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“Ensayo. Sobre la novela en la Democracia. Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense. I”

Item

Código de referencia

AR-BN-PIP-CLVM-PRE-lt-Nº0408

Fechas

23 y 24-11-1863

Título/Asunto

“Ensayo. Sobre la novela en la Democracia. Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense. I”

Nombre de publicación/Lugar

La Tribuna - Buenos Aires

Alcance y Contenido

Artículo publicado en La Tribuna. Sección: Literatura nacional. Primera página, columnas 2 a 6.
Fechado: Rojas, noviembre de 1863.
Dedicado a su amigo Rufino Varela
Carta a Rufino Varela, a quien le dedica el ensayo. Le pide espacio para la publicación del ensayo. Preferencia de publicarlo en La Tribuna, en lugar de hacerlo en alguna de las revistas que solicitaron su colaboración. Los tiempos lentos de las revistas para ensayos extensos. Sobre la importancia de la publicación rápida, aun cuando sea en las páginas efímeras del diario, cuando no se trata de textos destinados a convertirse en monumentos. Apartado I del ensayo. Expandir la política del derecho para fortalecer la democracia para que se esparza y penetre en todas partes. Historia del proceso de civilización. Época inicial del mundo: la moral se irradia del patriarca a la familia. Aparición de los profetas. Jesucristo. Democracias singulares de Atenas y Roma. Los bárbaros y los mártires. Renacimiento. Época de la imprenta y de la cátedra. El mundo civilizado es conducido a la asamblea. Napoleón. A pesar de las revoluciones, la ley soberana del mundo es el progreso, lento y gradual. Papel de la historia. Todos los principios de gobierno ha hecho su ensayo y han tenido su época; ahora le toca a la democracia: la forma política más compatible con la naturaleza y la razón humana. Incentiva la acción práctica por lo que demorara el desarrollo de las bellas artes y las letras. Releva ese progreso bajo formas de gobierno pasadas. Cuándo las mismas alcanzarán en democracia el nivel de épocas pasadas. Estado actual de las democracias. Características que debe alcanzar para que se conforme como tal. Literatura nacional en democracia: menos épica, dramática, viva y animada. Dificultad para excitar la fantasía (a diferencia de otras formas de gobierno). Finaliza “(Continuará)”.

Idioma

Español

Firma /Seudónimo

Lucio V. Mansilla

Nivel de descripción

UD Simple

Volumen y Soporte

1 ejemplar - Digital

Tipología documental

Artículo

Nombre del creador

PIP Mansilla

Nota de investigación

Esta serie de artículos fue recuperada por Pablo Darío y Crespo, Natalia (2013) en la Revista de Literaturas Modernas, Vol. 43, no. 2, p. 117-151, "Mansilla, Lucio Victorio. “Ensayo sobre la novela en la Democracia o Juicio crítico sobre la Emilia de R. el Mujiense”. Ed. crítica a cargo de Pablo Colombi y Natalia Crespo.

Existencia y localización de originales

Original en poder de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno"

Transcripción

ENSAYO
SOBRE LA NOVELA EN LA DEMOCRACIA
Ó JUICIO CRÍTICO SOBRE LA EMILIA
DE R. EL MUJIENSE
Por Lucio V. Mansilla.
A SU AMIGO RUFINO VARELA.
---------------------------------
DEDICATORIA.
Rojas, Noviembre de 1863.
Señor D. Rufino Varela.
¿Recuerda vd., querido Rufino, la disputa con aires de calorosa discusion, que á propósito de una frase mia se suscitó en la redaccion de La Tribuna la última vez que estuve en esa? Probablemente nó! Pues bien, como al borronear las pájinas adjuntas esa misma frase ha brotado de mi pluma, recordándome el nombre de vd., hé ahí porque he querido poner este humilde Ensayo bajo el patrocinio suyo, dedicándoselo a la vez. Y digo patrocinio, porque tengo que pedirle le haga dar cabida en las columnas de La Tribuna, no porque busque la alianza de vd., pues, ni pido ni doy cuartel. Es mi costumbre batirme solo, y cuando mas no puedo, quemo el último cartucho y pongo fuego á mis naves. Habria preferido enviar mi trabajo á alguna de las revistas que han solicitado mi colaboracion. Pero estas tienen, al menos por ahora, el inconveniente de no poder dar sino una lenta salida á los escritos que como estes3 ,son un poco estensos; de suerte que para ver el fin de su publicacion hay que aguardar dos y tres meses, y á veces mas. Este retardo redunda siempre en daño del autor; porque solo las cosas de un mérito real y positivo resisten con buen éxito á esas mensuales soluciones de continuidad, seame permitido decirlo asi. Es necesario que una produccion sea muy buena para que la imaginacion del lector se preocupe de ella y espere impaciente el próximo número. Yo de mi sé decir que cuando al pié de un escrito, que desde luego no se recomienda por el nombre de su autor, leo el terrible continuará, casi siempre lo hago á un lado, sobre todo si es una revista mensual lo que leo. Vd. me dirá que en La Tribuna serán mayores las soluciones que temo. Contesto que es cierto. Pero añado que como las intermitencias serán mucho más breves, de 24 horas apenas, no me asusta el peligro de poner á prueba la paciencia del lector. Por otra parte ¿que pierde lo que no está destinado á quedar como un monumento del pensamiento humano, en ser publicado en un diario cuya vida es tan efimera? Nada. Bien pues, tenga vd. entonces la bondad de hacer insertar mi escrito en La Tribuna, aunque las páginas donde haya de ser estampado, deban servir para envolver alcarabea, un momento después de lanzadas á la circulación. Cualquiera que sea la suerte del Ensayo resignóme á ella desde ya con la calma de un mahometano, y confiado en la indulgencia del lector,—ruégole á v. acepte la dedicatoria, creyéndome sinceramente su amigo.
L. V. M.
I.
Dice Lamartine,—que hay mas jénio humano esparcido en la muchedumbre que en una academia por mas selecta que sea, y esta frase que para mí tiene la autoridad de un aforismo, es doblemente cierta, aplicada á la democracia de nuestros días. Efectivamente, propagando la instruccion primaria entre todas las clases de la sociedad, abogando por la libertad de pensamiento y accion, por la libertad de cultos, por la perfecta ecuacion del impuesto, por la igualdad ante la ley, por el libre cambio, por la descentralizacion administrativa y el sufragio universal,—pugnando por poner en todas partes la autoridad al servicio de la libertad, procurando sustituir el princ[ip]io contractual al principio autoritativo, y, por último, hacer triunfar la única política honrada,—la política del derecho, sobre la política más corrupta del sentido moral de los pueblos,—la política de la razón de Estado; la Democracia no brilla como un faro en la cima de encumbrado cerro, cuya luz desde lejos se divisa, mas esparce una claridad ténue y purísima, que en todas partes penetra. Porque no es el resultado de un foco esclusivo, sino la irradiacion de millares de cuerpos luminosos diseminados á su albedrío, acá y acullá por la inmensidad del espacio.
Observemos un instante el proceso de la civilizacion, de la ilustracion, de la manumision del espíritu humano, es decir, los progresos de la Democracia.
En la época inicial del mundo la luz moral se irradiaba del patriarca á la familia.
Vino á poco andar el profeta, que era el doctor de la tribu, el filósofo errante, que comentaba la relijion y la política, elejido por Dios para vaticinar la llegada del Mesias,—la luz universal,—así como entre los Celtas y los Galos el druida fué el sacerdote, el legislador, el filósofo y el médico, y el q’ esplicó el curso de los astros y los fenómenos fisico-naturales de la creacion.
Con Jesu-Cristo la luz inundó al mundo, fulgurando suave y agradablemente, para todo el que tuvo ojos y quiso ver, para todo el que tuvo oidos y quiso oir, de doce honestos varones, que elijió para sus discipulos y compañeros de persecucion, y los cuales, aprendiendo todos los idiomas de entonces diseminaronse por toda el haz de la tierra llevando por símbolo la cruz y por filosofia el amor de Dios.
Ya en Esparta y Atenas, lo mismo que en Cartago y Siracusa, lo mismo que en Roma hasta la fundacion del tribunado, la luz habia fulgurado únicamente de una casta privilejiada. Porque aquellas democracias diferían de la nuestra, tanto como la monarquia pura, del réjimen constitucional.
Con los Bárbaros, y en pos del apóstol vino el mártir ó el santo, como llamarle quisiereis, que al fin, santo es todo aquel que se sacrifica ó muere por una verdad moral,—y en pos del mártir ó del santo vino el sacerdote cristiano, el misionero de la mas augusta relijion que profesar pueden los humanos, ó lo que es lo mismo, vino el convento austero y sombrio, que sembraba sijilosamente la semilla intelectual, sin hacer distincion de clases, pues, reclutaba sus neófitos y catecúmenos lo mismo en los alcazares de los reyes que en la masa popular,—en tanto que las testas coronadas y los señores feudales destrozaban con proterva mano el patrimonio de sus antepasados.
Finalmente, vino la expulsion de los Griegos de Constantinopla, los cuales refujiándose en Italia produjeron el Renacimiento,—esa época brillante en que las ciencias, las letras y las artes, la astronomía, la filosofia y la jurisprudencia, la pintura y la escultura florecieron exuberantes bajo el patrocinio de los magníficos Médici, del político Leon X y del galante Francisco I,—de ese rey caballero que abandonado por la fortuna en Pavia, dióle el último adios á los buenos tiempos feudales como entonces era estilo llamarlos.
El Renacimiento, es la época de la imprenta y de la cátedra,—la época propagandista por excelencia,—la época de la monarquia pura y del libre exámen, ese hilo de Ariadna que al traves del laberinto teolójico y filosófico de las cien escuelas ortodoxas, ja[n]senistas, molinistas, calvinistas, luteranas, volterianas,— condujo al mundo civilizado, por decirlo así, á la barra de la famosa asamblea donde sucesivamente entraron y salieron ya orgullosos, ya abatidos,—Mirabeau, el Júpiter tonante de la elocuencia moderna, Sièyes el gran doctrinario, Danton el impávido tribuno y Robespierre el inflexible terrorista, hasta el dia en que Napoleon cual otro ego sum qui sum la atropelló con un puñado de soldados, y hollando con su planta audaz aquel recinto augusto del pueblo soberano, cohibió momentáneamente los mas caros derechos de la muerte humana, y provocando contra él la saña de la Santa Alianza, que, según la bellísima expresión de Quinet, sólo fue la declaración de los derechos del hombre ostentados por un dia y la bandera de la Constitucion desplegada por los reyes,—enseñó una vez mas con su ejemplo al mundo, que no hay pedestal seguro en la tierra cuando contra él se coligan los pueblos ó los reyes en nombre de los primordiales intereses de la humanidad.
Pero los hombres son un accidente, cuya aparición y desaparición fugaz marca veloz el cuadrante de los tiempos, al paso que los principios son una ley que ha de cumplirse, y Napoleon pasó, y la Santa Alianza que le destronó pasó también, dejando uno y otro en pos de sí cierta suma de concesiones, lo mismo que pasarán otros y otros, en tanto que el mundo camina, quiero decir, adelanta, se desarrolla, progresa, obedeciendo á las leyes de un desenvolvimiento indefinido.
Si, yo no pienso como el Prometeo moderno, cuyo nombre he citado al comenzar, que la humanidad esté condenada á mover sempiternamente la rueda de Yxion, buscando anhelosa la cuadratura de su bien-estar, séame permitido espresarme así. Las revoluciones pueden ensangrentar nuestro suelo; los cataclismos de la tierra devorar los espléndidos monumentos del arte y de la civilización, abriendo anchos y profundos cráteres bajo sus seculares cimientos de granito; extravasar sus lechos los rios correntosos, los dilatados mares y el insondable océano, anonadando con ímpetu furioso cuanto oponerse quiera á su corriente destructora. Mas la ley soberana del mundo es el progreso—lento, gradual; pero sin fin, lo mismo que la rotación de un cuerpo cosmográfico; pero eterno, lo mismo que su supremo y sapientísimo hacedor. La idea de una palinjenesia universal no entra no entra en mi mente.
La Europa puede periclitar,—retroceder la América; pero hay mas tierra desierta y bárbara en el mundo conocido que poblar, que civilizar y cristianizar,—que espacio ocupado por la civilizacion y pueblos iluminados por la antorcha de la única religion capaz de engendrar y consolidar la democracia tal y cual yo la concibo y la deseo. Asi, lo único que admito que pueda suceder, es la ocupacion de una tierra por la jente de otra tierra,—la conquista, la dominacion, en cuyo caso cúmplese esta verdad, que se parece á una paradoja,—toda dominación es progreso.
Y, dígase cuanto se quiera, la história está ahí para enseñar con sus imponentes y severas lecciones, que cada revolucion ha revelado una verdad desconocida, ha afianzado un principio, ha destruido una preocupacion, ó ha derribado un falso Dios.
La civilizacion de los Ejipcios fue mas bella, mas grande y magnífica que la de la India; la civilización de los Griegos dejó atrás á la de los Ejipcios; la de los Romanos eclipsó á todas éstas, hasta que, por último, aparecieron los Bárbaros, los cuales derribaron los dioses mosaicos de Roma, y asimilándose á los vencidos cambiaron la faz de las cosas y sembraron el jérmen de la civilizacion de nuestros dias, portentosa como ninguna, distinta de todas las demás, pues, prevalece en ella cierta tendencia á imponerse mas por la razon, que por la fuerza, como que es infinitamente mucho mas humana que las que le han precedido.
Hasta el presente todos los principios de gobierno han hecho su ensayo, y casi su época. Fáltale á la democracia acometer su obra y probar que ella es la forma política más compatible con la naturaleza y la razon humana; que ella es la mas justa, desde luego, la mas cristiana, por supuesto, y para decirlo todo de una vez, la única susceptible de una propagacion universal.
Con efecto, es esta forma social fortificada por el vínculo federativo, es decir por la unión progresiva de los grupos que es el antidoto de la centralizacion, esa eterna fragua de todas las tiranias, la que á no dudarlo, está llamada á realizar la obra mas árdua y descomunal de los tiempos antiguos y modernos. Porque así como constituir un pueblo, un estado ó nacion sobre bases sólidas y duraderas es una empresa de difícil y penosa ejecucion, siendo, como lo es, la ciencia de las ciencias el gobierno de los hombres, así tambien constituir perennemente cien pueblos, cien estados ó naciones que hablan mil lenguas y dialectos distintos, cuyas costumbres, usos y religiones son distintos, es una empresa casi divina, sobre todo, cuando hay que luchar contra la barbarie y la ignorancia, con la mentira y las pasiones humanas mal dirigidas.
Pero si tal es la obra que la democracia está llamada á realizar, es solo en épocas distantes de nosotros, remotas quizá, que las ciencias abstractas, las bellas artes y las letras, adquirirán en ella grande y pujante desarrollo.
Y es natural que así sea; porque la democracia, permitiendo un libre ejercicio á la razon humana; propagando la instruccion y revelándole al hombre sus aptitudes como ser individual, y su potencia como ser colectivo, despierta en las sociedades modernas el espiritu de asociacion y lanza á los hombres con mas fuerza y entusiasmo en el campo de las empresas materiales, que ponen á prueba su actividad, que en las rejiones especulativas que exitan sus facultades intelectuales. En la atmósfera democrática, el individuo se hace mas práctico que teórico, mas aventurero que pensador, mas positivo que idealista, apasionándose mas de lo grande y jigantesco que del arte considerado del punto de vista estético.
No seria estraño que alguien me recordára las repúblicas Italianas de esa época que ya hé citado. Pero á mi vez recordaré anticipándome á la objecion, que esas repúblicas, y aun las de Holanda, no eran verdaderas Democracias: eran mas bien oligraquias republicanas, que es la forma embrionaria bajo la cual se presenta la Democracia antigua desde Esparta á Genova y Venecia á la Democracia que ensayaron los Puritanos Ingleses, que teorizó Juan Jacobo Rousseau y cuyos mas estables lineamientos trazaron en tierra Americana Washington, Franklin y Madisson.
En Roma, mucho mas progresaron las letras y las artes en tiempos de los reyes y emperadores que durante la República. Expulsado Tarquino el Soberbio trábase en ella horrible lucha entre patricios y plebeyos, y atacada sucesivamente por los Volscos, los Galos y otros pueblos vecinos, que en peligros la pusieron mas de una vez, viose obligada á organizar ejércitos. Venció primero á los que la atacaron, ensanchando así sus dominios en Italia; llevó luego sus armas victoriosas fuera de la península empeñándose en la primera guerra púnica, conquistando después una parte de la Iberia, la Macedonia y la Grecia, hasta vencer definitivamente á Cartago en las llanuras de Zama. La República brilló por sus conquistas, por las virtudes de Tabucio, por la abnegación de Decio y la constancia de Scipion el Africano; al paso que con Augusto cerrándose el templo de Jano, que por tanto tiempo habia permanecido abierto, inaugurándose una época de reorganización, de tranquilidad y esplendor literario, como que durante ella florecieron Virjilio y Horacio, Tito Livio y Ovidio.
El Capitolio, el Panteon, el Coliseo y el Arco de Tito, obras magníficas, que aun en nuestros días maravillan, fueron construidas bajo el dominio de los reyes y emperadores.
La historia griega es mas complexa, pues presenta diversas alternativas; pero en el siglo de Pericles se produce el mismo fenómeno que antes he apuntado. Condenado Tucidides al ostracismo, “Pericles no fue ya el mismo, dice Plutarco, ni del mismo modo manejable por el pueblo dejándose llevar como el viento de los deseos de la muchedumbre; sino que en vez de aquella demagogia que tenia flojas e inseguras las riendas, como en vez de una música muelle y blanda, planteó un gobierno aristocrático y en cierta manera regio; y empleándole siempre con rectitud é integridad para lo mejor, unas veces con la persuacion y con instruir al pueblo, y otras con la firmeza y la violencia si se hallaba resistente, puso mano en todo lo que parecía útil”.
Asi, si, Atenas fue mas libre y moral en los tiempos de Solon y de los justicieros é insobornables areopajitas, que bajo el despotismo de Pericles, en ninguna época como es esta florecieron tanto en ella las bellas letras y las artes; de suerte que es con razón que Plutarco dice, haciendo un paralelo entre Fabio, Máximo y Pericles,—“en lo que hace á la grandeza de los edificios y de los templos, y al grande aparato de obras de las artes con que Pericles hermoseó á Atenas, no puede entrar con ellos en comparacion todo cuanto en esta línea hicieron de grande los Romanos ante de los Césares; sino que en ella la grandeza y la elegancia de tales obras obtuvo una primacia excelente e indisputable”.
La Democracia no hallará gusto en el pasto de las bellas letras y las artes sino después que bajo su saludable influencia se haya mejorado la condición social de todo el mundo. Cuando al hombre honesto y laborioso, al verdadero ciudadano, despues de haber ganado para lo necesario, le quede un sobrante para lo superfluo. Cuando un estado económico semejante que á todas las clases de la sociedad permita afluir á los teatros, donde se corrijen los usos y costumbres de la sociedad; á las grandes esposiciones donde una emulación recíproca, al paso que despierta el amor á la celebridad artística, á la gloria, hace nacer el gusto por lo bello. Cuando se establezcan lecturas públicas para el pueblo parlamentos mas estensos aun que la plaza pública de Atenas y el Forum Romanun, para que sea mayor el número de los que asistir puedan á la discusion y sancion de las leyes que han de rejir los destinos del pueblo soberano. Cuando á las escuelas, á las cátedras y bibliotecas públicas asomarse pueda el incansable trabajador, pues, pudiendo pagar todos los artículos necesarios á su subsistencia y representación mucho mas barato, podrá trabajar un poco menos, destinando así algunas horas á su cultivo intelectual.
Sueños! utopías! dirán algunos espíritus fuertes, de esos cuyo númen se cierne siempre sobre las rejiones de la realidad. Yo respondo,—que son sueños y utopías que tardarán en realizarse; pero q’ realizará al fin la economía política de las naciones que tengan la dicha de comprender cual es la mision providencial presente y futura de la democracia. Porque es menester no equivocarnos,—la belleza arquetípica de esta forma sin par no existe entre nosotros. Háblase mucho de democracia y libertad, y, sin embargo, ¡cuán lejos estamos de ser jenuinos demócratas aquí donde la república, si bien no tiene un rey, mas se parece á una monarquía constitucional, consolidada por la unidad económica y administrativa,—que á una nacion constituida por el vínculo federativo, lo cual para mí es sinónimo de entidades congregadas para alcanzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer á la defensa comun y asegurar los beneficios de la libertad para todos!
Tengo un espíritu demasiado práctico para creer que mis esperanzas sean alucinaciones de una imajinacion calenturienta, y antes por el contrario me inclino á sospechar que en cada una de mis anteriores letras dejo consignado el fragmento de una verdad, lanzada al viento quizá; pero siempre verdad.
Decia en sustancia que la Democracia tiene que ser, primero materialista, y despues materialista ó platónica,—si de ella es lícito hablar así,— que es el proceder inverso de los demas sistemas. Pero esto […] .
¿O hay quien sostenga que á priori el mejor gobierno no es el del pueblo por el mismo pueblo? O en otros términos, el gobierno de todos por cada uno, lo que para mí se parece á esta forma aljebráica: libertad, mas derecho, DEMOCRACIA, que es lo mismo que decir, soberanía popular, pues demos en Griego significa pueblo, y cratos,—potencia?
Pero me alejo sin querer de mi objetivo, y es menester que recobre mi hilo conductor.
En la Democracia, que debe ser un apostalado colectivo en pró de cada uno, los hombres tienen que ser mas honrados, rectos y probos que bajo toda otra forma de gobierno. Las sociedades democráticas reclaman mas virtud que heroísmo,—mas abnegacion q’ temeridad,—mas austeridad q’ jénio, precisamente porque su tendencia es á ensanchar cada vez mas y mas el círculo de la actividad humana dando rienda suelta á las pasiones que deben procurar satisfacerse, cuidando atentamente de no perturbar la armonia de la comunidad. En la Democracia cada cual debe ser libre como el aire; pero ¡ay del que atente contra la libertad de todos! Ese hombre será un insensato, porque olvidará que todo atentado contra los demás es un atentado contra sí mismo; y es por esta razon que anteriormente he definido mi idea diciendo—que la Democracia es el gobierno de todos por cada uno. ¡Que cada cual gobierne cristianamente su individuo, y no haya miedo del resto! La sociedad presentará allí la imágen del órden, de la paz y concordia—un cuadro verdaderamente fraternal.
La democracia del porvenir deberá tener un lugar predilecto para los hombres de la talla de Washington, de Moreno, de Rivadavia, de Garibaldi y otros mas, que no abrigaron sino la noble ambicion de morir por la patria y la libertad. Los Cromwells, los Napoleones, los Rosas serán abortos en ella—abortos con los cuales no sabrá que hacer, porque habrá abolido la pena de muerte, aun para los tiranos, y porque en su seno será imposible encontrar un Timoleon, un Bruto, un Orsini, nombres lanzados á la admiracion de la posteridad, mas no digamos de ser imitados.
Si en la Democracia idólatra y turbulenta de Atenas, Harmodio fue presentado á la juventud como un modelo, como el salvador de la humanidad; porque segun dice el gran historiador Sismondi,—“el asesinato era tan comun en la antigüedad que ni los hombres honrados lo miraban con escrúpulos, ni los conspiradores repugnaban el derramamiento de sangre, pues, no solo los príncipes y los nobles, sino los magistrados y ciudadanos, de toda la Europa estaban siempre prontos á matar á los demás ya en defensa del menor derecho, ya para derribar un obstáculo cualquiera, ya para hacerse temer, ya para dar una muestra de enerjía, ó vengar una ofensa,”—si tal era, decía, la índole de las jeneraciones que nos han precedido, aun allí donde se distinguieron momentáneamente, como en Aténas, por cierto carácter igualitario y justiciero, el cristianismo que ha humanizado, ó lo que es lo mismo, que ha hecho á los hombres mas afables, benévolos, jenerosos y simpáticos, impedirá que tales hechos se produzcan en lo futuro.
De consiguiente, los elementos constitutivos de la literatura nacional serán siempre mucho mas épicos y dramáticos, mucho mas vivos y animados bajo el despotismo, la tiranía, el imperio ó la monarquía, que en la democracia. Esto equivale á decir que sus producciones tanto orales como escritas serán mas secas, y raramente humorísticas y fantásticas. Porque no habiendo en los episodios de la vida real suficiente hechizo, ni para el romancista, ni para el poeta, su fantasía será exitada con dificultad.
Hay aserciones que es fácil autorizarlas con la voz de la historia, y esta última es una de ellas.
Voy entónces á invocar su testimonio.
(Continuará) //.

Fecha válida

1863-11-23