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La Nación

La Nación es, sin duda, uno de los diarios con más larga trayectoria en la historia de la prensa nacional. Fundado por Bartolomé Mitre, su primer número apareció el 4 de enero de 1870 sobre la base de la imprenta de “La Nación Argentina” gracias a una sociedad conformada para su adquisición y compuesta por Mitre, Ambrosio P. Lezica, Juan Agustín García, Cándido Galván, Rufino y Francisco de Elizalde, Anacarsis Lanús, Delfín Huergo, Adriano Rossi y José María Gutiérrez (sociedad que se daría por terminada el 13 de octubre de 1879, cediendo sus accionistas activo y pasivo al general Mitre). El 26 de abril de 1870 el periódico se instaló en la casa histórica donde vivía Mitre y allí se continuó editando hasta que en 1885 fueron trasladadas las maquinarias al edificio contiguo, obra del arquitecto Buschiazzo, dato fundamental para pensar los cambios que se dieron en el periódico. Mitre fue su primer director pero, debido a su detención y la consecuente clausura de La Nación, tras un frustrado golpe de Estado contra Nicolás Avellaneda, debió designar en 1875 a Juan Antonio Ojeda para ocupar su función. Este fue reemplazado en 1882 por Bartolomé Mitre y Vedia, quien trabajó en colaboración con su hermano, Emilio Mitre, alternando las direcciones (datos extraídos de “Diario La Nación”, Museo Mitre, http://200.9.244.76/nacion.htm)
 
En su ya clásico Desencuentros de la modernidad en América Latina (Caracas, Fundación Editorial El perro y la rana, 2009), Julio Ramos vuelve central La Nación para pensar el distanciamiento del periodismo del Estado. Si su antecedente, La Nación Argentina, “había sido un órgano prácticamente oficial del Partido Liberal, hasta el 68 dominado por el mitrismo” el nuevo periódico se funda “con el objetivo de iniciar una prensa independiente o autónoma del Estado.” (ibidem, p.185). En su primer editorial Mitre destaca la necesidad de reformular el rol de la prensa: el combate ha terminado y se vuelve imperioso propagar los principios, las instituciones y las garantías que se han creado para todos. Ahora bien, como lo destaca Ramos, el diario continuaría teniendo particularmente hasta 1874 pero también en las décadas subsiguientes una función política y partidista fundamental. Esto no implica que se dejara de lado el impulso modernizador, igualmente notable en este período tanto en términos de tecnología como de racionalización de las funciones, evidente en la distribución del trabajo periodístico, en la creciente importancia de la información y en la disminución de los editoriales partidistas (ibidem, p.188). Asimismo, sosteniendo relaciones complejas, que suponen diferentes grados de exterioridad y apropiación, “La Nación progresivamente se convierte en una nueva “vitrina” de la producción intelectual más reciente de Europa. Sus páginas incluirán, a lo largo de los ochenta y noventa, contribuciones de los escritores latinoamericanos (no sólo argentinos) más “nuevos” de la época, de Martí a Darío. Por supuesto, es imposible precisar la ideología literaria del periódico, siempre híbrido. En los ochenta, por ejemplo, Hugo, Lamartine, Gautier, Heine, E. de Amicis, A. Dumas y luego E. Zola, serían autores frecuentados. Pero ya en 1879 la primera plana del periódico incluye una traducción de E. A. Poe (“Berenice”), que hasta el momento era prácticamente desconocido en el continente” (ibidem, p.197). La Nación se transforma así en un “lugar de la “vanguardia” literaria de la época con el mismo movimiento en que tecnologizaba su producción material y discursiva, cristalizando, en más de un sentido, el proceso de modernización del Buenos Aires finisecular.” (ibidem, p.197).
 
Lucio V. Mansilla publica en múltiples ocasiones en La Nación. La serie que reunimos en la presente Colección se fundamenta en la relación de los textos hallados con los tópicos de investigación que la guían y parte del relevamiento realizado en los documentos que componen el “Fondo David Viñas” resguardado por la Biblioteca Nacional. Los temas son variados: desde su opinión sobre la posibilidad de una guerra en Europa y la posición de Suiza en la misma, pasando por un texto humorístico en el que se relacionan los avances del estado con los de la medicina, hasta su respuesta a Charles Le Bon refutando el severo el juicio que éste había emitido sobre el estado social de los países de América del Sur. Se destacan en el conjunto las defensas de su estilo y los comentarios de novedades bibliográficas, entre ellas las novelas de Emile Zola y Francisco Sicardi. Mariana Catalin.
 

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