protestas para jugar á la mas gruesa de las aventuras.
No me detendré á bosquejar los demás personajes, porque para ello seria menester epilogar toda la novela, y prefiero remitir el lector á ella.
Voy, pues, á concretarme á algunas observaciones finales, que completarán este ensayo; y mi juicio sobre el libro de mi amigo— libro que como se vé, juzgo mas bien como cofrade, no creyendo me suceda lo que dice Goeth16—que aquel de quien los literatos se prometen algún apoyo, es objeto de sus elojios, asi como el que los critica viene á serlo de su odio.
Quitándole á Emilia todo lo que he dicho tiene de rebuscado y algunas locuciones imperfectas—el estilo es fluido y corriente, elevándose á veces, no diré á la elocuencia, pero si á una sostenida naturalidad.
Algunas de sus escenas son patéticas y muchas de sus descripciones y observaciones exactísimas. Asi, por ejemplo, hablando del templo de San Francisco, encuentro las frases siguientes, que me recuerdan algunas impresiones de la infancia, época en que yo transitaba aquella calle, en la cual moraba mi anciana y valetudinaria abuela.
“La cúpula del convento de San Francisco ostentaba también su frente orgullosa á despecho del arte, y las laterales que le sirven de único apoyo parecian burlarse del tiempo, contra el cual ninguna precaucion tomó el que trazó aquella obra, tan atrevida como hermosa.
“Nadie puede fijar su vista al espacioso y elevado muro que dá al poniente, sin que se sienta poseido de una especie de austeridad franciscana.
“Pocos son los que pasan por su larga vereda, sin que al menor ruido no crean en la posibilidad de que aquella inmensa mole esté á pique de desplomarse, de modo que parece hecha con el doble objeto de recordar á los fieles transeuntes que la muerte puede sorprenderlos en la plenitud de su salud, en lo mejor de sus negocios, ó en medio de las doradas ilusiones de la vida”.
Son también muy justas todas las observaciones á propósito de la preocupacion contra los Gallegos,—esos hijos de la patria de Pelayo y Pardo de Cela—esos hijos de la tierra que fué el antemural de los cristianos contra el agareno.
Voy á concluir revelándome contra una tirada relativa al Dr. Manzano, contra una blasfemia de R. el Mujiense.
Aborresco como él las cartas, todos los gremios con tendencias aristocráticas, es decir, á gozar de franquicias y privilejios que no todo el mundo puede tener.
(Concluirá.)//

Fecha válida

1863-11-27