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La Biblioteca

Ideada y dirigida por Paul Groussac, director de la Biblioteca Nacional desde 1885, La Biblioteca apareció por primera vez en junio de 1896 y se extendió hasta abril de 1898 con una periodicidad mensual. Según lo anuncia Groussac en el Prefacio del primer número, la revista publicará solo trabajos inéditos en “materias científicas y literarias, como en otras que atañen a la política y a la filosofía” (su subtítulo fue “Historia, ciencias, letras”) y su espíritu general “será el de la crítica imparcial y amplia, del bien entendido liberalismo, extraño a toda preocupación de secta, partido o círculo”.
 
Como observa Alejandro Eujanian, la revista, abierta respecto de temas, tendencias filosóficas y políticas, encontraba un eje articulador en “los artículos, en los prefacios y comentarios que dedicó Groussac a la presentación de distintos autores y, fundamentalmente, en la crítica bibliográfica, que actuaba como principio valorativo de orden normativo, en el aspecto estético y moral, de obras históricas y literarias” (“Paul Groussac y una empresa cultural de fines del siglo XIX. La revista La Biblioteca, 1896-1898”. Historia de Revistas Argentinas, Tomo II, Asociación Argentina de Editores de Revistas, 1997). Se inscribía, también, desde el punto de vista de sus temáticas, “en el marco de debate abierto por la crisis de 1890, que un sector del liberalismo pretendió resolver en la perspectiva del llamado reformismo social, lo que otorga a la publicación un carácter de actualidad en el tratamiento de temas como el higienismo, constitucionalismo, régimen político, participación política, sistema democrático, democracia, federalismo, etc.” (Eujanian, ibidem). Tanto esta diversidad temática como la consigna de la autonomía intelectual respecto del poder político y el programa de aglutinar a la intelectualidad argentina de fines de siglo en la “misión” de portar “valores universales”, actuaron, según lo define Eujanian, como “una estrategia destinada a convertir a la revista en una ‘empresa civilizadora’, tendiente al progreso cultural de un país cuyo desarrollo cultural consideraba inferior a esa civilización europea de la cual se sentía su máximo representante” (ibidem). Consecuente con dicho objetivo, continúa Eujanián, Groussac “se propuso convertir a la revista en un centro aglutinador de intelectuales, estilos, disciplinas, y tradiciones filosóficas y políticas, a la vez que como uno de los órganos de debate del reformismo liberal de fines de siglo. En este sentido, la revista se convirtió en un dispositivo fundamental en el proceso de diferenciación de las distintas áreas del saber sobre lo social y de conformación del campo intelectual en la década de 1890” (ibidem). Publicaron en la revista autores como Miguel Cané, Leopoldo Lugones, Juan Agustín García (h), Bartolomé Mitre, Ernesto Quesada, Eduardo Schiaffino, Martín García Mérou, Carlos Pellegrini, Luis M. Drago, entre otros, además de Rubén Darío, llegado a Buenos Aires en 1893 y clave en la renovación del campo literario de fines de siglo; y se incluyeron también artículos de autores muertos como Domingo F. Sarmiento, Lucio V. López, Ricardo Gutiérrez, Nicolás Avellaneda o Amadeo Jacques, entre otros.
 
De modo que, clave en el proceso de conformación de un campo intelectual en Argentina a fines de siglo, La Biblioteca funcionó también, centralmente, como un espacio de legitimación: “mientras la sección ‘Redactores de la Biblioteca’, era el instrumento de consagración que, investido en autoridad, Groussac utilizó para legitimar a sus pares; el ‘Boletín Bibliográfico’ fue, mediante el ejercicio de la crítica, un arma de control y disciplinamiento que contribuyó a la profesionalización de la actividad intelectual y al deslindamiento de terrenos específicos dentro de ella” (Eujanian, ibidem).
 
En este sentido, resulta significativa la participación de Lucio V. Mansilla en la revista, en 1897, no solo luego de los volúmenes de Entre-Nos. Causeries del jueves (1889-1890), sino, sobre todo, luego de la publicación de Retratos y Recuerdos en 1894 y de la reciente reedición en París, en 1896, de sus Estudios morales (reedición que dedica al conde Robert de Montesquieu y que lleva prólogo de Maurice Barrés), y, especialmente, luego de sus recientes colaboraciones en la revista modernista La Quincena, entre las que se destaca su semblanza de Rubén Darío. Si en Recuerdos literarios (1891), Martín García Mérou no hace una sola mención a su obra, signo de que para uno de los referentes más conspicuos de la crítica literaria en la década del 80 Mansilla no calificaba entre los “literatos de tradición y raza”, la invitación de Groussac a publicar un adelanto de su próximo libro sobre Rosas y un artículo inédito (el cual se recoge por primera vez en esta Colección), junto con el extenso y entrañable “medallón” que le dedica en la sección destinada a los redactores, pudo haber significado no una consagración como escritor que desde luego Mansilla no necesitaba sino la ratificación de su prestigio y seriedad intelectuales entre los “literatos”. La semblanza de Groussac coincide en un tópico recurrente de las tempranas biografías y lecturas críticas de Mansilla, como es el que subraya la atracción que producen su figura y su sabrosa y chispeante conversación a la par que observa la “disipación de su existencia y de su talento” en pos de una vida tan intensa como multifacética; con todo, la inclusión de sus textos en una empresa cultural como La Biblioteca funciona también como una importante valoración y ratificación de su obra. Sandra Contreras
 

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